24 febrero, 2008

Curiosidades

Más que las maravillas monumentales y los grandiosos paisajes, creo que lo que realmente hace interesante viajar es descubrir las pequeñas idiosincrasias de cada pueblo.

He aquí una ínfima recopilación, las cinco curiosidades más simpáticas con que me tropecé en Asia:

1. En Malasia, los semáforos animados. También los vimos en China, pero los malayos nos parecieron más divertidos. Cuando el semáforo se pone en verde, se enciende un personajito con sombrero triangular, que va caminando tan panchamente hasta que sólo le quedan siete segundos para pasar a rojo, cuando se echa a correr como un descosido.

2. En Vietnam, el doblaje. Increíble. En lugar de ponerle subtítulos a las películas extranjeras, ellos optan por rebajar el volumen de la versión original y grabar la voz del doblaje por encima. Digo bien “voz”, que no voces, porque la dobladora (que, para más inri, es siempre la misma para todas las pelis) lee la parte de TODOS los personajes, ya sean hombres o mujeres. Y cuando digo “lee”, también es literal, porque se limita a leer el guión, sin ponerle ni entonación, ni sentimiento, ni chicha, ni ná de ná. Vamos, que lo mismo le da estar leyendo el monólogo de Hamlet que el listín de las páginas amarillas. Ya no me extraño de que los vietnamitas les ganasen la guerra a los americanos: es el mismo pueblo que tiene la capacidad para tragarse “eso” y encima llamarlo entretenimiento.

3. En Laos, di que sí. Primera lección de comunicación intercultural. Para decir que sí en Laos lo que procede es emitir un sonido gutural, cuyo fonema soy totalmente incapaz de transcribir. Es más un ruido que una palabra. Para que te hagas una idea, te propongo que visualices esta escena: el día de tu boda (por ejemplo), el cura acaba de hacerte una pregunta importante, pero tu ex te ha amordazado la boca y tu suegro te está apuntando la sien con un revólver calibre 38. ¿Ya estás puesto en la tesitura? Bueno, pues ahora, intenta contestar afirmativamente a la pregunta y así es como se dice que sí en laosiano (creo que tendremos que subir un vídeo, porque esto no hay quién lo entienda).

4. En India y Nepal: sí, no, tal vez. Segunda lección. Aquí, para decir que sí se usa de un “meneillo” lateral de la testa, rápido y sin rotación del cuello (creo que va a hacer falta vídeo aquí también). La primera vez que te contestan así, como no vayas avisado, te quedas un poco a cuadros, porque no sabes si te están diciendo que sí, que no o que tal vez. Para decir que no, en cambio, lo que se usa es o bien un fuerte parpadeo con los dos ojos simultáneamente (como si estuviesen jugando al mus o algo); o bien un alzar de hombros que a nosotros más que una negativa, nos comunica un “ni lo sé, ni me importa”; o bien ambas cosas a la vez (sólo para fuertes disentimientos).

5. En China, los altos pagan. Los descuentos y gratuidades no dependen de tu edad, sino que están en función de tu estatura. Yo intenté aprovecharme, pero no coló…


(Escrito por ella desde casita, en Castellón de la Plana, 24/02/08)

22 febrero, 2008

Preguntas del montón

Cuando uno vuelve a casa después de haberse tirado un año de paseo por el mundo, lo primero que hace es repartir besos y abrazos. Lo segundo es someterse a un chaparrón de preguntas. Lo tercero, tratar de contestarlas.

Aquí va mi mejor intento por atender a las diez preguntas más destacadas del montón.

1. La pregunta más frecuente, la que TODOS te hacen, y que nunca sabes si es por interés o cortesía: “¿Qué tal el viaje?”

Viajar durante doce meses a lo largo y ancho de doce naciones (catorce en el caso de José) no es lo mismo que tomarse una semana de vacaciones en la manga del mar Menor. Y no lo digo por despreciar a mis amigos murcianos, que para el caso lo mismo me da poner como ejemplo la Costa Blanca que la Azul. A lo que voy es que no son experiencias comparables y que, en nuestro caso, no sabríamos ni por dónde empezar, por lo que es prácticamente imposible dar una respuesta que medianamente se ajuste a la realidad.

A los corteses, contestaré con una sola palabra: “GENIAL”.

En cuanto a los genuinamente interesados, confío en que sabrán valorar nuestras impresiones en los tropecientos folios de este blog, ¡que para eso lo escribimos!

2. La pregunta de los que gustan de ir al grano: “¿Qué país te ha gustado más?”

Ésta también es de las duras. Curiosamente, parece que a José le cuesta menos decidirse que a mí. En una postal que me envió desde Bagán, me comentaba el muy “jodío” que Birmania era el país que más le había gustado, seguido muy de cerca por Mongolia y Nueva Zelanda.

¡Vaya hombre!, precisamente los tres países en los que yo no estuve (salvo por Nueva Zelanda, de la que sólo me perdí la isla norte). La verdad, no sé qué pensar: o soy una pobre desgraciada y me he perdido lo mejor; o el prado parece más verde y el paisaje más hermoso cuando yo no salgo en la foto (será por no hacerles sombra, claro); o el Junior me está vacilando. ¿Vosotros qué opináis?

Bueno, a lo que íbamos. Me resulta muy, pero que muy difícil quedarme con uno solo. Si me apuráis mucho, poniéndome una pistola en la sien o amenazándome con comerme las acelgas, os diré (mintiendo tal vez) que mi preferido fue el Nepal.


