31 diciembre, 2007

No podía faltar

"Yarbiteul" y se reía.

"Excuse me?" y me inclinaba un poco a ver si podía entenderlo mejor.

"Yarbiteul" y volvía a reírse.

"Sorry, I don´t understand..." y me disculpaba con cara de, realmente, no entender lo que me quería decir.

"You are beautiful" y ya no sólo se reía ella sino también su amiga, la que acababa de llegar en ciclomotor.

Ah, caramba, ahora sí que entendía yo lo que me intentaba decir la chica del puesto callejero, en el que me acababa de comer una sopa de fideos con pescado.

La comida aquí es distinta, como las circunstancias, así que para esta noche yo no tengo compañía familiar o una cena con besugo, merluza (para el que no le guste el besugo), pavo y langostinos como vosotros. De hecho, el 31 de Diciembre es, en Mandalay en particular y en todo Myanmar, un día de lo más normal, dado que ellos celebran su Año Nuevo allá por Abril. Pero incluso desde aquí, donde la electricidad es irregular y el acceso a Hotmail está prohibido (pero "el que busca, y paga, encuentra") no podía faltar algo tan tradicional como la típica felicitación y las típicas promesas de fin de año...

Aquí van ambos, en orden inverso.


Promesas que hay que intentar cumplir:


a) Hacer ejercicio. Al lado de mi casa no tengo los Annapurnas y la dieta asturiana no se parece demasiado a la hindú, así que o me aplico a la tarea o los "kilitos" que he perdido los recupero, con creces, en un santiamén.

b) Disfrutar del tiempo con mi madre. Ese mes que me quedo en Asturias, a repartir el tiempo entre amigos y familia, pero dándole prioridad a ella.

c) Tomarse las cosas con paciencia y tranquilidad. Sí, que levantando la voz lo único que conseguimos es que nos suba la tensión y uno ha de empezar a cuidarse.

d) Mantener el contacto con toda la gente que he conocido durante este año, locales y viajeros. De todos he aprendido algo y espero haberles enseñado alguna cosa buena.

e) Mantener cerca, literal o electrónicamente, a mis amigos. Su apoyo, ayuda y consejos son siempre inestimables.

f) Quererme un poquito más, que me tengo algo abandonado con tantas experiencias ajenas y extrañas, durante el 2007.

g) Encontrar un trabajo que me guste y apasione. O, en su defecto, uno normal pero ¡muy bien pagado y con muchas vacaciones!

h) Seguir viajando...aunque no sea durante un año completo.

i)Vaciarla de vino y limpiar la botella. Él lo entiende, después de todo, fue idea suya ¿verdad?

j) Seguir mirando al mundo y sus gentes con los ojos del niño al que se le escapó la cometa.


La típica felicitación:


Que el 2008 no os traiga mucho dinero, sino el que realmente necesitéis, y apreciéis el esfuerzo con el que lo ganáis...

Que en vuestra mesa no falte nunca la comida, pero que tampoco sobre y se tire a la basura.

Que pongaís un poco de empeño en mejorar el ambiente en vuestra casa, trabajo, etc. Porque a veces una sonrisa obra milagros.

Que cuidéis a quienes os quieren y que ignoréis a quienes no lo hacen. Ellos se lo pierden.



Paz, Amor y Felicidad en el 2008


José,

Mandalay, Myanmar, 31 de Diciembre de 2007

(En la foto, tomada hace dos días, con el guía que contraté y con el que recorrí durante cuatro días las montañas cerca de Kyaukme, visitando poblados donde nunca habían visto a un hombre blanco, y disfrutando de la hospitalidad de esas gentes)

La Factoría de los Sueños

En estas fechas de trajín y festejos, en las que todos andamos algo frenéticos, haciendo y deshaciendo planes, despidiendo el año viejo y acogiendo el nuevo con resaca de ilusiones, tengo la suerte de poder tomarme un respiro. Es hora de la siesta en Luang Prabang. La vida fluye como un río tranquilo, con tal sosiego que hasta el tiempo parece detenerse.

Aprovecho la calma para acercarme a vosotros y contaros un sueño. No el mío, sino el de Sabriye.

Sabriye Tenberken nació en Alemania el 19 de septiembre de 1970. Una enfermedad degenerativa de la retícula fue mermando su vista gradualmente, hasta dejarla en la oscuridad total con tan sólo doce años.

Mientras tú y yo entrábamos en la pubertad afrontando crisis existenciales tales como un desastroso corte de pelo, una inoportuna erupción de espinillas y ese primer amor platónico para nada correspondido, Sabriye aprendía a mirar con la yema de sus dedos, a comer a tientas, a visualizar con la memoria, a desplazarse a oscuras, a ubicarse dentro de un espacio sin referencias visuales.

Desde muy joven, su vida ha consistido en la superación de obstáculos. Físicos, obviamente, pero también psicológicos y sociales. Cuando, tras licenciarse en la carrera de estudios asiáticos, solicitó una beca para realizar un proyecto en el extranjero, se topó con un muro. Acudió a varias instituciones, pero en todas ellas la respuesta fue unánime: “No podemos enviar a una persona ciega sobre el terreno, ¿porqué no se conforma usted con trabajar en su proyecto desde Alemania, atendiendo llamadas telefónicas, por ejemplo?”.

¿Conformarse? Ella nunca lo había hecho. Cuando se matriculó en la carrera, eligió estudiar chino, mongol y tibetano, pese a la oposición del profesorado. Le desaconsejaron fuertemente el tomar esta última asignatura, no sólo por la extrema complejidad del idioma tibetano, sino sobre todo por la total ausencia de material pedagógico para no videntes en este campo. Sabriye no cejó ante este primer problema. Había decidido aprender tibetano y su determinación le llevó a crear, partiendo de cero, un código de escritura braille aplicado a este idioma. Para apoyar su estudio, trabajó en el diseño de un programa que permitiese la impresión de textos tibetanos en braille. También produjo el primer diccionario braille alemán-tibetano.

El sueño de Sabriye consistía en viajar al Tíbet y crear allí una escuela en la que enseñar su sistema braille. Todos la escuchaban con interés, pero nadie se atrevía a avalar su proyecto. Después de recibir innumerables negativas, Sabriye comprendió que su sueño estaba completa y exclusivamente en sus manos, que no debía esperar el apoyo de nadie para realizarlo. En 1996, preparó su equipaje y, sola, se echó a volar.

Lhasa, para cualquier viajero, es una de esas ciudades que te ponen a prueba en más de un sentido: altitud, idioma, caos callejero, contraste cultural, corrupción… Para una persona ciega, es además un nido de trampas, con aceras plagadas de agujeros, desniveles, porquería y obstáculos. Todos los días, Sabriye volvía a su habitación con el bastón cubierto de mierda. Pero lo peor no era esto, sino los insultos que recibía en la calle: “¡Eh, mirad a esa blanca estúpida y torpe! ¡Qué risa! ¡A ver cómo se la pega!”.

