23 enero, 2008

¡Paella!

Un breve saludo desde casa, donde empezó ayer mi intensiva terapia arrocera contra la depresión post viaje.

Mi menú de ayer fue paella. El de hoy, sobras de la paella de ayer. Y a la pregunta materna de qué vas a querer comer mañana, tras pensármelo unos segundos, contesté: ¡arroz negro! (hombre, que no va a ser todo paella).

Pues sí, como si no hubiese comido suficiente arroz en Asia, aún voy y pido más (en realidad, estoy realizando un estudio experimental de caso único, sobre mi resistencia metabólica al estreñimiento auto inducido, una temática altamente escatológica, tan apasionante cuan delectable).
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Bueno, no os aburro más con mis elucubraciones gastronómicas e intestinales. Solamente deciros un par de cosas.

A mis amigos de Castellón, que me muero de ganas por veros. Eso sí, durante el próximo par de semanas, voy a optar por la reclusión voluntaria. No es que me dé miedo salir a la calle (aunque tal vez no me venga mal un tiempito de adaptación para hacerme a la idea de que se me acabaron los tuk tuks y los puestos de comida callejeros con brochetas de pollo a 40 céntimos la pieza), sino que estoy metida de lleno en mis libros. Como parte de mis resoluciones para el 2008, está el sacarme un par de asignaturas de primer año de Psicología (tomándomelo con mucha parsimonia, sólo me he matriculado a dos, la bonita y la maría). Así que estoy en plan empollona, como en lejanos tiempos (Cesítar, ¿te acuerdas de esos cafés eternos que eran nuestros “descansitos” en la biblioteca? Avísame si te apetece tomar uno ahora, ¡ya sabes que yo me apunto en un plas!).

A nuestros fieles lectores, que aunque el viaje haya terminado, todavía nos quedan unos cuantos textos por publicar para terminar de vaciar nuestros tinteros. Sobre todo por parte del Junior, que aún tiene pendiente el contarnos sus aventuras por tierras birmanas. Y en cuanto pasen mis exámenes, prometo contaros un par de historias yo también, ¡con confesiones incluidas! Con que no nos perdáis completamente de vista todavía, que aún tenemos un par de sorpresas en la manga para vosotros…

Muchos besos a todos y especialmente a mi Juni, que está ahora mismo pasando frío en Dublín. Te echo de menos, cielo.

(Escrito por ella desde casita, en Castellón de la Plana, 23/01/08)

21 enero, 2008

El último Sling

El último mes de mi viaje ha sido como una cuenta atrás, cada segundo acompañado de un recuerdo y una despedida. En un breve peregrinaje por mis rincones preferidos de Asia, he vuelto a recorrer, en orden inverso, los lugares que hace ya casi un año descubriera junto a Él.

Primero, Bangkok; luego, Chiang Mai, con una breve escala en Sukhothai; Luang Prabang, donde dimos la bienvenida al año nuevo laosiano; Siem Reap, donde esperamos un amanecer delante del milenario templo de Angkor; Koh Lipe, donde José se sumergió en el mar y yo en mí misma. Mi pequeña trayectoria circular concluye en Bangkok, donde hace cinco días, me reuní nuevamente con mi compañero de aventuras, recién regresado de Birmania.

Ayer, en Singapur, nos tomamos el último Sling. Nada menos que en el Raffles (el “Ruffles”, como lo llamamos nosotros), uno de los más prestigiosos y legendarios hoteles del sudeste asiático. Un año antes, nos habíamos conformado con tomarnos unas fotos en el patio, mientras turistas más adinerados se tomaban sus cócteles sentados en la barra del atrio. Esta vez, en cambio, veníamos decididos a brindar también nosotros, como diría el Junior, “throwing the house out of the window!” (21 dólares singapurenses por sling, 32 si te quieres quedar el vaso de recuerdo, más un 7% de recargo y un 10% de propina obligatoria, total: un auténtico atraco – por supuesto que nosotros, como recuerdo, con un par de posavasos ya nos dimos por sobrados).