3 & 4. Las dos preguntas preferidas de los pragmáticos: “¿Compraste muchas cosas?” y “¿Cómo te las arreglabas para cargar con todo?”

No sólo compré muchas cosas, sino demasiadas. Aunque creo que, por una vez sin precedentes, mi fiebre consumista fue superada por la del Junior. No pudimos resistirnos a la tentación de traernos unas cuantas antigüedades (la mala influencia de mi amigo Vincent), libros, cámaras y otras maravillas de la tecnología digital, variopintas camisetas locales (colección del Juni) y trapitos de última moda oriental (colección primavera-verano de esta servidora, que nunca podrá lucir en Irlanda). Y ya que hablamos de textiles, todavía no sabemos cómo deshacernos de las veinte colchas que compramos en Laos (huy, he hablado demasiado… es igual, vosotros id practicando ya la mueca de agradable sorpresa, que aún quedan diez meses para Reyes).

En cuanto a lo de cargar con peso, el Junior os lo podrá contar mejor que yo. Creo que batió todos los records en Nepal, con cuatro o cinco bolsos a cuestas: delante, detrás, de lado y colgando de cada brazo. Parecía una mula humana. Fíjate si lo vería cargado, que de no ser por el pelo rubillo y los ojos azules, hubiese podido confundirlo con un sherpa.

El mejor remedio para el sobrepeso fue ir enviando cajas a casa, generalmente por mar y por certificado. Antes de hacer un envío conviene enterarse bien de las regulaciones y tarifas locales, pues pueden variar mucho de un país a otro.

Los mejores países para descargar: Tailandia y Vietnam. Ojo con las restricciones en éste último, donde la suma de los dos laterales más largos de la caja no debe rebasar los tres metros (y no vale pasarse ni de un par de milímetros). Que os cuente José la odisea que fue mandar sus dos ballestas desde Hanoi…

El peorcito, con diferencia: Nepal (nada es perfecto). Enviar un paquetito de siete kilos de nada, me salió por 75 euros con cinco céntimos: un precio totalmente desproporcionado al nivel de vida del país. Encima, me vaciaron la caja, registraron cada bolsa, abrieron cada envoltorio… y me prohibieron enviar un par de cartones de Marlboro, con cuya venta en Irlanda esperaba amortizar mi coste de envío. Vamos que, desde Nepal, no vuelvo a enviar ni una postal.

5 & 6. Las dos preguntas preferidas de los hipocondríacos y fatalistas: “¿Te pusiste enferma?” y “¿Te pasó algo malo?”

Me he puesto enferma menos veces viajando por Asia que trabajando en Irlanda (como decía mi abuelo, que era muy sabio, trabajar es la salud y no trabajar es conservarla). En todo un año, recuerdo haber pillado un solo catarro (con síntomas magnificados por la altitud, en el Tíbet). En cuanto a problemas gástricos, sólo he sufrido las típicas y esporádicas diarreas del viajero, pero ni un solo vómito. Peor lo tuvo José en India, que sí se puso muy malito.

En cuanto a la segunda pregunta, creo que fui yo la que corrió peor suerte. Al mes de empezar el viaje, mientras estábamos de camino al aeropuerto de Bangkok, mi mochila se cayó a la autopista (perdida para siempre). También en Tailandia y a punto de despedirme de Chiang Mai, fui víctima de una agresión, con nocturnidad, alevosía y tentativa de robo. Resultado: unas magulladuras y un dedo roto (otro día os cuento los truculentos detalles).

El Junior, en cambio, estuvo algo gafado con sus cámaras digitales. La que se compró en Singapur sufrió varias averías y, en Delhi, fue diagnosticada con un defecto de fábrica. Las dos cámaras que le prestó su amiga Stefi en Beijing se le estropearon estando en la Gran Muralla (sí, ambas). La que le prestó Vincent en el Anapurna se le murió en las manos. Y la que le presté yo en China, logró zafarse de su “torturador de gatillo”, quedándose en el tren que cubría la línea Beijing-Xi’an.

Me he reído mucho con los amores no correspondidos del Juni por la tecnología (sin hablar de los suyos con los bancos, tarjetas de crédito, administraciones, motos acuáticas y hospitales, que son otros tantos filones de temática guasona), así que no gastaré la bromita que se me estaba ocurriendo (no vayamos a liarla…).

7. Pregunta de mujer a mujer: “¿Y no te daba miedo viajar sola?”

No, principalmente porque casi nunca he estado sola. Es más, en ocasiones me he esforzado por conseguirlo y, ni poniendo mi peor cara de malas pulgas, me ha sido posible. Hasta en el rincón más recoleto, siempre hay alguien con ganas de charlar, de preguntarte de dónde eres, qué haces y adónde vas.

José y yo nos separamos en varias ocasiones, siguiendo cada cual su ritmo y rumbo. Una actitud abierta y flexible a la hora de hacer planes conjunta y separadamente me parece vital para llevarse bien.

Creo que el pasar las 8760 horas del año en estado simbiótico con tu pareja tiene que dar mucho más miedo que viajar sola, ¿no crees?

8 & 9. Las que todos se hacen, pero pocos se atreven a preguntar: “¿Cómo te financiaste el viaje?” y “¿Cuánto dinero te gastaste?”