En cualquier lugar del mundo, sufrir una discapacidad, ya sea física o mental, es una prueba difícil. En el Tíbet, es aún peor. Debido a una concepción mal entendida del karma, despojada de la primordial virtud budista, que es la compasión, el ser ciego, tetrapléjico o tullido es un castigo merecido. Estás en esta vida para saldar una deuda, para limpiar un karma sucio, has de pagar por el mal que has perpetrado en otras vidas, y nadie se detiene a ayudarte.

Para colmo de males, la proporción de ciegos en el Tíbet es diez veces superior a la media en occidente. Debido a las austeras condiciones de vida, a la dureza del sol, al viento, a la suciedad y al uso de carbón para calentarse, muchos niños pierden totalmente la vista a una edad temprana.

Sabriye, que iba recorriendo pueblos y aldeas a caballo, en busca de niños ciegos para su escuela, se encontró con situaciones auténticamente desesperadas.

Un niño había permanecido atado a su cama, para que no se hiciese daño, con lo que no sólo no había aprendido a desplazarse autónomamente, sino que tampoco sabía caminar.

Una niña de cuatro años sufría abusos físicos por parte de su padre, mientras su madre la insultaba llamándola “bruja”.

Otro niño había sido vendido por sus padres a una familia de Lhasa, con el fin de explotarlo para la mendicidad. Cuando no traía suficiente dinero a casa, era brutalmente castigado, a golpes y latigazos.

La primera clase de Sabriye contaba con tan sólo seis alumnos. Usaban un aula prestada, fuera de las horas de colegio. Más adelante, logró comprar un terreno para edificar una escuela permanente.

La construcción de esa primera escuela fue una continua pesadilla, topándose con trabas administrativas, una orden de expulsión por parte del gobierno chino, un pleito sobre la propiedad del terreno comprado, oposición de vecinos, corrupción y robo de fondos. Una importante donación que le había sido enviada desde Alemania fue a terminar en los bolsillos de una organización tibetana sin escrúpulos.

En más de una ocasión, Sabriye se sintió a punto de tirar la toalla. Afortunadamente, en esos momentos, contó con el apoyo de su pareja, Paul Kronenberg, un atractivo viajero holandés que conoció en Lhasa, y que se unió definitivamente a ella en 1998.

Durante los tres primeros años de su convivencia, Sabriye y Paul compartieron una minúscula e insalubre habitación, en la que apenas tenían espacio para moverse alrededor de la cama. Aquello, más que habitación, era una celda infestada de ratas, pero no podían permitirse nada mejor.

Hoy en día, se acuerdan de esos sacrificios y tribulaciones con orgullo. Fue un camino largo y angosto, pero mereció la pena. La satisfacción de ver la felicidad impresa en el rostro de sus niños, a los que se negaba incluso el derecho de existencia, no tiene precio.

Una mañana, llegando al colegio, se encuentran a un pequeño sentado solo en el patio, mirando hacia el sol, con una sonrisa de oreja a oreja. Se acercan a preguntarle porqué se le ve tan contento. ¿Imagináis cuál fue su respuesta?

“Soy feliz porque soy ciego”.

Para este niño, la escuela supuso una transformación radical. Aprendió a leer, a escribir, geografía, tibetano, chino e inglés. Incluso aprendió a usar ordenadores. Nadie en su pueblo sabe hablar inglés. Nadie ha visto jamás un ordenador. De no haber sido ciego, él tampoco hubiese tenido acceso a todas estas cosas.

La niña “bruja” pasó dos años enteros en la escuela, sin volver a su pueblo. Cumplidos los seis años, quiso visitar a sus padres. Ella sola se fue a su casa, volviendo al cole una semana más tarde, de la mano de un padre y una madre orgullosos de su pequeña.

El niño vendido escapó de la familia que lo tiranizaba y también de una vida destinada a la mendicidad. Gracias a Sabriye, aprendió el oficio de masajista y es ahora empresario.

En la escuela, los niños son estimulados a soñar, a deshacerse de sus trabas, complejos y baja autoestima. Una de las actividades a la que se les invita a jugar es la “factoría de los sueños”. En este juego los niños deben pensar qué quieren ser de mayores. La única regla es no darse límites, no pensar en lo que pueden o no pueden hacer, sino en lo que realmente quieren.

Uno de los primeros sueños de la factoría fue el de este niño ciego que, poniéndose en pie, proclamó a gritos: “YO, de mayor, ¡quiero ser taxista!”. Su sueño fue respetado, nadie intentó disuadirlo o convencerlo de que eso era imposible. Dos años más tarde, le preguntaron si todavía quería ser taxista. El niño contestó que no, que había cambiado de idea: ya no quería ser taxista, ¡sino empresario de una compañía de taxis! ¿Quién se atreve a decir que los ciegos no tienen visión?

Al final, ni taxista, ni dueño de una empresa de taxis. Siendo mayor, decidió que su vocación no estaba en los automóviles, sino en la producción quesera. Fue el primer tibetano con pasaporte, viajando a los Países Bajos para aprender el oficio de quesero. De vuelta a su país, es ahora responsable de transmitir su conocimiento a aprendices ciegos, en la granja orgánica de Shigatse (otro sueño cumplido de Paul y Sabriye).

Ahora mismo, Sabriye y Paul están trabajando en la construcción de una nueva escuela, cerca de Trivandrum, la capital de Kerala, en el sur de la India. Junto a un lago y rodeada de cocoteros, esta escuela especial tiene por aspiración convertirse en un auténtico caldo de cultivo para sueños.


El “Instituto Internacional para Empresarios Sociales” abrirá sus puertas en enero del 2009, acogiendo alumnos de todo el mundo, con una motivación común, que es darlo todo por la realización de sus sueños, y bajo una sola condición: tener a la sociedad por beneficiaria.

La mayoría de estos alumnos tendrán otro punto común: ser total o parcialmente ciegos. En esta escuela, ser ciego no es considerado una discapacidad, sino un valor añadido. Los ciegos, por la fuerza de sus circunstancias, han tenido que desarrollar valor, perseverancia, autoconfianza, espíritu de superación, destreza para resolver problemas y superar obstáculos. Todas las capacidades necesarias para realizar sus sueños.

Conocer a Sabriye y Paul fue, sin lugar a dudas, uno de los momentos más emocionantes de mi viaje. Su testimonio es para mí un tesoro, que he querido compartir con vosotros para que os pueda servir de inspiración.


Mi deseo para todos, en el umbral de este nuevo año, es que demos crédito a nuestras ilusiones y seamos capaces de apostar por nuestros sueños.

No permitamos que nadie, ni nada, se interponga en nuestro camino. Seamos conscientes de que muchas veces somos nosotros mismos los primeros en ponernos la zancadilla, escondiendo nuestros miedos e incertidumbres tras el refugio de la excusa, de trabas reales o imaginarias.