Y ahora, exactamente un año después del comienzo de nuestro viaje, henos aquí, a más de 11.000 metros de altitud, encapsulados en un Boeing 747 de la British Airways. A mi izquierda, una rubia despampanante mira “Cuatro bodas y un funeral”. A mi derecha, el hombre del antifaz duerme para no pensar. Y ante mí, en mi pantallita individual, leo que ya sólo nos quedan dos horas para aterrizar en Londres, donde José y yo volveremos a separarnos. Él saldrá disparado para no perder su conexión a Dublín, mientras yo me quedaré matando horas en la Terminal 2 de Heathrow, a la espera de mi vuelo a Valencia.

Llevamos un par de días repitiéndonos como discos rallados: qué rápido se nos ha pasado el año, parece que fue ayer, no quiero que termine el viaje, qué duro es volver, quién iba a decirnos que esto nos iba a costar tanto... Hace cosa de seis meses, en un ataque de nostalgia, nos pusimos a hacer elenco de todas las pequeñas cosas con las que íbamos a regocijarnos de vuelta a casa. He de confesar que el órgano de la morriña no es el corazón, sino el estómago, por lo que en los primeros puestos de nuestra lista figuraban la fabada (para él) y la paella (para mí). Sin embargo, ahora que ya se nos acerca la hora de ponernos las botas con las delicias culinarias de nuestras respectivas mamás, ni poniéndonos delante una tortilla de patata lograríamos sacudirnos estas caras de sepultureros.

Como le decía ayer a José, me siento como el hombre de la cueva platónica que, temporalmente liberado de sus ataduras, ha salido a respirar el aire exterior y a mirar el mundo bajo la luz del Sol. Y ahora, después de un año de libertad, se le pide que regrese a la penumbra de su cueva, donde sólo podrá ver las sombras de objetos proyectadas en la pared. Así como él, durante un año entero, nosotros hemos probado la miel de una vida sin obligaciones y sin apenas restricciones, y ahora, muy a pesar nuestro, hemos de volver a una realidad hecha de horarios forzados, de términos impuestos, de objetivos ajenos y de mínimos momentos de libertad condicionada.

Por supuesto, soy consciente de que no tengo ningún derecho a quejarme. Al contrario, he de estar muy agradecida por la suerte extraordinaria que ha sido el poder realizar este sueño. Como dijera el multimillonario Warren Buffett, dirigiéndose a un aula de estudiantes de la Universidad de Nebraska: “We´ve had a lucky ticket” (nos ha tocado un billete afortunado) y continuaba diciendo, “Our ticket says White” (nuestro billete dice Blanco), “our ticket says Intelligent” (nuestro billete dice Inteligente).

Me atrevo a decir que, aunque más humildemente, a nosotros también nos ha tocado un billete afortunado. Hemos tenido el privilegio de nacer en países desarrollados, de recibir una educación, de conseguir buenos trabajos, de gozar de un buen nivel de vida, de prosperar y ahorrar sin excesivas privaciones, de permitirnos renunciar a nuestros empleos por un tiempo, de tener unos pasaportes y de que nadie nos impidiera usarlos.

Para muchos, lo que hemos vivido es una utopía, un sueño inasequible. Ahora mismo, no estoy ni tan siquiera pensando en el campesino birmano, el mendigo tibetano o la niña camboyana que se gana la vida en un vertedero de basuras, sino en el aburguesado taxista singapurense que anteayer nos conducía del aeropuerto a nuestro hotel. Nos comentaba que aunque a él también le encantaría viajar como nosotros, durante todo un año, eso es algo completamente inimaginable para él. Todos los días, salvo domingos, tiene que conducir su taxi desde las seis de la mañana hasta las seis de la tarde: “This is the asian life” (ésta es la vida asiática), nos decía con un tono mixto de aceptación resignada.

Así que tendremos que hacernos al ánimo nosotros también y aceptar nuestros destinos con alegría, sacando partido de los placeres más simples y sutiles de esta vida, sin dar nada por descontado y apreciando todo lo que tenemos.

Brindemos por un feliz regreso a nuestra “european life” y… ¡por nuevos comienzos!

José y yo, brindando en el bar terraza del Raffles Hotel. Más que un último sling, quiero pensar que éste será el primero de muchos (en esto estoy segura de que el Juni discrepará conmigo, ¡sobre todo si ha de ser él quien pague de nuevo la cuenta!).

(Escrito por ella desde el cielo, en algún punto entre Moscú y Londres, 21/01/08)

13 enero, 2008

Por el amor de una mujer

Por el amor de una mujer, un hombre es capaz de las mayores vilezas y los mayores sacrificios.