Nuestro planteamiento fue clásico y conservador: ahorro. Yo me aproveché de la política anti inflacionista irlandesa, abriéndome una cuenta de ahorro a plazo fijo (cinco años) que ofrecía unos intereses de escándalo (25%). Podría haberme gastado ese dinero en un cochazo o, más sensatamente, en amortizar la hipoteca. Sin embargo, me había prometido que, de llegar a los 35 sin hijos, la hucha no se iba a romper sino para este viaje.

Lo más duro fue dejarse el trabajo (paradójicamente, también fue lo más fácil), pero no había otra opción. Quiero recalcar que esto que en España parece una locura, en Irlanda es de lo más normal. Incluso es bastante común para los bancos de allí el conceder créditos personales con fines de tomarse un año sabático de viaje alrededor del mundo.

En cuanto a la dolorosa, mi presupuesto para once meses (nuestro objetivo inicial, que acabamos extendiendo hasta el mismísimo límite de nuestro billete de vuelta) era de 15.000 euros (todo incluido, vuelos, seguro, etc.). Haciendo recuento de gastos, al final, me he ventilado, aproximadamente, la cantidad de 14.976 euros con 36 céntimos. Perdón, miento, 38 céntimos.

Dije “aproximadamente” y, pese a las apariencias, no estaba de guasa. La cifra no es exacta porque habría que añadirle los gastos de tarjeta (que no ascienden a mucho, porque casi no tiré de cajeros automáticos, sino que me llevé bastante dinero en efectivo – principalmente euros, pero también algunos dólares – y en “traveler´s cheques” – llamadme anticuada, pero a mí me fueron divinamente). También habría que descontar unas tasas que nos debe la galería de arte aborigen "Maruku Arts" y que llevo reclamando en vano desde hace más de seis meses (si hay que volver a Ayers Rock para que me hagan caso, pues nada, yo vuelvo y ¡que me oigan!), las indemnizaciones que nos debe nuestra compañía de seguros (esos sí que me van a oír), y los beneficios que aún espero hacer con la venta de mis Marlboro y colchas laosianas (que algunos gastos fueron inversiones, oiga).

A priori, estoy por debajo de mi presupuesto. Lo cuál no dice necesariamente mucho a mi favor, en parte porque estuve ampliamente subvencionada el último mes (durante el tiempo en el que mis padres viajaron conmigo, no me dejaron soltar la mosca ni para pagar un café) y en parte porque podría haber hecho con menos.

Algunos gastos (perdón, inversiones) pueden considerarse “superfluos”, con lo que hasta cierto punto falsean mis estadísticas: cursillo de cocina en Singapur (una auténtica pijada, por 50 euros); tour VIP al zoo de Taronga en Sídney (que no tenía precio, pero que me costó 38 euros); el vuelo en helicóptero por el glaciar de Franz Joseph en Nueva Zelanda (170 euros, sin remordimientos); el cuadro aborigen (316 euros); la cámara digital comprada en Hong Kong (318 euros); el último modelo Nokia, con MP3 y altavoces (250 euros) y el disco duro externo de 500 gigas (100 euros), últimos excesos del viaje, en Singapur; chequeo médico integral en el hospital Bumrungrad International
de Bangkok (306 euros, porque yo lo valgo); y un largo etc.

Los dos países en que nuestros gastos se dispararon desproporcionadamente y a la par, fueron Australia y Nueva Zelanda (allí me pulí 4.483,67 euros en tan sólo dos meses, poco menos del tercio de mi presupuesto global).

El país donde menos gasté fue la India (442,49 euros en un mes y porque me pillé un par de vuelos), donde un café te sale por 17 céntimos, una comida te puede costar entre 50 céntimos y dos euros, y una habitación doble, un par de euros y medio (a dividir entre dos). Y conste que se podría haber negociado mejor (la rupia es la rupia).

Vietnam también fue muy, pero que muy barato. Recuerdo que comiendo en un puestecito callejero en Saigón pagamos 50 céntimos por cabeza. Y en la misma ciudad, invité a cenar a José y Vincent, en un restaurante con mantel y carta en inglés, por menos de 15 euros (con sus tres chuletones y su botella de tinto malísimo, que una es así de espléndida). Por hacer la misma comparación de precios, el café en Vietnam costaba unos 47 céntimos (como los que se toma nuestro presidente Zapatero) y una habitación doble, unos cuatro o cinco euros. Pero en este país hay que estar muy atentos con la “inflación discriminada”, porque los precios pueden llegar a multiplicarse por 20 para turistas con aire bisoño.

Cerrando el apartado monetario, creo que ya os comenté que nuestro vuelo de ida y vuelta a Australia, con tres paradas en Asia, fue una auténtica ganga (1.075 euros cada uno, con las tasas incluidas), comprado a través de la agencia USIT. El seguro de viajes todo riesgo, con la compañía AXA, también nos pareció un chollazo a la compra (402 euros por persona), aunque me parece que en esta ocasión lo barato nos ha salido caro.

10. La del millón: “¿Y ahora qué?”

Esa es la pregunta que también nos hacemos nosotros. La respuesta se va perfilando poco a poco.

En el caso de José, su prioridad es encontrar trabajo lo antes posible en Dublín. Por mi parte, me estoy planteando prolongar el viaje, aunque trabajando esta vez.

Ya os iré comentando mis proyectos más adelante (los que hayan leído mi anterior texto, “Entrevista a dos viajeros” sabrán que sobre mi cabeza pende la espada de Damocles, así que no hagáis más preguntas en este sentido, que por ahora mi vida es secreto de Estado).