No escuchemos esa pequeña voz que, sin duda con afán de protegernos, nos recomienda que no intentemos ningún cambio, que no probemos nada nuevo, que tal o tal idea es una locura o disparate, que pensar de manera diferente es peligroso, que dejarlo todo es suicida, que lo que anhelamos es imposible, que ya es demasiado tarde, que eso es para otros, para los más jóvenes, más fuertes, más valientes o menos condicionados.

Que no tengamos que ser ciegos para abrir los ojos.

Nota: Para saber más acerca de los proyectos sociales de Paul y Sabriye, podéis consultar la página web de su fundación – www.braillewithoutborders.org


(Escrito por ella desde Luang Prabang, Laos, 31/12/07)

28 diciembre, 2007

Varanasi

Conocida también como Benarés y como “Kashi”, ciudad de la luz o iluminación, Varanasi debe su nombre a su demarcación hidrográfica. La ciudad, construida a orillas del Ganges, está enmarcada por sus dos afluentes: el río Varana, por su flanco norte, y el Asi, por el sur.

Cito a José que, pese a nunca haber estado en esta ciudad, atinó a describirla mejor de lo que podría yo: “Varanasi, crucial y definitiva, símbolo de tantas cosas, lugar en el que vienen a confluir lo sagrado y lo mundano”.

Varanasi es la ciudad sagrada de los hindúes. Se cuenta que en ella residió el mismísimo Shiva, con su mujer Parvati y su hijo Ganesha. Desde tiempos inmemoriales, la ciudad recibe diariamente centenares de peregrinos. Vienen aquí a purificar sus almas, a morir o a despedirse de sus seres amados.

A orillas del Ganges gruye un meollo de hombres, mujeres, niños y bestias, cada uno absorto e imperturbable en su propio quehacer. Lo sagrado y lo mundano, lo divino y lo profano, conviven aquí en lo que, a ojos occidentales, es una perpleja yuxtaposición, pero que para los autóctonos es harmonía natural y cotidiana.

Así pues, lavanderas enjabonan, frotan y enjuagan sus ropas en las aguas sagradas, codo a codo con un grupo de penitentes, afanados en la purificación de sus almas, mediante baños, gárgaras y abluciones en las mismas aguas.

Durante todo el día y toda la noche, arden los restos mortales de hombres y mujeres, divididos por casta y condición económica. Unas doscientas cremaciones tienen lugar diariamente en Varanasi, en sus dos enclaves funerarios. Los más pudientes son incinerados en el ghats principal, junto al templo dedicado a Shiva y Parvati. Sus cuerpos, transfigurados en ceniza tras haber quemado lentamente sobre un tálamo de leña, son arrojados al río, mientras sus almas ya han ascendido al cielo en una nube de humo e incienso. Los más pobres, son asados en camillas de fogón eléctrico, en el otro ghats funerario.

Las cremaciones son un espectáculo silencioso y sereno, donde no se escuchan llantos ni lamentaciones (éstas impedirían el ascenso del alma difunta al cielo). Al contrario que en Pashupatinath (Nepal), aquí los muertos son acompañados en su último viaje por un cortejo exclusivamente masculino, pues se teme que las mujeres no sean capaces de reprimir su dolor. Dentro de este cortejo, los turistas son aceptados e incluso bienvenidos (los hindúes comprenden nuestra curiosidad e interés por sus ritos funerarios y se sienten halagados de que hayamos recorrido tantos kilómetros para presenciarlos), pero sus cámaras no son toleradas (una pareja obcecada de turistas japoneses está actualmente cumpliendo una condena de seis meses de encarcelamiento en Varanasi, por haberse tomado a la ligera las advertencias de los locales).
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A pocos metros del callado corro mortuorio, se oyen ecos de alegría y celebración. Amigos y familiares se reúnen entorno a una pareja de recién casados, que acaba de desembarcar de su pequeño crucero ritual por el Ganges. Al vocerío del festejo nupcial, se une el de un grupo de adolescentes jugando al criquet.
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En medio de esta marabunta, vendedores de polvos de tica y abalorios avasallan a los turistas. Algunos se ofrecen para guiarte por el laberíntico entramado de callejuelas, aprovechando el paseo para hacerte descubrir la mejor fábrica de seda o la tienda de su tío. Son los pequeños picarillos de la comisión, hijos de la astucia.
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Otros, menos simpáticos y mucho más pegajosos, se dedican al timo organizado. Presa de la drogadicción, financian su vicio a costa de turistas desinformados. Te abordan con explicaciones interesantes e instructivas acerca de los ritos funerarios hinduistas.
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Así aprendes que el hombre de cabeza rapada y cubierto con una especie de túnica o taparrabos blanco, que se encarga de prender fuego a la hoguera mortuoria y de rociar la boca del difunto con agua sagrada, es su hijo primogénito. Antes de proceder al rito de la cremación, deberá purificarse mediante abluciones en el río. También el cuerpo del difunto ha de ser lavado en el Ganges.
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Aprendes que no todos los muertos están destinados a la hoguera. Los cadáveres de mujeres embarazadas, niños y jóvenes menores de 21 años, sados, y de aquellos que hayan fallecido a causa del veneno letal de una mordedura de serpiente, se consideran de una pureza tal que el rito de la cremación no es necesario antes de entregarlos a las aguas del Ganges.

Aprendes que las mujeres no son despojadas de sus joyas antes de ser quemadas, de ahí que todos los días, al amanecer, se vean grupos de hombres y mujeres desfavorecidos, rastreando las cenizas para encontrar un pendiente, una pulsera o un amuleto de oro.
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Aprendes también que morir en Varanasi es considerado una bendición, liberando al alma del ciclo de las reencarnaciones. De ahí que muchos enfermos vengan a terminar sus vidas aquí… y ahora es cuando empiezan a metértela doblada.
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Te cuentan, y es mentira, que en la ciudad hay tres hospicios en los que estos pobres enfermos esperan abnegadamente la muerte. Pero no todos fallecen con la conveniente diligencia, por lo que hay que ocuparse de ellos, alimentarlos, etc. Te señalan dos grandes edificios, cercanos al ghats, donde supuestamente viven hacinados estos moribundos. Por supuesto, se necesita dinero para mantener estas estructuras y, como bien sabemos todos, la India es un país infestado de pobreza y, la pobreza, por definición, consiste en la carencia de dinero… y ahí es donde entras tú, cuya generosa donación contribuirá al sufragio de esta obra pía, y que no te preocupes si no tienes rupias, porque tus dólares y tus euros también son bienvenidos.
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Por si esto no cuela, te meten el cuento número dos. Los pobres no tienen dinero para comprar madera con la que incinerar a sus muertos (verdad), por lo que tu donación será muy agradecida (verdad) y enteramente destinada al auxilio de estas pobres ánimas (mentira).
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Como te hayas negado por segunda vez a aflojar el bolsillo, prueban con una tercera estrategia. A la vista está tu falta de fe y desprendimiento, prueba irrefutable de que tu karma está muy necesitado de una bendición. Ellos te conducirán benévolamente a casa de su “mama” que, a cambio de una contribución voluntaria y en la medida de lo posible generosa (que ya hemos convenido que los euros también valen), te concederá la precisada y benéfica bendición.
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Como también pases de la bendición y les mandes a que se ocupen de su propio karma y te dejen en paz con el tuyo, ahí es donde las cosas pasan del claro al oscuro y empieza a brotar la tensión agresiva. Mientras tú te fraguas camino para alejarte del lugar en el que te tienen arrinconado, te lanzan enfurecidos vituperios y acusaciones. Que les des “SU” dinero, que ellos te han dado “SU” tiempo, que el tiempo es dinero y que a ti el dinero te sobra y que porqué no les das tu dinero que, de hecho, es ya “SU” dinero, etc.
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Afortunadamente, los truhanes son minoría y muchos indios se acercan a ti para protegerte y avisarte sobre tales patrañas y timos.
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(Escrito por ella desde Chiang Mai, Tailandia, 26/12/07)