Puede robar a un mendigo, matar a un hombre santo, golpear a quien le dio la vida. Puede mentir y traicionar, engañar y chantajear. Puede escupir en la cara a su mejor amigo si este osa decir algo en contra de su amor.

Puede también dejar de beber si ella se lo pide, cambiar hábitos nocivos por otros más saludables, incluso puede cambiar las malas compañías por otras menos dañinas. Puede encaminarse por el recto camino del que se había apartado y abrazar una vida que antes rechazaba.

Porque al enamorarse uno pierde la noción del Bien y del Mal, o, mejor dicho, ya no se basan en la moralidad o las leyes, sino en lo que favorezca o perjudique a la mujer amada. La pasión nos arrastra como un caballo desbocado al que montamos mientras nos reímos a carcajadas.

Un hombre enamorado es un hombre invencible, no hay batalla grande o pequeña a la que no acuda confiado en la fortaleza de sus armas. No hay enemigo que le pueda hacer frente si cuenta con el respaldo de su amada.

Un hombre enamorado es también un loco, que desafía a la lógica y la cordura, a la seguridad de lo establecido y respetable. En su mente no hay convencionalismos ni reglas, escritas o no, que le repriman.

Por Ella se hace cualquier cosa. Y por su pérdida se llora de manera inconsolable.

Cuando uno tiene a su alcance todos los recursos de un Mahraja, un hombre enamorado es capaz de construir algo tan hermoso como es el Taj Mahal. Ha sido descrito como "Una lágrima en el rostro de la eternidad" (Rabindranath Tagore) o "La forma corporal de todas las cosas puras" (Rudyard Kypling)

El Taj fue construido por el Emperador Shah Jahan como un monumento funerario en memoria de su segunda esposa, Mumtaz Mahal, que murió al dar a luz a su catorceavo hijo, en 1631. Su muerte la partió el corazón de tal manera al emperador que se dice que su pelo se volvió gris de la noche a la mañana. Nada se dice de noches de insomnio o de llorar amargamente a escondidas, pero no hace falta que eso se escriba en los libros para saber que el monarca sufrió una pena infinita.

La construcción del monumento comenzó en ese mismo año de 1631 y no se completó hasta, aproximadamente, 22 años después. En total, unas 20.000 personas de India y Asia Central trabajaron en el edificio. Se trajeron especialistas, incluso de la lejana y exótica Europa, para trabajar en el mármol y los millares de piedras semi preciosas que se emplearon en la obra.

Pero el coste de tamaña declaración de amor fue tan excesivo que, poco tiempo después de terminado, Shah Jahan fue derrocado por su propio hijo Aurangzb, que le hizo encerrar en el Fuerte de Agra donde, por el resto de sus días, sólo podía atisbar su creación a través de una ventana.

Al morir en 1666, Shah Jahan fue enterrado aquí, al lado de Mumtaz, y sus cuerpos reposan juntos, para siempre, como, tal vez, ambos se encuentren juntos en el Paraíso del Profeta.



(Visitado el 15/12/2007; texto escrito por él en Bagan, Myanmar, el 03/01/2008)

Una hindú atípica

Ser mujer no es fácil o sencillo en ningún país del mundo, tal vez con la excepción del Norte de Europa. No estar casada a una edad en que la mayoría de tus compatriotas ya les han dado nietos a sus madres, ya te convierte en una excepción. Maldecir, fumar y beber como cualquier hombre y vestir de una manera occidental tampoco ayuda. Trabajar en una profesión como el periodismo, no es lo que se espera de una fémina en la India.

Esa es mi amiga Padmaparma Gosh, una hindú atípica.

Padma trabaja para el periódico económico "The Mint", en su sede de Delhi, muy cerca de Connaught Place. Todas las mañanas conduce al trabajo su propio coche, como hace cualquier hombre (frase con doble sentido que quien haya ido de copiloto o sentado en un taxi por cualquier ciudad asiática comprenderá perfectamente). Afortunadamente, atrás quedaron los tiempos en que tenía que desplazarse usando el transporte público metropolitano, siendo sometida casi a diario, como cualquier otra mujer, a tocamientos y roces nada accidentales. Alguna que otra vez tuvo que avergonzar en público, en voz alta, al acosador. Y alguna vez la mano que tocó carne fue la suya, en forma de sonora bofetada en la mejilla del sinvergüenza. Si en el avanzado Japón el Metro tiene vagones exclusivamente femeninos para evitar estas situaciones, aquí en los autobuses públicos las mujeres tienen reservados asientos, no por educación o deferencia, sino para agruparlas en una zona segura y protegerlas del acoso.