Nota: si tenéis alguna pregunta que se salga del montón y que, por lo tanto, no haya contestado en este texto, me la podéis enviar directamente a la dirección de
isabelonthetrail@gmail.com o a elyellaonthetrail@gmail.com – estaré encantada de ayudarles con lo que sea (y si queréis pasar pedido de una o más colchas laosianas, por Dios, ¡no dudéis en escribirme!).


(Escrito por ella desde casita, en Castellón de la Plana, 21/02/08)

14 febrero, 2008

Historias de Amor

Por estas fechas en las que toca ponerse románticos y algo cursilones, me permito sacar a la luz un par de historias que tenía guardadas en el baúl de mis mejores recuerdos.

La primera va dedicada a mis padres, que el amor fulminó hace 39 años.

Conocí a Dana y Elk en Vietnam, de excursión por los arrozales de Tam Coc. Esta pareja de enamorados cuarentones enseguida despertó mi curiosidad por el aura de felicidad que desprendían. Se intercambiaban un sinfín de sonrisas cómplices, de miradas golosas, y de otros tantos táctiles gestos de ternura. Hubiese apostado lo que fuere a que estos dos estaban allí de luna de miel.

Afortunadamente, no tuve oportunidad de lucir mi lado ludópata. Al que sí pude dar rienda suelta fue a mi lado marujilla y narigón, que en cuanto se trata de amor, una es más indiscreta que la Gemio. Aprovechando que la parejita se sentó a nuestra mesa en el restaurante (los enamorados son siempre tan incautos), entre bocado y bocado, fui dejando caer mis preguntillas, con naturalidad, como quien no busca la cosa, y así, pasito a pasito, con sutiles maniobras, me los fui llevando al huerto…

“Hola, ¿de dónde sois? ¡Anda! De Suecia y de la República Checaaaa… Huy, qué bonito, qué suerte, ni falta hace que os diga lo mucho que nos gustó Praga, ¿a que sí, Juni?… Oye, ¿y cómo os habéis conocido?”

Vale, vale… Admito que ni fui tan sutil, ni di tantos rodeos. Fue un jaque mate en dos jugadas, pero sí es que incitar a dos tórtolos a que te hablen de su romance es como preguntarle al abuelo por batallitas, o al Juni por sus episodios favoritos de “Stargate SG-1”. Vamos, que es éxito seguro.

Sucedió en Praga, a la hora punta de un concurrido restaurante. A dos mesas de distancia, ajenas al trajín de platos, copas y cubiertos, dos miradas se buscaban mientras se esquivaban. Él le sonreía, ella se sonrojaba. Un estallido de risas irrumpió en el ruido de conversaciones, pero a ella se le había escapado la broma. Llevaba diez minutos perdida en el laberinto sin salida de su deseo.

Una voz masculina vino a rescatarla del ensueño: “Señorita, el caballero de aquella mesa desea ofrecerle esta copa”.

El caballero, Elk, era un veinteañero melenudo y mochilero, ojigarzo y desgreñado, delgado y más largo que una semana en ayunas. El sueco no le quitaba los ojos de encima a Dana. La guapa checa, llevándose la copa a los labios, le devolvió la mirada.

El magnetismo de sus ojos verdes tuvo la culpa de todo. Atraído sin remedio, Elk se levantó de su silla para dar los cuatro pasos más decisivos de su vida. Zancadas, más bien. Las que le costó cruzar la sala para plantarse de frente a la mujer de sus sueños. Primero le pidió permiso para sentarse a su lado y después, tras más de una hora de seducciones en un idioma prestado, se atrevió a pedirle… la mano.

Cualquiera de nosotras hubiese ladeado la cabeza hacia atrás, desviando fugazmente la mirada y atusándose el pelo, mientras se echaba a reír. Dana, simple y serenamente, dijo sí.

Un año más tarde, ya estaban casados y en su casa de Suecia. Nunca se han separado.

Mientras yo me quedaba boquiabierta, sin tomar palabra ni bocado, Dana se puso a buscar algo en la cartera. Sacó una fotografía, la de su segundo amor y única hija.

Me contó la alegría que supuso la llegada de Yasmin. Elk había pasado aquella mañana dando más vueltas que las aspas de un molino, fumando cigarrillo tras cigarrillo, llenando la casa de ansiedad y humo. Dana se mordía compulsivamente las uñas cuando sonó el timbre de la puerta. Era la cigüeña, venida desde Corea para una entrega muy esperada.

Desde el primer segundo, apenas sintió el leve y cálido peso de la cría en sus brazos, Dana supo que era madre. Veinte años se han cumplido ya, de esa cadena de amor perpetua.

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Quiero dedicar mi segunda historia, por encontrarse en las antípodas de la primera, a mis amigos César y Piluca, que se casaron tras conocerse de toda una vida.

Pierre recuerda con prístina nitidez la primera vez que vio a su mujer. Se conocieron en un hospital, en el sur de Francia. Desde luego, el suyo no fue amor a primera vista. Tampoco puede decirse que su encuentro les dejase una marcada y memorable impresión. Claire, de hecho, ni siquiera recuerda ese día. Y a Pierre, ella más bien le pareció poca cosa.

Sus padres le habían llevado a la maternidad de Nimes, para conocer a la hija recién nacida de una pareja de amigos. Ésta fue la primera visita de una serie casi infinita de encuentros. Prácticamente, Pierre y Claire se hicieron juntos.