23 diciembre, 2007

Felices Fiestas

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Desde Chiang Mai, celebrando la Noche Buena junto con mis padres y amigos, ¡mis mejores deseos para estas fiestas!


(Escrito por ella desde Chiang Mai, Tailandia, 24/12/2007)

22 diciembre, 2007

Veo, veo...

"Veo, veo… ¿Qué ves? Una cosita, dime qué cosita es…”

Veo verdes montes y cascadas. Carreteras serpentinas, autocares abarrotados. Mujeres y niños en busca de aire. Sobre el techo, hombres, bultos y cabras.


Veo mercadillos y mercaderes. Especias y polvos de colores. Sedas y abalorios dorados. Trajín humano incesante, intercambio de rupias, negociaciones en torno a tacitas de té. “Namaste, namaste”.


Veo mujeres ataviadas como reinas. Saris, “dupattas” y “salwar kamiz”. Rojo escarlata. Fucsia buganvilla. Verde pistacho. Azul turquesa. Amarillo limón. Bordados y lentejuelas. Pendientes, pulseras y cascabeles. Largas y espesas trenzas de ébano. Tica carmesí donde la raya parte el pelo. Entre dos cejas, una estrella. Piel morena. Sonrisas blancas.

Veo vacas sagradas. Búfalos degollados. Guirnaldas de flores naranja. Santos sados. Funerales de fuego y agua.

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Veo un país. ¿Sabéis ya qué país es?

Me apuesto un café a que la India fue el primer país que se os vino a la mente. Por poco acertáis: la respuesta correcta se halla un poquito más al norte. Un pequeño país atrapado entre dos gigantes vecinos.

El Nepal nos pilló por sorpresa. Viniendo del Tíbet, no nos esperábamos a un cambio cultural tan brusco y radical. Apenas cruzada la frontera, el desierto dejó paso a una vegetación exuberante; el olor rancio de la mantequilla de yak, al aroma agridulce del curry, canela y clavo; las fachadas sobrias y plantas rectangulares, a líneas curvas y decoración profusa; los monjes de cabeza rapada, a sados de pelo rasta; las prendas recias, a velos vaporosos y femeninos; la austeridad, a la sensualidad…

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Turista desinformada, mi idea especulativa del Nepal correspondía a un híbrido entre el Tíbet y la India, más cercano de aquél, pero sin la influencia china. No podía estar más equivocada. El Nepal es tan diametralmente opuesto al Tíbet cuanto parecido a la India. Tanto es así, que las comparaciones (por obvias, no menos odiosas) entre ambas naciones son tema recurrente de sobremesa entre mochileros.

La mayoría de viajeros hacen ruta inversa a la mía, llegando al Nepal con las aprensiones domadas y el estómago curtido por la India. Cuando les pregunto acerca de sus impresiones, el consenso parece general.

“¡Ni color con la India! El Nepal es un remanso de paz, un oasis de sosiego en el que reponer fuerzas. Aquí todo es más limpio, más higiénico, más relajado, más amable. Nada que ver con el estrés constante de más de mil millones de habitantes trepándote a la chepa, taladrándote el oído o vendiéndote la moto para arrancarte unas rupias. Esto es gloria… ¿Cómo? ¿Que nunca has estado en la India? ¿Que te vas para allá después de tirarte un mes en Neeeepal? - Oh, poor thing! Good luck, good luck, good luck…”.

La madre que los hizo.

Veo, veo… otro país. Templos de mármol, parques y fuentes. Fuertes de color rojo. Fuertes de color ocre. Versos coránicos esculpidos en la piedra.

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Veo mujeres de rostro velado, discretas, fraguándose paso en un mar de hombres. Hombres cogidos de la mano. Vacas, cerdos, cuervos, cabras, caballos, camellos y ratas. Perros y mendigos, durmiendo en medio de la calle, cubiertos de polvo. Basura, mierda y escombros. Camiones, autobuses, taxis, ciclomotores, bicicletas. Atascos y bocinazos.
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Veo mezquitas y minaretes. Una puesta de sol, bálsamo de rayos dorados. El canto lánguido de un muecín atrayendo a sus fieles a la oración. “Inshallah”.

Para quien aún no lo tenga claro, he aquí de regalo la pista del cincuenta por ciento: ¿India o Pakistán?

¡Vaya por Dios! Nadie ha caído en mi trampa y acabo de perderme el café recién ganado. Pues sí, pues sí… efectivamente, esta vez sí que se trata de la India.

La influencia Mogol en el norte del país es tan patente que, de Delhi a Jaisalmer, pasando por Agra y Jaipur, la India me habla más de Mahoma que de Mahatma. La arquitectura y cultura islámicas se encuentran a la vuelta de cada esquina y echo de menos las fachadas multicolores, recargadas e infantiles como un decorado de feria, de los templos indios que habíamos descubierto en Singapur y Malasia, con su panteón de divinidades: Visnú, Shiva, Parvati, Ganesha, Lakshmi, Cali… Paradójicamente, la India me ha parecido menos india que el Nepal.

Afortunadamente, también me ha parecido menos “violenta” de lo que me habían vaticinado. Si bien uno se topa inevitablemente con mendigos, truhancillos y tenaces comerciantes, no es cierto que éstos se conviertan en un séquito perpetuo, persiguiéndote, suplicándote, atosigándote, agarrándote de la ropa y sin soltar presa durante más de veinte metros.

Tampoco es cierto que las calles de Delhi sean un escaparate del horror. No he visto, como atestiguan otros viajeros, escenas en las que mutilados sin piernas se arrastren hasta el lugar en el que una turista acaba de vomitar, para llevarse a la boca pedacitos de comida regurgitada. Tampoco he visto cadáveres humanos pudriéndose en las aceras, bajo la mirada indiferente de viandantes. Ni brazos desposeídos, tirados en el suelo, miembros residuales y abandonados de cuerpos descuartizados en accidentes de tráfico. Ni víctimas de brutalidades domésticas, mujeres calcinadas por sus maridos, rostros derretidos como la cera de un cirio consumado.