Desgraciadamente, en la India predomina la idea de la subordinación de la mujer frente al hombre, ya sea padre o, especialmente, marido. Es una sociedad mayoritariamente conservadora y machista, y una de las sorpresas más desagradables que se lleva uno es comprobar como los hombres miran lascivamente a las mujeres extranjeras, incluso a las que visten de manera más recatada y acorde a la moral del país. En unos pocos segundos les recorren el cuerpo con la mirada de una manera sencillamente asquerosa.

La situación de las mujeres en la capital, Delhi, es casi similar al de las europeas o estadounidenses, pero en el resto del país, ese gigantesco 99% del territorio y población, las cosas siguen como hace cien o doscientos años, sin ningún tipo de evolución hacia la igualdad, pese a las políticas de los sucesivos Gobiernos. Hay cosas que no han cambiado, sólo se han modernizado, desde antes de los tiempos en que la India era la perla de la corona.

Por ejemplo, en los periódicos hay una sección dedicada a buscar matrimonio. No es el típico "Divorciado, 40 años, sin hijos etc." sino que entre los datos que se proporcionan está la casta del novio o novia, y los anuncios los pone su familia. Porque una boda es una cosa muy seria que no se puede dejar al azar, y eso incluye la fecha de la celebración de la misma y la dote. Lo primero, que en Occidente depende de los meses más cálidos, aquí lo eligen las estrellas, pues es la conjunción de determinados planetas y la astrología las que dictan los días y semanas más propicios. Este año 2007 ha sido en Noviembre y desde que se supo, ha habido una carrera para conseguir restaurantes, pues llegan a haber cientos de bodas a diario, apurando los días más propicios del calendario.

Lo segundo, la dote, es causa de endeudamientos e incluso suicidios y asesinatos, en caso de que no se pueda conseguir una cantidad suficiente para el prestigio o nivel de la familia. El honor, como en una España profunda que aún repta bajo la superficie del talante, provoca derramamientos de sangre.

Donde no llega la sangre al río, y la picaresca es más latina que la de los latinos, es a la hora de conseguir una vivienda digna. El apartamento alquilado en que mi amiga vive con su madre (otra mujer atípica, pues es una divorciada en un país que se horroriza ante tal idea; y que, por cierto, cocina divinamente riquísimos platos bengalíes y me ha mimado con esmero durante mi estancia en su casa) es absolutamente ilegal. La licencia municipal para este edificio sólo permite una construcción de pisos determinada pero los del, teórico, último piso, los caseros que viven debajo de ella, han construido un piso en lo que debería ser, de acuerdo a planos y permisos, una terraza.

¿Cómo llega la electricidad? Pues es una derivación del cableado y consumo del piso de abajo, incorporando un contador para calcular y pagar correctamente los consumos.

¿Línea telefónica? No es ningún problema, sólo hay que pagarles una pequeña suma a los operarios, que no se llama nunca soborno, ni aunque se trate de un policía que nos vaya a "perdonar" una sanción de tráfico.

La situación no es nada excepcional en India, más bien al contrario y está relacionada con la discrepancia entre lo que calculan las autoridades como crecimiento de la población y el que realmente ocurre, consecuencia de inmigración interior y de la más que evidente superpoblación. Cuando los planificadores de una ciudad calculan las infraestructuras (por ejemplo electricidad o alcantarillado) de una determinada zona, lo hacen conforme a una determinada población. Pero ésta crece, generalmente sin control, y entonces se desbordan las previsiones y surge esa picaresca que sería envidiada por los italianos, maestros en las lides del timo al Estado.

Algún día, tal vez no muy lejano, Padma se casará pero estoy seguro de que por mucho tiempo seguirá fumando como un carretero, bebiendo como un cosaco, conduciendo como un hombre y, sobre todo, riéndose de los convencionalismos con los que la vida le quiere encorsetar.

Bien por tí, Padma.