Construyeron castillos de arena, jugaron a papá y mamá, a médico y enfermera, a “seños” y alumnos, se embadurnaron mutuamente de chocolate, en ocasiones, se pelearon y se tiraron los trastos (de hecho, creo que todavía hoy se dedican a estas mismas prácticas).

Con el transcurrir de los años, Claire se hizo moza, curvilínea y muy guapa. Esos cambios no pasaron inadvertidos por Pierre, que empezó a observarla con renovado interés. Los juegos de niños pronto cedieron paso al de mayores.

No fueron sólo la belleza y antigua amistad de Claire los que irresistiblemente atrajeron a Pierre. También habían desarrollado una infinidad de afinidades. A ambos les encantaba la naturaleza, los grandes espacios al aire libre y la sana simplicidad de la vida rural. Ambos habían elegido cursar los mismos estudios, de magisterio. Ambos anhelaban un mismo estilo de vida. Ambos soñaban con la idea de expatriarse, de descubrir otros mundos.

Casi al mismo tiempo, empezaron a dar clases. El mismo año y, por separado, solicitaron un traslado para trabajar fuera de la Francia continental. A ambos les fue concedida su solicitud, siendo destinados a la Guyana francesa. Sus puestos no estaban en la misma escuela, ni en el mismo distrito, ni en la misma ciudad, ni siquiera en la misma provincia.

El uno se fue al sur y el otro, al norte. Vivieron varios años de esta manera, hasta que la separación física pudo con ellos y se convirtió en ruptura sentimental.

Pasaron los meses, un año entero sin verse. Nunca habían estado alejados durante tanto tiempo. Se escribieron y decidieron que era hora de volver a encontrarse. Desde entonces, nunca más han vuelto a separarse.

Nueve meses más tarde, se casaron. Y tras otros nueve meses más, nació su primer hijo, Ismael. Tres años después, llegó el segundo, Christo. Cuando yo me crucé con ellos, en Luang Prabang (Laos), Claire me regaló la primicia de que estaba embarazada. Todavía no habían querido decir nada en casa, para no preocupar a unos abuelos que ya padecían por la seguridad y salud de sus nietos, en manos de unos padres, al juzgar de aquéllos, inconscientes.

A mí, personalmente, me llamó mucho la atención ver una familia viajando por Asia, especialmente dada la corta edad de los churumbeles (unos cinco y dos años, si no mal recuerdo). Enseguida simpaticé con ellos y les pregunté qué tal llevaban lo de viajar con sus peques.

Me comentaron que la experiencia estaba resultando increíble y que tanto los niños como ellos estaban disfrutando lo que no estaba escrito. Los asiáticos se vuelven locos con los críos, especialmente si son blancos, pues no están muy acostumbrados a verlos. Así que prácticamente no podían dar un paso sin encontrarse a alguna señora con auténtica devoción por pasarse horas entreteniendo a los nenes (por supuesto, ellos, los padres, estaban más que encantados). Claire me confesó que casi se sentía incómoda cuando salía a dar un paseo sola, pues notaba que el trato con los locales no era el mismo sin sus hijos, que la interacción pasaba automáticamente a un plano más comercial y menos genuino.

También me dijeron que el “truco” para viajar con niños consiste en tomarse las cosas con calma, buscando un ritmo que no rompa con su rutina. Procurar respetar siempre los mismos horarios para comer y dormir, limitar las excursiones, buscar oportunidades para el descanso y también para el juego.

Pierre y Claire se habían tomado unos cinco meses de excedencia para dar una pequeña vuelta por el sudeste asiático. Seguían un recorrido muy similar al mío con Junior, aunque en sentido contrario, pues venían de Chiang Mai y se dirigían a Vietnam (pobres), mientras nosotros veníamos de Hanoi y volvíamos a Tailandia. Por cierto, ellos también habían estado en la maravillosa isla de Koh Lipe, donde por algún misterioso hechizo que Ismael y Christo aún no han terminado de comprender, Claire se quedó embarazada (vaya, pues a mí eso no me ha pasado, y eso que yo ya he estado dos veces en la isla).

Podéis ver las fotos del viaje de Pierre y Claire en su blog. Hace poco, recibí noticias suyas informándome del nacimiento de su pequeña Éloïne, que vio la luz en su casa de Arrout, el miércoles 21 de noviembre del 2007, a las 9:22 de la mañana.
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No acabaré diciendo que ambas parejas comieron perdices y fueron para siempre felices, pues la vida no es un cuento y nunca puede predecirse cómo irá a terminar una historia que aún se está escribiendo.

Pero, si bien dejo abierto el final de mis historias, sí que me arriesgaré a sacarles su moraleja. Y es que, en amor, no hay más regla de oro que la de no existir ninguna regla.

¿Quién se atreve a afirmar que los flechazos nunca funcionan? ¿O que las segundas partes nunca son buenas? ¿O que después de tener hijos, no se puede viajar más allá de Mora de Rubielos o de Rubielos de Mora?

Que tengáis un feliz día de San Valentín y ¡que los solitarios se enamoren!