Tampoco he sido víctima de envenenamientos fortuitos o provocados, intoxicaciones alimenticias, robos, timos, tocamientos íntimos no deseados…

Puede que haya tenido una dosis increíble de “good luck”, tal y como me deseaban mis ocasionales contertulios de viaje. Tal vez mi experiencia haya sido la excepción.

Mi verdad sea dicha. La India me ha tratado bien y me ha gustado infinitamente más de lo que esperaba.


(Escrito por ella desde Delhi, matando el tiempo en el aeropuerto internacional Indira Gandhi, India, 18/12/07)

17 diciembre, 2007

Objetivo Birmania

Ni se trata de la película bélica ni del grupo de pop español, sino de mi siguiente destino en Asia. En la madrugada del martes vuelo a Bangkok y, trece horas de espera en el aeropuerto después, el miércoles por la mañana otro avión me llevará a Yangoon (Rangoon).


La antigua colonia británica de Birmania, rebautizada Myanmar por sus actuales dictadores, estuvo hace poco en la portada de todos los periódicos por las manifestaciones pacíficas en las que monjes budistas y otros ciudadanos reclamaban democracia para el país. Todos sabéis que la comunista Junta Militar, que gobierna el país sin rendirle cuentas a nadie, los recibió a tiros. No hay cifras fiables (el control de la información es algo magistralmente aprendido de sus aliados chinos) sobre los muertos entonces ni sobre los detenidos, torturados y desaparecidos, en la consiguiente represión. Hace décadas que los birmanos están sometidos a la hoz, el martillo y el rifle, y la presión internacional no ha conseguido doblegar a los militares, que se sostienen en el poder apadrinados por el gigante rojo del Norte.


¿Por qué visitar un país así, comparable a la Albania de los años 80 o a una Cuba sin playas? Hay muchas razones para no hacerlo, y otras tantas para ir allí y la decisión no se debe tomar a la ligera. Pagar un visado supone que mis dólares vayan a los bolsillos uniformados y eso no se puede evitar. Pero, con la excepción de las entradas a museos y parques, todos tus demás gastos (alojamiento, comida, transporte aéreo, antigüedades, souvenires) pueden ayudar a la población local, siempre necesitada de ingresos. Además, tu presencia en el país les ofrece puntos de vista a los que no tienen acceso, dada la censura y control de la información que rigen dentro de sus fronteras. Es por la gente, por el pueblo llano, sencillo y trabajador, amigable donde los haya, que muchos decidimos visitar Birmania.


A finales de Enero, si Dios quiere, os contaré de mi paso por esas tierras.


Y, ya que estaré en algún punto indeterminado entre Mandalay y Rangoon por esas fechas, os deseo ahora Feliz Navidad y próspero Año Nuevo, amigos lectores.


Feliz Navidad, mamá, allá en Avilés.


Feliz Navidad, papá, donde quiera que estés.



(Escrito por él desde Delhi, India, la madrugada del 18 de Diciembre de 2007)



Actualización a 19 de Diciembre, 06.15 am. Ya he facturado, pasado inmigración y estoy en la puerta de embarque G1, en quince minutos salgo hacia un muro de silencio por entre cuyas grietas brotan las sonrisas amables.




10 diciembre, 2007

Nada es imposible

El lunes 15 de octubre, llegábamos al campamento base del Everest, por su vertiente tibetana, tras dos días de ruta en todoterreno.
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De derecha a izquierda: José, Isa , Clara y Nial, dando saltos de alegría ante nuestra primera visión del Himalaya.

Esperaba quedarme sin aliento y con dolor de cervicales, al pie de este gigante pétreo (8844 metros, según las últimas mediciones), desafío supremo de tantos alpinistas profesionales y aficionados. Sin embargo, el Everest no me causó mayor impresión.

"La verdad, me hizo más efecto el Mont Blanc" – le comenté desdeñosamente a José, mientras éste ametrallaba la nívea cima con mi cámara. Claro que en aquellas vacaciones de esquí en los Alpes, yo tendría a lo sumo siete u ocho años (unos cuantos menos que ahora), una edad mucho más impresionable.

La imagen colosal que yo me había creado del "techo del mundo" era puro producto de mi ingenuidad. Obviamente, el campamento base no está precisamente al nivel del mar, con lo que del Everest sólo percibimos los últimos 3000 y pico metros que llevan a su cima, trazando un perfil de ascendente verticalidad.

Si bien la visión del Everest no llegó a marcarme, no así la historia de estos tres alpinistas, cuyos nombres – Grania, Erik y Sabriye – quedarán para siempre inscritos en los anales montañeros del Himalaya. En común a todos ellos, un mismo lema: "nada es imposible".
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Tuve la suerte de escuchar en directo a Grania Willis en el 2005, elocuente y entretenida oradora, durante una conferencia celebrada en la sede dublinesa de Microsoft. Acababa de regresar de su increíble expedición por el Himalaya. En Junio de ese mismo año, Grania logró superar su desafío personal, demostrando ser la primera mujer irlandesa capaz de alcanzar la cima del Everest por su vertiente norte, técnicamente la más dura.

Imagino que estaréis pensando a santo de qué os vengo a contar la historia de la primera mujer irlandesa en escalar el Everest por su vertiente norte, ¿acaso no sería mejor narrar la hazaña de la primera mujer (la surafricana, Cathy O’Dowd) en alcanzar esa misma meta?

Cierto. Pero si he elegido hablaros de Grania, es por la peculiaridad de sus circunstancias personales, que hacen su desafío y proeza aún más espectaculares.

A saber:
- Grania W. cumplió su objetivo a la edad de 49 años
- Sufría graves secuelas físicas en la espalda, tras dos caídas a caballo que por poco le costaron la vida y…
- ¡Nunca había practicado alpinismo antes de proponerse escalar el Everest!

Como podréis suponer, muchos intentaron desanimarla de su despropósito. Pero Grania, fiel a su lema, no quiso darse por vencida antes de darlo todo en el intento.

Deja su trabajo como corresponsal ecuestre del Irish Times en septiembre del 2003 y, cinco meses más tarde, empieza su entrenamiento intensivo. En septiembre del 2004, se estrena como alpinista en el Himalaya, escalando Cho Oyu (8189 metros), la sexta cima más elevada del mundo.

Avalada por este primer éxito, Grania se siente preparada para el gran desafío. Empieza a ascender el Everest a principios de junio, algo tarde, pues acaba de terminarse la temporada de escalada. Pese a los fuertes vientos y otras inclemencias del tiempo, Grania alcanza la cumbre el domingo seis de junio del 2005, a las ocho de la mañana (hora nepalesa).

Nota: Tal vez os estéis preguntando qué reto puede quedarle a uno tras haber escalado el pico más alto del mundo. Tras lograr su objetivo, Grania ha puesto por escrito todos los detalles de su epopeya, en un libro publicado bajo el título de "Total High: my Everest challenge" (bastante difícil de conseguir en su versión original, dudo mucho que exista su traducción al castellano). Grania sigue escalando. En marzo de este año, haciendo equipo con otro irlandés, Ian McKeever, se ha convertido en la primera mujer irlandesa en alcanzar la cima de las pirámides Carstensz (4884 metros), en Indonesia. Una hazaña nada despreciable, aunque esta vez no haya hecho portada en la prensa celta.