(Escrito por él desde Myitkyina, Myanmar, el miércoles 9 de Enero de 2008)

Los tesoros de Rajastán

Al caer la noche sobre la ciudad, en torno a las luces de las farolas se forma una aureola difusa provocada por las partículas de arena en suspensión. Esta fantasmal esfera permanece, pese al viento, como el halo de los santos cristianos en una tierra poblada por infieles. Las calles se vacían pronto de paseantes e incluso se hace infrecuente ver circular uno de los negros y amarillos "autorickshaws", omnipresentes el resto del tiempo. Para cuando vuelvo a mi hotel, después de haber estado conectado a Internet en un establecimiento cercano, toda mi ropa está cubierta de un finísimo polvillo levemente dorado. El Oceano y el Desierto siempre encuentran la manera de atravesar las puertas y los muros que les pone el hombre. Estoy en Bikaner, una ciudad al Noroeste del Estado indio de Rajastán (con una población superior a la de Francia sobre una menor extensión de terreno), y en medio del Gran Desierto Thar.

Las tres formas de transporte urbano más comunes en Rajastán: ciclomotor, trickshaw motorizado y el carro de tracción animal, camello en el caso de las poblaciones del desierto.

En Delhi, la tremenda contaminación y suciedad ambiental provocaban que las mucosidades nasales se volvieran tan negras como la capa de porquería que crecía bajo mis uñas. No importaba cuantas veces al día te lavaras o te sonaras, en la gigantesca capital la contaminación se podía, literalmente, tocar con las manos. Creo que es el sitio en el que más sucio me he sentido, pese a contar (y usar a diario) con una estupenda ducha de agua caliente en mi habitación. Ni siquiera en Mongolia, recorriendo el Desierto del Gobi durante siete días en los que no había posibilidad de ducharse (el agua era allí más que un lujo y una necesidad juntos), había sentido la roña tan enquistada en mi cuerpo.

En Bikaner, como antes en Jaisalmer o en Jaipur, es la arena la que se convierte en una segunda piel, acompañándote desde que sales a la calle hasta que vuelves, cansado, a tu habitación. Pero merece la pena porque Rajastán está llena de tesoros, deslumbrantes y coloridos unos, ocultos y sutiles otros.

En Jodhpur os espera una colosal visión: sobre una colina de 125 metros de altura, desde el siglo XV vigila la Ciudad Azul el espectacular Fuerte Meherangarh. No es sólo un monstruo decorativo, pues ha sufrido asedios y ataques y en sus murallas se ha derramado más de una vez la sangre de los defensores Rajputs.

A sus pies, en el lado Sur, hay un laberinto de callejuelas en las que habitan casi un millón de personas. Mientras que, probablemente surgido como atracción turística, el color azul está presente en todo tipo de edificios, es en el lado Norte, en la zona original de los Brahmanes, donde tiene su sabor más auténtico y su origen más étnico.

Como un gigantesco Lego de casas de una sola planta, se desparraman las construcciones, cruzadas por callejuelas en las que transitamos pocos turistas, muchas motocicletas y alguna somnolienta vaca. Mujeres con coloridos y vistosos saris y hombres de turbante se acercan a hacer sus compras al "Mercado Sardat", que circunda la Torre del Reloj. Verduras y frutos secos, ropa y calzado, pero sobre todo especias, son los productos que más destacan en los puestos callejeros.

Daos el paseo cuesta arriba hasta el Fuerte, pagad las 250 rupias (poco más de 4 Eur) de la entrada (incluye el permiso para hacer fotografías y una increíblemente práctica y bien realizada "audio-guía") y dejad que la voz del Maharaja, entre otros, os guíe por las distintas estancias y, también, por distintas épocas de esplendor, gloria y caballerosidad, cuando se elegía "Muerte antes que deshonor".

El fuerte Meherangarh

A treinta kilómetros al Sur del ya mencionado Bikaner (donde deberéis haber visitado el Fuerte-Palacio), encuentro una curiosidad de esas que sólo ocurren en países dominados por la religión de Vishnu o la de Buda: un templo que acoge a centenares de ratas, sagrado objeto de devoción por parte de los fieles.Cuenta la leyenda hindú que Karni Mata, una encarnación del siglo XIV de Durga, le pidió al Dios de la Muerte, Yama, que le devolviera la vida al hijo de un apenado narrador de historias. Cuando Yama se negó, Karni Mata reencarnó a todos los narradores en ratas, dejando a Yama sin sus humanas almas.