(Escrito por ella desde casita, en Castellón de la Plana, 14/02/08)

11 febrero, 2008

Entrevista a dos viajeros

De casta le viene al galgo. Mientras José y yo atravesábamos mares, ríos, desiertos y montañas, Gervasio y Anna Marie tampoco paraban quietos. Desde que optaran por la prejubilación, hace cosa de cuatro años, ya han recorrido medio mundo. En el 2007, visitaron Hungría, la República Checa, Austria, Lituania, Letonia, Estonia, Suecia, Noruega y Marruecos. Y, para rematar el año, decidieron tomar prestado un par de mochilas y reunirse con su hija, en el último mes de su periplo asiático.

Ahora, ya en nuestra tranquilidad hogareña de Castellón, me he acercado a estos intrépidos viajeros para averiguar sus impresiones:

Durante estas pasadas Navidades, en un acelerado tour por el sudeste asiático, habéis pisado el suelo de tres países, visitado los templos milenarios de Sukhothai, Luang Prabang y Angkor, hecho compras en los mercados de Chiang Mai y Bangkok, descendido las aguas del Mekong y bañado en las cristalinas del mar de Andamán.

Después de tantas experiencias, ¿cuál destacaríais como el mejor recuerdo de este viaje?

Mamá: Son muchos los gratos recuerdos. Impresionantes los templos de Angkor, el primer contacto con Bangkok en el Palacio Real.

Es difícil quedarse con un solo recuerdo. La isla de Koh Lipe, donde uno pierde la noción del tiempo disfrutando de la naturaleza, lejos de las noticias del mundo (sin TV, radio y prensa).

Pero me impresionaron los “elefantes pintores”, unos verdaderos artistas, realizando con precisión sus coloridos cuadros.

También quiero resaltar la amabilidad de su pueblo, siempre sonrientes, pacientes y educados. Y los niños: una preciosidad.

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(Foto derecha: obra de arte paquiderma)

Papá: 1º) Respondiendo a tu pregunta, primeramente resaltaría la impresionante monumentalidad de los templos de ANGKOR (Camboya), haciendo sobre todo hincapié en el templo de ANGKOR VAT, muy bien conservado y tan grandioso. De qué manera tan soberbia se alzan hacia el cielo esas preciosas torres, en forma de mazorcas de maíz.

Sobre los muros que dan al exterior del templo, aparecen magníficos grabados esculpidos en piedra calcárea. ¿Qué más podría resaltar de Angkor Vat? Seguramente, muchas cosas interesantes, en fin… ¡COLOSAL!
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Otro templo que me gustó mucho, aunque no tan bien conservado ni tan grandioso, fue el de BAYON. Me trae a la memoria los cuentos bagdadíes de las mil y una noches, pero en este caso, refiriéndome al templo de Bayón, le llamaría de las mil y una caras, esculpidas sobre grandes bloques de piedra (podría decir sin miedo a equivocarme, como mínimo unos dos metros cuadrados de superficie). Estas enormes caras, supongo de Buda, siempre sonrientes, se posicionaban sobre los cuatro costados de las estructuras cónicas de piedra.

Visitamos más templos, en algunos de ellos había más bloques de piedra por los suelos que en los muros. En uno de estos templos, nos las vimos y deseamos para encontrar el camino de salida. Nos parecieron verdaderos laberintos.

En algunos lugares de estas ruinas se veían unos enormes árboles que, con sus poderosas raíces, abrazaban parte de los muros ruinosos, por lo que era imposible su restauración.


Visitamos otro lugar sagrado budista que, para acceder a su entrada, de una parte y de otra del largo camino, había esculturas humanas, la mayoría de ellas sin cabeza (por los robos) como protectores del templo. Esto me recuerda, en otras latitudes, cuando estuve visitando los templos de Luxor, en Egipto: allí el camino que une los dos edificios sagrados estaba flanqueado por un sinfín de carneros, tallados en piedra.


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2º) De Laos, ¿qué podría destacar? Aparte de los dos días que estuvimos navegando sobre las aguas del río MEKONG, en cuyas márgenes se habían formado pequeñas playas de arena. Sí, he escrito “playas de arena”. Curioso, ¿verdad? Estos remansos de arena se forman por las innumerables rocas de arenisca que se encuentran en su cauce.

Desde la incómoda y ruidosa embarcación, contemplábamos la enmarañada y selvática vegetación. A lo lejos, se oteaban pequeños rebaños de toros y vacas, tumbados sobre las cálidas orillas del Mekong (30 grados centígrados en pleno invierno asiático).

En el cauce del mismo río, en una de sus paredes rocosas, visitamos la cueva de los mil Budas, de todos los tamaños. Bueno, un sitio más que había que ver. Esta excursión la hicimos desde Luang Prabang, una pequeña ciudad del norte de Laos.

Por cierto, comimos en un restaurante regentado por un francés, donde me resarcí de todos los guisos asiáticos de lo más populares (no estaban mal al principio, pero ya estaba bien ¡caramba!).

3º) Por fin, terminando de contestar a la preguntilla, me voy a referir en último lugar a Tailandia. Comenzando con BANGKOK, no me voy a extender mucho. Sólo lo justo, porque a mí las grandes ciudades me producen alergia.

Saliendo del aeropuerto, la ciudad me pareció bastante moderna, claro está, atravesando su parte más contemporánea, tipo occidental, hasta que llegamos al hotel en el que nos íbamos a hospedar durante los siguientes cuatro días, en un distrito muy popular. Allí conocí los primeros tuk tuks tailandeses (por cierto, los tuk tuks de Camboya, en Siem Reap, me parecieron más simpáticos y limpios que los de los dos otros países).