Erik Weihenmayer, de nacionalidad norteamericana, perdió la vista a la edad de doce años. La desgracia a veces se ensaña injustamente sobre un mismo individuo. Al poco tiempo de quedarse ciego, Erik perdió a su madre en un trágico accidente de carretera. En un esfuerzo por levantar la moral de su reducida familia, el padre de Erik llevó a sus tres hijos adolescentes en expediciones montañeras por Suramérica, India y Nepal. Fue gracias a estos viajes que la autoestima, autoconfianza y espíritu de superación crecieron en Erik, empezando a retomar gusto por la vida.

Pese a su discapacidad, Erik logró superar dificultades y obstáculos, hasta convertirse en uno de los más afianzados atletas de nuestros días. Entusiasta y experto practicante de paracaidismo acrobático, delta plano, esquí, ciclismo y carrera de fondo, sus logros más extraordinarios se adscriben sin embargo a los grandes hitos de la escalada.

El 25 de mayo del 2001, Erik alcanzó la cima del Everest, siendo el primer hombre no vidente en lograr este reto.

El 5 de septiembre del 2002, al erguirse sobre la cumbre de Kosciusko, en Australia, Erik se unió a los 150 alpinistas cuyo record consiste en haber escalado la montaña más alta de cada continente, en total siete.

Mientras escribo esto, pese a que nos separen más de 600 kilómetros de distancia, me parece estar oyendo las quejas del Junior: "¿Cómo que siete continentes?". Aún recuerdo una discusión en el que él sostenía que los continentes, de toda la vida, habían sido sólo cinco, mientras yo me emperraba en que fuesen seis. Pues ya ves, Juni, "ni pa tí, ni pa mí", resulta que son siete.

Ahí van:
1. Asia (su cima más alta, con sus 8844 metros, como bien sabemos todos, es el Everest)
2. Suramérica (Aconcagua, 6961 metros)
3. Norteamérica (McKinley, 6193 metros)
4. África (Kilimanjaro, 5894 metros)
5. Europa (Elbrus, 5641 metros)
6. Antártica (Macizo Vinson, 4897 metros)
7. Oceanía (Kosciusko, 2230 metros)

La trayectoria de Sabriye Tenberken, de nacionalidad alemana, estaba destinada a convergir con la de Erik. Al igual que éste, Sabriye había perdido totalmente la vista con 12 años, a consecuencia de una enfermedad reticular, degenerativa e implacable.

Tras leer un artículo sobre las hazañas montañeras de Erik, Sabriye compartió el inspirador relato con sus alumnos de la escuela para ciegos, en Lhasa. Los niños quedaron tan impresionados que, durante semanas, no dejaron de hablar de su nuevo súper héroe.

Animada por el efecto que Erik producía en la autoestima de sus alumnos, Sabriye le escribió una larga carta, invitándole a visitar su escuela. Una invitación que no sólo fue inmediatamente aceptada, sino correspondida con otra más osada: ¿por qué no acompañarle en una de sus expediciones?

Así pues, Sabriye, guiada por Erik y acompañada por seis adolescentes, cuatro chicos (Gyenshen, Dachung, Tenzin y Tashi Pasang) y dos chicas (Sonam Bhumtso y Kyila), ciegos todos ellos, se aventuró a ascender, no el Everest, sino otro pico himalayo, Lhakpa-Ri, cuyo nombre traducido del tibetano significa "Montaña Tempestuosa". Con sus 7010 metros de altitud, la montaña tempestuosa es más elevada que cualquier otra cima fuera del Himalaya.

Nota 1: Para quién quiera ser testigo de esta increíble aventura, permaneced al acecho del estreno de la película "Blindsight", un galardonado documental que a pesar de haber sido rodado en el 2004, todavía no se ha estrenado en la gran pantalla española.

Nota 2: El ascenso de Sabriye por el monte Lharkpa-Ri, en la vertiente norte del Everest, no es ni de lejos su mayor logro. Dentro de unos días y en un texto aparte, os contaré la increíble odisea de esta mujer excepcional, tras haber tenido el placer y honor de entrevistarme personalmente con ella en Kerala.

Nota 3: Nada es imposible. Tampoco lo es morir en el intento de tocar nuestros sueños. El éxito de estos valientes aventureros, si bien debe inspirarnos a ensanchar nuestros límites, no debe hacernos olvidar los peligros que conlleva el ascenso a vertiginosas altitudes. La densidad de oxígeno en la cima del mundo es de 7,7% (al nivel del mar, 23% aproximadamente). El 20% de alpinistas que han intentado alcanzar dicha cumbre, han perecido en el camino, como atestiguan las lápidas encontradas en su campamento base.

Tal vez no tengáis en mente escalar el Everest, pero sí hacer senderismo en Nepal, como lo hicimos nosotros. Tampoco aquí os confiéis demasiado. Durante el breve periodo de tiempo en el que José se encaminaba hacia el paso de Thorung-La y yo llegaba a Jomsom, tres personas se dejaron la vida en el Anapurna. Un sherpa nepalés y dos turistas franceses.

Un hombre mayor, entre 70 y 78 años (según dos versiones distintas), empezó a manifestar síntomas del mal de altitud, en el ascenso que lleva de Manang a Thorung-La. Haciendo caso omiso a estos síntomas, siguió ascendiendo hasta desplomarse. Intentaron en vano organizar una operación de rescate por helicóptero. Tras tres horas de espera, el hombre expiró su último aliento.

Una mujer joven, de 28 años, viajaba con su pareja, curtido senderista. Se llamaba Olivia y se parecía a Cameron Díaz. Había superado el paso de Thorung-La y alcanzado Muktinath. No había manifestado ningún síntoma, ningún malestar. Sin embargo, por la mañana, su novio se despertó con el ruido de una respiración ahogada. Olivia estaba ya inconsciente, pero aún debatiéndose por arrancarle al aire una última bocanada de oxígeno. Ni siquiera con la intervención de un médico japonés, que la providencia había enviado a la habitación contigua, lograron reanimarla.

Sed valientes, pero nunca temerarios.



(Escrito por ella desde Delhi, India, 06/12/07)





04 diciembre, 2007

La vuelta al mundo de Theo

“Yo quiero viajar, porque viajando se conoce a gente que uno nunca hubiese conocido de haberse quedado en casa” – con estas palabras resumía mis ganas de viajar hace ya casi un año, tres semanas antes de embarcar en nuestro maravilloso periplo por tierras asiáticas y australes.

Más profunda que el recuerdo de los paisajes, monumentos, colores y aromas que han impregnado nuestro viaje durante estos últimos diez meses “on the trail”, es la huella de otros pasos que nos acompañaron durante mágicos tramos del camino.