Un grupo de ratas sagradas disfruta de un plato de leche


Las ratas sagradas (kabas) campan a sus anchas por el suelo del recinto, pero resultan ser más tímidas de lo que uno esperaba. Comparten la comida con palomas, que han descubierto en el templo un lugar donde alimentarse, y si uno se les acerca demasiado, se apartan. Aunque si uno se está quieto y se encuentra en su camino, notará como los roedores pasan corriendo, casi indiferentes, por encima de sus pies (como en cualquier templo, descalzarse a la entrada es de rigueur). Por cierto, si veis una rata blanca, como me ocurrió a mi, dicen que es un signo de buena suerte hindú (claro que como yo soy cristiano, no creo que me toque la Primitiva y no me ha llegado ningún email de Asturias diciendo que el Sorteo del Niño nos haya sonreído). Algo curioso es que, pese a no faltarles la comida, muchas de las ratas presentaban en sus cuerpos señales inequívocas de haber participado en peleas (desconozco si es algo endémico en esos animales o se trataba de un fenómeno puntual).

En los tiempos, y culturas, en que las mujeres eran objetos propiedad del marido (ni unos ni otras tan lejanos ni extintos) el Maharaja de Jaipur Sawaj Pratap Singh construyó, en 1799 el Hawa Mahal o Palacio de los Vientos, para dar a las mujeres de la corte la oportunidad de observar la vida en las calles de la ciudad. De aquel edificio, hoy sólo permanece en pie poca cosa visitable más que una fachada de cinco pisos de altura, de color rosáceo (en 1876, otro Maharaja, Ram Singh, pintó la ciudad de rosa, color asociado con la hospitalidad, para dar la bienvenida al Príncipe de Gales y futuro Eduardo VII).

En la misma ciudad, Jaipur, no podéis dejar de visitar su Palacio, un complejo de patios, jardines y edificios en los que aún reside el actual Maharajá, aunque es dudoso que coincidaís con él, pese a su campechanía. Las zonas visitables incluyen, entre otras, el Mubarak Mahal (un centro de recepción para las visitas de dignatarios) y la Armería (en los antiguos apartamentos de las maharanis, las esposas de los maharajas) está llena de armas bellamente decoradas.

Demostrando que las vacas sagradas pueden ser tan mansas como las demás, Isabel confraterniza con una habitante de la localidad


¿Queréis ver otro Fuerte sobre una montaña que se proyecta, a la vez amenazador y protector, sobre una ciudad? Entonces, tomad el tren nocturno y encaminad vuestros pasos hacia Jaisalmer. Podreis penetrar en la ciudadela-fuerte erigida en la colina de Trikuta, con 99 enormes bastiones (o havelis) en los que el paso de tiempo ha destinado que su uso se convierta en algo tan pacífico como hostales, restaurantes, o talleres de artesanía y costura.

Despojado de su epicentro comercial en rutas que llevaban hasta Pakistán, las guerras de India con el vecino del Oeste en 1965 y 1971 le han vuelto a otorgar una gran importancia estratégica. En mi viaje en tren no pude dejar de observar gran cantidad de carros de combate y vehículos acorazados de transporte, siempre a relativa cercanía del ferrocarril. Además, todos los días sobrevolaba la ciudad algún helicóptero militar, de transporte Mil Mi-8 o de ataque, Mil Mi-24 (el aeropuerto situado en las inmediaciones lleva años cerrado al tráfico civil, pero no al militar). Estamos en una zona sensible, no sólo para la Historia antigua, sino también para la de los siglos XX y XXI, pero el turismo mueve montañas y, a veces, pacifica a los guerreros.

Para que veáis que ser "Bond...James Bond" está casi al alcance de cualquiera, no tenéis más que alojaros en la Isla de Jagniwas, en medio del Lago Pichola, en Udaipur. Allí se encuentra el "Lake Palace Hotel" donde se rodó parte una de las películas de la saga de 007, "Octopussy", allá por los años 80, con Roger Moore encarnando al mujeriego agente al servicio de Su Graciosa Majestad (tengo que enterarme de cual es la frase original en inglés, porque nadie les presume a los monarcas británicos tanto sentido del humor). El palacio cubre por completo la isla y fue construido por el Mahraja Jagat Singh II en 1754 y es hoy un hotel de superlujo. Si no os podéis permitir alojaros allí, tal vez os podáis permitir el visitarlo para comer o cenar, la única otra forma de acceder a él. ¿El precio del buffet? Europeo, lo que en India se traduce como "una barbaridad" (o un no muy caro capricho).