(Foto derecha: garruda y garrulo, en el Palacio Real de Bangkok)

Empezamos la visita a la capital dando un paseo en barca. ¿Qué digo? Era una embarcación con una eslora bastante larga y estrecha, con un estruendoso motor fuera borda, de aquellos que llevaban los camiones diesel de la casa Barreiros…

Recorrimos infinidad de canales, por el río MAE NAM CHAO PHRAYA, ¡hay que ver que nombre más largo!

Los canales se sucedían unos a otros, pero la visión no cambiaba: en sus márgenes se asentaban, de una manera no lineal, las cabañas de madera sobre pilotes.
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Las aguas estaban repletas de pedazos de plantas flotantes, que habían sido cortadas por las potentes hélices de las embarcaciones.


De vuelta al embarcadero, nos dirigimos hacia el GRAN PALACIO, bañado por las aguas del dicho río. Grandioso y muy bien restaurado.

También me gustó la gran casona hecha toda ella de teca, llamada VINMANMEK TEAK MANSION, según parece, la más grande del mundo construida en madera de teca, sin ningún clavo ni remache.

En fin, hicimos otras visitas a otros tantos lugares, destacando los templos de SUKHOTHAI, que me recorrí con una bici de alquiler, llevando atrás a mi querida esposa, que no se puede decir que sea un peso pluma (tampoco es para tanto, ¡la pobre!). Para mí supuso un gran esfuerzo, claro que “ya no doy para más”.


En CHIANG MAI, ya cansados de tanta piedra monumental, nos limitamos tan sólo a recorrer mercados, un tanto variopintos, impregnados de un sinfín de olores y sabores. El mercado de las flores, impresionante para la vista, ¡qué de colores y perfumes! Composiciones realizadas con exquisito gusto, muy atractivas y, sobre todo, muy, pero que muy baratas. En fin, este recorrido fue un auténtico gozo para todos los sentidos.

¿Y en el otro extremo de la escala?

Mamá: El calor en pleno invierno. Visitar los templos bajo el sol fue agotador. No quiero pensar lo que hubiese sido en verano.

Papá: Aquí no me voy a explayar mucho, porque nos resultaría a todos un tanto desagradable. Pero, en fin, creo que la pregunta es lo que busca o persigue.

Lo que vi en Bangkok no me gustó para nada. Ya afirmé en algún pasaje de mi escrito, que las grandes ciudades me producían alergia; me ratifico sobre lo dicho refiriéndome a Bangkok.

En la parte moderna de esta ciudad existe un brutal contraste entre lo rico y lo pobre, entre las grandes torres de cemento y las míseras casas de madera y planchas de hojalata mal ajustadas. Entre estas construcciones, en medio de sus calles, se levantan enormes pilares de cemento para sostener el tráfico rodado; son verdaderas autovías e intercambiadores con peaje, que alcanzan el mismo nivel que un edificio de tres o cuatro plantas. ¡Qué horror!

(Cualquier parecido entre la fecha marcada por la cámara de mis padres y la realidad, es pura coincidencia)

En la parte popular de la ciudad, respiras los gases que se desprenden de los tubos de escape de los motores, sean motocicletas (con lo que más se desplazan los nativos), tuk tuks (cantidades industriales), coches de la marca Toyota y otras japonesas (todo lo que lleva un motor es de marca nipona). Para colmo de los colmos, las tiendas ambulantes de ropa y los puestos de comida entremezclados invaden las aceras, tienes que hacer malabarismos cuando te cruzas con alguien.

Los malos olores de los desagües, los gases de las motos y los guisos de sus comidas formaban un ambiente, para mí, bastante desagradable.

Bueno, a pesar de todo esto, conocí un poco de la vida en Asia.

Y ahora, una ronda de preguntas rápidas, de ésas a las que uno debe contestar a bote pronto y sin pensar.

¿Mochila o Samsonite?

Mamá: Al final, se me hace más cómoda la mochila.

Papá: Está claro que son dos formas muy diferentes de viajar. Según el tiempo del que uno disponga. Para viajes cortos, Samsonite.

¿Viaje organizado o improvisado?

Mamá: Improvisado, siempre que uno disponga de una “experta guía”.

Papá: Improvisación, sólo para viajes largos.

¿Navidades en casa o en Asia?

Mamá: En Asia, sin ninguna duda.

Papá: Las prefiero y disfruto más en casa (en noche vieja despedí el año con un bocadillo de atún, sin comentarios).

¿Tailandia, Laos o Camboya?

Mamá: Todos tienen su encanto, pero he estado más en Tailandia y creo que me llevo más recuerdos de allí. Incluido el recuerdo de Wichan.


Papá: Camboya, impresionante por el conjunto de templos de Angkor; Tailandia, por su gran diversidad; Laos, por su flora y el espectáculo que ofrece el río Mekong.


¿Y una frase que rime con “Me gusta Camboya”?

Mamá: “Y el mar y sus boyas”.

Papá:
“Me gustaría ser la boya de una sirena en el mar”.

¡Pues sí que me han salido boyeros estos padres! Dejándonos de bromas, pasamos a un par de preguntas serias.

¿Qué pensáis de que vuestra hija se haya tirado un año de trotamundos mochilera?

Mamá: Que tiene suerte y que cuando uno es joven es cuando mejor se puede descubrir mundo. Nosotros llegamos algo tarde. Claro que durante este año he estado colgada de internet, esperando noticias y visitando diariamente el blog a la espera de nuevos textos.