Conocí a Theo en una sala de espera, frente a la puerta de embarque del diminuto aeropuerto de Pokhara. En Nepal, hasta el más impaciente aprende a tomarse la vida con calma. Tu comida, por ejemplo, nunca llega a tu mesa con menos de 30 ó 40 minutos de espera (el record lo vivió mi amigo Vincent en Bhulbule: una hora y media, para un simple pedido de pan con queso). No es pues de extrañar que uno tenga tiempo de echarse amigos mientras espera su turno de embarque. En mi caso, el pequeñísimo aeroplano de propulsión a hélice, destinado a despegar a las seis y media de la mañana, no me llevó a Jomsom hasta pasadas las nueve.

Con más de tres horas de retraso, Theo y yo emprendimos juntos nuestra ruta por el Anapurna. Nuestro pequeño itinerario tenía como meta para el primer día Muktinath, una aldea agarrada a las rocas, a 3710 metros de altitud, pero no la alcanzaríamos hasta el día siguiente. Entre el retraso y un ritmo marcado por más pausas que pasos, nos vimos “obligados” a hacer noche a medio camino, en el encantador pueblecito de Kagbeni.

Nuestros caminos se separaron en Muktinath para volver a encontrarse tres días más tarde, de pura chiripa, en Tatopani. Así pues, terminamos juntos nuestra ruta, llegando hasta Beni para, desde ahí, volver a Pokhara.

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Durante esos cuatro días de camino compartido, disfrutamos de un rico intercambio de vivencias, anécdotas, impresiones, proyectos e ideas. De aquellas conversaciones, quisiera rescatar una historia para vosotros: la vuelta al mundo de Theo.

Theodor M. Schlaghecken nació hace 40 años en Kleve, un pueblo alemán, limítrofe con los Países Bajos. Hijo de granjeros, disfrutó de una infancia feliz y sana, creciendo en el campo. Junto con su hermano menor, ayudaba a sus padres en el negocio familiar, limpiando pocilgas y alimentando a los más de 500 cerdos que criaban en su granja. Un trabajo “sucio”, que no satisfacía el espíritu romántico de Theo.

Tras graduarse en empresariales, Theo se mudó a la gran ciudad. Atrás quedaron los cerdos, el tractor y el mono sucio de mierda y fango, sustituidos por clientes, coche de empresa e impecable traje diplomático. Durante diez años, trabajó para una consultora, en Frankfurt, resolviendo problemas de gestión, maximizando rendimientos y asesorando a sus clientes por el “módico” precio de 2000 euros al día.

Fueron diez años monocromáticos, en los que cualquier día se parecía al siguiente. Un monótono desfile de hombres trajeados, teléfonos móviles, portátiles, presentaciones en PowerPoint, hojas de cálculo, vuelos en clase “business” y hoteles de cuatro o más estrellas. Un trabajo “noble”, pero al fin y al cabo vacío.

Theo buscaba “algo más”, pero sin saber exactamente el qué. Tal vez fuese la crisis existencial de los 40, tal vez el vacío sentimental dejado por una ruptura reciente, tal vez su sed espiritual nunca debidamente saciada, lo que le impulsó a romper con todo.

En una página web sobre motociclismo, su única pasión y pasatiempo fuera del trabajo, leyó un artículo firmado por Joachim von Loeben. Joachim, un abogado alemán, empleado por una compañía de seguros, había dejado su trabajo en el año 2004 para recorrer África en moto, y estaba dispuesto a repetir la experiencia este año, superando su anterior proeza con una odisea motera… ¡alrededor del mundo! El artículo ofrecía un email de contacto. Theo se puso a escribir de inmediato, ofreciéndose como compañero de carretera para esa gran aventura. Así pues, un pequeño clic en el botón de envío marcó el principio de una nueva vida para Theo.

Theo y Joachim empezaron su viaje el pasado mes de junio, atravesando Europa en dirección a Oriente Medio. Su trayectoria les llevará por cuatro continentes, Europa, Asia, América y África, libres de ataduras y lastres occidentales durante dos años.

Dar la vuelta al mundo está de moda. Durante este viaje, José y yo nos hemos encontrado con muchas parejas y viajeros solitarios, poseedores de un “Round the World ticket”, un producto turístico muy popular en países de influencia anglosajona. Se trata de un paquete de billetes aéreos, válido durante un año, que ofrece la posibilidad de circunvalar el planeta por un precio asequible, calculado en función del número de millas o de escalas.

Mucho menos ordinaria es la vuelta al mundo de Theo. No sólo porque se propone hacerla en moto, sino sobre todo por su carácter humanitario. He aquí la propuesta original de Theo: dar la vuelta al mundo, regalando a su paso sonrisas, bienestar y alegría.

Un solo hombre difícilmente puede erradicar la miseria, el hambre y la enfermedad de la faz de la Tierra. Pero sí puede aportar su pequeño grano de arena para que otro hombre se sienta menos pobre, menos triste o menos solo.

En sus primeros seis meses de viaje, Theo y Joachim han apoyado seis proyectos sociales, contribuyendo a mejorar las condiciones de vida de muchos niños.

En Tiblissi (Georgia), visitaron una escuela para discapacitados, en la que gastaron 500 euros para la compra de juguetes y de una maleta especial, que sirve para estimar el grado de discapacidad motriz.

En Amán (Jordania), se acercaron a una escuela para niños huérfanos. Su director mencionó la necesidad de platos para la cantina. Compraron 400 platos de plástico, gracias a los cuales los niños pueden ahora disfrutar adecuadamente de sus comidas y cenas.

En Sanaa (Yemen), compraron material pedagógico por un valor de 1000 euros, para una escuela en la que huérfanos, niños abandonados o procedentes de familias sin recursos reciben acceso a una educación básica.

En Lhasa (Tibet), Theo puso su mente consultora al servicio de Sabriye Tenberken, diseñando un modelo de recaudación de fondos para su escuela para ciegos.

En Kerala (India), visitaron un orfanato en el que los niños dormían sobre esterillas en el suelo. Compraron 20 colchones, almohadas y colchas, dibujando amplias sonrisas en los rostros de estos niños.


En Katmandú (Nepal), gastaron 500 euros en la compra de 50 jerséis, 100 pares de calcetines y 50 botes de crema hidratante, para ayudar a los 43 niños de un orfanato a sobrellevar las inclemencias del invierno.

Vosotros también podéis aportar vuestro granito de arena. Os animo a que visitéis la página web de Theo y Joachim, www.triparoundtheworld.de, donde los kilómetros recorridos por estos dos moteros están a la venta. Por diez céntimos de euro podéis comprar un kilómetro y estar seguros de que vuestro dinero llegará a buen puerto, sirviendo enteramente a una buena causa.


Nota: Theo se encuentra actualmente en Pokhara, esperando piezas de repuesto para su moto desde hace un par de semanas. Mientras conducía por el Parque Nacional de Chitwán (Nepal) en dirección a Darjeeling (India), un adelantador temerario le obligó a lanzarse por la cuneta. A juzgar por sus últimas noticias, recibidas hace un par de días, se encuentra mejor y está dispuesto a reemprender su viaje muy pronto. Que Dios esté contigo, Theo.