En la orilla Este del lago, se alza el Palacio de la Ciudad, el mayor de Rajastán, con una fachada de 244 metros de longitud y 30 de altura. Es curioso que, como podéis ver en la fotografía, retiene una cierta uniformidad en su construcción pese a que en realidad se trata de un conglomerado de edificios creado por distintos Maharajas. A los pies del palacio y continuando por la orilla del lago en dirección norte, merece la pena acercarse a los gaths donde los hindúes se bañan y lavan la ropa, como se hacía en la España rural de otros tiempos.

Tomaros un descanso de Palacios, Fuertes y Maharajas, visitando Pushkar. Dice la leyenda que Brahma dejó caer una flor de loto sobre la superficie de un lago y allí surgió la ciudad. Como objeto de peregrinación, su carácter sagrado prohibe que en ella se consuman drogas (aunque el bhang - marihuana - puede aparecer incluso en un batido), alcohol (pero si se pide discretamente...), huevos, carne...o las parejas se besen en público (esto último es cosa corriente en toda Asia, aunque demasiados extranjeros lo incumplen, trayéndose aquí sus costumbres e ignorando las de los locales). En torno al lago se agrupan 52 gaths (en uno de ellos se esparcieron las cenizas de ese apóstol de la no violencia, el asesinado Ghandi) y es en ellos donde los peregrinos acuden a bañarse en sus sagradas aguas.


Hay muchos turistas que pierden el sentido entre sus callejuelas, rodeados de olores a especias, puestos de venta de tikka, los sadhus que pasean por el pueblo o meditan junto al lago, y acaban pasando aquí más días que los originalmente planeados. Los reconoceréis por sus largos pelos con trenzas rastas (como si llevaran "un pulpo en la cabeza", que dice mi amigo Vincent), pantalones amplios, bolsos de tela en bandolera (en general, ropa supuestamente local que un indio no se pondría ni en pleno subidón de bhang y que provoca la risa entre los locales cuando les preguntas su opinión a ellos, que prefieren unos pantalones vaqueros y una camisa de algodón blanca). Son los nuevos hippies, con los bolsillos llenos de valiosos Euros que aquí pueden estirar y estirar como si se tratara de goma de mascar.

Se pueden recorrer miles de kilómetros con el objeto de encontrarse uno mismo, ya que todos llegamos a la India perdidos y sin saber que esperar de éste país tan extraño, milenario, misterioso, poblado por timadores y santos, mendigos y lisiados, caras infantiles de grandes ojos que te persiguen buscando limosna, ruidoso, sucio, lleno de contrastes, con bombas atómicas y vacas comiendo basura en las calles.

Pero, sobre todo, fascinante.


Marionetas de fabricación artesanal apoyadas en un muro, a la entrada del castillo de Jaisalmer. A veces nos parece que eso es lo que somos nosotros, y que los hilos se mueven sin un sentido claro por obra y gracia de fuerzas que no comprendemos. Para unos Dios, para otros el Destino, pero desde las Parcas de la mitología helena, el hombre ha intentado, en vano, buscarle el sentido a esas acciones suyas que, para todos los demás, no tienen explicación. Por eso, una vez que en Occidente matamos al Dios cristiano, muchos son los que viajan a los países budistas e hinduistas buscando un sentido a sus vidas, buscándose a sí mismos. Porque ¿quién no ha perdido alguna vez el Norte?


(Escrito por él desde Myiktyina, Myanmar, el miércoles 9 de Enero de 2008)

01 enero, 2008

Volver a empezar

Con un estallido de fuegos artificiales sobre el Mekong, ayer se despedía el 2007 en Luang Prabang.

Empieza un año nuevo y, antes de proyectarme hacia adelante con nuevas resoluciones y deseos, quiero echar una última mirada atrás. Hora de recuentos.

Tanto para José como para mí, el 2007 ha sido un año intenso, rico en experiencias, sensaciones, descubrimientos y cambios. Sin embargo, no todo fue camino de rosas. Aunque ambos hayamos salido ganando mucho, también hemos tenido que renunciar a cosas importantes por el camino. Para bien o para mal, no hemos empezado juntos este año nuevo.