Papá:
A mí, personalmente, me ha parecido bien. Has tenido un sueño hecho realidad.

¿Y qué le diríais si os anunciase que este año se vuelve a echar la mochila al hombro?

Mamá: No diría nada porque cada uno es libre de enfocar su vida con su propio criterio. Más preocupaciones para mí, porque siempre pueden surgir problemas en este loco mundo.

Papá: Me niego a contestar a esta pregunta, porque nos íbamos a enfadar.

*Gulp*…

................................................................. .(Hay amores que matan, ¿a que sí, gatito?)

Para terminar, ¿queréis añadir unas últimas palabras para el público lector de “Él y Ella on the trail”?

Mamá: Pues que he disfrutado leyendo el blog y viendo las fotos. Poder conocer esos lugares, un sueño. Espero poder repetir la experiencia en otros lugares, donde no tenga el problema de la barrera lingüística.

Papá: Esto lo dejo para la próxima ocasión, si la hubiere.


Nota: Creo que con esta entrevista, ha quedado patente y bien clarito de quién he heredado yo mi espíritu viajero y de quién la vena narrativa... Y tú, ¿qué opinas?


(Escrito por ella desde casita, en Castellón de la Plana, 11/02/08
)

08 febrero, 2008

Cuando lo bueno se acaba

Carritos para llevar las maletas sucios y viejos. Lavabos con tomas de corriente bañadas en óxido. Las puertas de embarque de la Terminal 1 del aeropuerto de Heathrow, de la 80 a la 90, alojadas en una alargada y claustrofóbica semicircunferencia que parece un túnel con techo de plancha de acero corrugado, como si de un hangar de la II Guerra Mundial se tratase. El vuelo de Aer Lingus de las 06.50 am a Dublín, cancelado. El de las 10.00, en que me reubican, aparece en la pantalla como retrasado hasta las 10.30 y no despegará hasta pasadas las 11:00. Después de 14 horas de vuelo, he llegado a Europa, la cuna de la civilización occidental y abanderada de todo tipo de ideas liberales y progresistas. ¡Y como estoy echando de menos incluso los limpios y modernos aeropuertos de Bangkok y Singapur! (y, en ambos casos, su Internet gratuito, no como aquí que no solo es de pago - a 6 Libras la hora - sino que, además, no funcionan los enchufes de la colorida y publicitada zona de conexión, con lo que la batería de mi portátil fallecerá bastante antes de que las ruedas de mi avión pierdan el contacto con la pista).

En mi adoptivo Dublín me esperan vientos racheados, 12 grados centígrados y nubes que amenazan lluvia, la antítesis de la temperatura y climas que me despidieron en Singapur hacía sólo 16 horas.

¿Qué se siente cuando uno vuelve a Europa, después de 12 meses de viaje por Asia?

La sensación dominante es que se abate sobre ti la tristeza. No se puede negar que un viaje como el que yo he disfrutado tiene un indudable atractivo: sin horarios, sin estar permanentemente desviando la mirada hacia el aviso de nuevo mensaje en Outlook y las manos tecleando en Excel, sin reuniones continuas, con un teléfono que rebosa de mensajes y llamadas perdidas cuando vuelvo a mi cubículo, sin presentar informes a diario, sin tener que justificar el ocasional error de alguien de mi equipo, sin entrevistar a candidatos para cubrir un puesto vacante, sin horas extras no pagadas, sin tutelar, escuchar, guiar y enseñar y mimar a mi equipo, sin reuniones periódicas con managers de mi empresa y del cliente, sin una necesaria adicción a la gratuita cafeina y una auto impuesta dieta de sandwiches y bocadillos frente a la pantalla del ordenador.

Sin trabajar durante un año.

¿Cómo no va uno a estar triste cuando ha de decirle adiós a un año sin ninguna atadura laboral o académica? Pero no es sólo lo que NO he tenido que hacer, sino también lo que he PODIDO hacer. No he pasado un año sin hacer nada. Al contrario, he hecho muchas cosas y la mayoría de ellas no se me habían pasado por la imaginación tan solo un par de años atrás. Y cada una de ellas ha sido una experiencia mágica o irrepetible, mundana o extraordinaria, cotidiana o asombrosa y, sobre todo, nueva.

Y eso te llena de alegría que se transmuta en tristeza cuando te das cuenta de que lo dejas atrás y no sabes cuando podrás volver a disfrutar de eso tan sencillo y complicado que es vivir al ritmo que tú le marcas a la vida, cuando ella se deja mimar.


Nota: Pero la tristeza no puede ganar la partida, no hay tiempo ni lugar para derrotismos. Al volver, tienes que reconstruir tu vida y yo me he permitido el lujo (otro más) de tomarme un paréntesis, en forma de seis semanas de aclimatación al invierno y a Occidente. Primero, una semana que ya ha acabado, visitando a mis amigos en Dublín y Madrid, después, este mes en Asturias, con mi madre y más amigos. Luego, una última semana en Londres, visitando a una amiga. Sólo después, con lo que espero sea una mejor predisposición y un ánimo más alto, la vuelta a Irlanda, a un nuevo trabajo, a una nueva casa.

Y, repartidos entre ella, Avilés y mi corazón, los recuerdos de un año inolvidable que pasó volando...

(Escrito por él desde Singapur, Heathrow, Dublín y Madrid entre el 19 y el 26 de Enero de 2007)