Leyendo de nuevo mis resoluciones pasadas, me siento afortunada de haberlas cumplido casi todas. Salvo la de leer la Biblia de principio a fin, una resolución en la que fracaso todos los años. Pensé que con tanto tiempo libre por fin iba a conseguirlo, pero otros libros (la mayoría prestados o regalados por otros viajeros) continuaron interponiéndose en mi labor. Al final, como siempre, me he quedado atascada en el Deuteronomio.

Sí conseguí escribir un diario de viaje, gracias a este blog, en el que a menudo me he dejado llevar por una vena intimista. Tal vez no haya sido muy informativa en cuanto a datos geográficos, históricos, políticos, y de interés cultural, pero confío en que dispongáis de mejores fuentes para agenciaros tales informaciones. Espero haber conseguido haceros partícipes de mi viaje, compartiendo con vosotros mis experiencias introspectivas por estos mundos. Gracias por haberme acompañado.

Sí llegué a conocer a la secta caodaista en Vietnam. Y a presenciar ritos funerarios en Varanasi. También asistí a las celebraciones del Pimai en Luang Prabang, hace ya casi nueve meses.

Por fin visité el vertedero de basuras de Phnom Penh, una asignatura que tenía pendiente desde que viniera por primera vez a Camboya, en marzo del 2005.

¡Hice senderismo por Nepal! Yo, que no soy amante del esfuerzo físico, tomé esa resolución un poco a regañadientes. Me planteaba hacer un “trek” cortísimo, como máximo de un día o dos. Al final, me pasé una semana sudando la gota gorda por el Anapurna. Las ampollas y roces ya se me curaron, pero aún tengo las uñas de los pies mutando de color rojo a verde, de verde a amarillo y de amarillo a negro. ¡El que se va a alegrar de volver a verme en el 2008 va a ser mi podólogo!

También vi cumplido mi deseo de viajar en autocaravana por Australia. Fueron momentos inolvidables, conduciendo con José por los valles vinícolas de Barossa y Claire, recorriendo infinitos kilómetros de autopista por el desierto, hasta llegar al monte sagrado de Uluru, en Ayers Rock.

En cuanto a tomarme un cafecito en casa de Sin, no sólo me bebí uno, sino más de treinta. En la terracita, disfrutando de la compañía de antiguos y nuevos amigos, así como de la de mis padres esta semana pasada.

Mi última resolución, la de no matar al Juni, también se ha cumplido. José, te deseo toda la felicidad del mundo, allí en Mandalay, donde estás ahora, como también a tu regreso en Bangkok, Singapur, Londres, Dublín y Avilés. Te quiero mucho.

A mi lista inicial de diez resoluciones, fueron añadiéndose otras durante el viaje. Una de ellas era un deseo. El de pasar estas fiestas con mis padres, viajando juntos por Asia durante mi último mes de vacaciones. El 19 de diciembre, aterricé en Bangkok con procedencia de Delhi y, en la misma sala de recogida de equipajes, me encontré con ellos que acababan de llegar de Madrid. Fue un bonito y largo abrazo, que ya es recuerdo entrañable e indeleble.


La otra, para quien aún se acuerde, era un secreto. Mi amiga Piluca, que trató de sonsacarme, no acertó a leerme el pensamiento. No, no se trataba de quedarme embarazada este año, ¡más bien de todo lo contrario! Afortunadamente, no tuvimos tales sustos.

Y ahora que termina mi periplo por Asia, ahora que se me acaba este año sabático con el que venía soñando desde cinco años atrás, ahora que estoy viviendo mi última etapa del viaje, ahora que pronto toca volver a la rutina cotidiana de mi vida en Europa, la pregunta que me hago ahora es… ¿y ahora qué?

Mis resoluciones para el 2008 se pueden resumir en una sola: volver a empezar. Una sola promesa, como un puño, que encierra sus cinco dígitos.

Dios. Estudios. Trabajo. Amor. Y el próximo Viaje.

La vida sigue.

Que seáis muy felices y que el 2008 os traiga paz, amor, salud y alegría.
¡Feliz Año Nuevo!

(Escrito por ella desde Luang Prabang, Laos, 01/01/08)