(Escrito por ella desde Jaisalmer, India, 04/12/07)

Adiós con el corazón

Flexibilidad y capacidad de adaptación sirven para un viaje de un año por Asia y Oceanía y para la vida en común o en solitario. Durante diez meses habéis asistido al descubrimiento de dos continentes por parte de esta pareja (de Castellón ella, de Avilés él) y con Isabel y José viajasteis por la jungla malaya de Taman Negara, al fondo del mar en la paradisiaca isla de Li Peh, acariciasteis tigres en Kanchanaburi, os estremecisteis de horror en los campos de la muerte de Camboya, disparasteis un Kalashnikov a las afueras de Saigón, volvisteis a celebrar el año nuevo bailando abrazados en Luang Prabang, comprobasteis que la Ópera de Sídney y su bahía son tan bonitas como en las fotos, os lanzasteis en paracaídas sobre Nueva Zelanda, disteis de comer a canguros y wallabies en la Isla de Tasmania, recorristeis el desierto en autocaravana para ver el sol del amanecer teñir de rojo la sagrada Ayers Rock en medio del desierto, os encerrasteis en una habitación de hotel mientras un tifón azotaba Hong Kong, un policía chino os tapó con su mano el objetivo de la cámara en la mancillada Plaza de Tiananmén, recorristeis esforzadamente el Circuito del Anapurna y llegasteis a la misteriosa, mística, majestuosa, India.

Y en ese increíble caos que es un país en el que las vacas tienen preferencia de paso sobre cualquier vehículo, trenes incluidos, es cuando los caminos de los dos viajeros se separan. Definitivamente. Esta vez no se trata de una diferencia de opinión sobre la ruta a seguir. Tampoco de un desvío para poder ver a unos amigos que viajan desde Europa. A menos de dos meses para terminar el viaje, pues el día diecinueve volamos desde la ex colonial Singapur a la ex metrópolis Londres (yo llegaré a mi Avilés natal dando un intencionado rodeo para visitar a amigos en Dublín y Madrid, ella pasará por Valencia - qué remedio - para ir a Castellón), hemos decidido que sólo un par de días más verán nuestros pies siguiendo el mismo camino.

En mi caso, desde India volaré fugazmente a Bangkok, ese gigantesco nudo aeroportuario que conecta a medio mundo con Asia, para, menos de veinticuatro horas después, coger otro avión con destino a un país casi completamente aislado de las influencias, especialmente democráticas, del mundo exterior. Como si de una Albania en 1980 se tratara, o de una más dura (si tal caso es posible) Cuba, en ese país Occidente y Maldad son sinónimos, pero con la habitual hipocresía del Comunismo cuando llega al poder, los sucios dólares y los pragmáticos euros de los turistas son siempre más que bienvenidos. Os mantendré informados antes de cruzar la frontera y cuando vuelva a Tailandia, pues el acceso a Internet y a páginas tan peligrosas como Hotmail o Google es ilegal en el país. Y, aunque imagino que ya lo habréis adivinado, os diré su nombre sólo después de una llamada telefónica a mi madre, para tranquilizarla, que ya sabéis todos como se pone una madre cuando uno no avisa de que llegará tarde a cenar o que se va a una ciudad en la que el Ejército dispara y mata a manifestantes pacíficos.

En el caso de Isabel, ella continuará por India, pasando otra vez (pero con más tiempo ahora) por la crucial y definitiva Varanasi, un símbolo de tantas cosas, y llegando tan al Sur como Kerala. Y después, la alegría de encontrarse con sus padres y, durante un mes, llevarles en un vertiginoso recorrido para mostrarles los mejores rincones que nosotros descubrimos durante nuestro viaje. Estoy seguro de que la tranquilidad de Luan Prabang y el relax de Koh Li Peh, serán de su agrado.

No es éste el final de nuestra aventura, no dejamos de ver cosas nuevas, de visitar templos y junglas por primera vez y de intentar, casi siempre con vergonzoso retraso, compartirlas con El Mundo, esa entelequia que es algo más que una I.P. en las estadísticas de SiteMeter. Vosotros sois de carne y hueso y por eso entenderéis que nosotros también lo seamos. Tal vez nada cambie, porque seguiremos publicando relatos de la gente a la que hemos conocido y los sitios en los que hemos estado. Tal vez, sólo notéis que desaparecen las referencias que uno hace del otro y que los textos, ejem, no llegan al blog con la premura que lo hicieron en otros tiempos.

Tal vez no notéis nada, porque todo seguirá "casi" igual que antes.

Desde la ventana veo un milenario fuerte, en el interior de mi habitación duerme profundamente una bella mujer.

Un saludo desde Jaisalmer, Rajastán, India.


(Escrito por él desde Jaisalmer, India, el sábado 1 de Diciembre de 2007)

Sordo y ciego


Un vendedor ambulante pasa, apurado, con su mercancia en un carrito, por delante de puestos de venta de dulces y postres en Delhi.

Cuando uno piensa en India, se le vienen a la cabeza imágenes como la majestuosidad del Taj Mahal, la pacífica lucha de Gandhi, la opulencia de los Maharajas o bien cazadores británicos de la época colonial, a lomos de un elefante en busca del codiciado tigre. Aunque esas imágenes ocurrieron y son ciertas, la India de hoy se autoproclama “la mayor democracia del mundo” (a juzgar por el número de votantes), es una potencia nuclear que rivaliza peligrosamente con Pakistán (con quien mantiene un enfrentamiento soterrado por Cachermira y a quien se ha enfrentado bélicamente en el pasado, así como con China), un país cuyos 4 mayores multimillonarios tienen tanto dinero como los 40 mayores multimillonarios chinos juntos, un país con un sorprendente crecimiento económico de casi el 10% anual y que competirá reñídamente con China como potencia regional, y mundial, en el siglo XXI, pero también el hogar de 300 millones de personas que a duras penas sobreviven con 80 céntimos de Euro al día.

Y cuando el hambre aprieta, lo hacen también la picaresca y el ingenio.


Baños públicos en Delhi. Separado por una pared de los otros usuarios, pero dándole únicamente la espalda a los peatones, un hombre utiliza el lavabo en una calle.

A veces solo mendigan. De repente tienes a tu lado a una escuálida mujer que sostiene a un niño y con cara de desesperación te pide una limosna. Otras, es un minusválido el que extiende su brazo hacia tí en busca de unas rupias. Pasas al lado de un muro en el que se apoyan casi indolentemente un grupo de mendigos y eres el objeto de sus llamadas de pena. Porque la miseria te grita y se te cruza, se pone a tu lado, y te acompaña durante varios minutos, incluso te bloquea el camino. Para quien nada tiene, nada se pierde.

Niños en un transporte escolar, impulsado por los músculos de las piernas del conductor.

Otras veces, intentan timarte. En Asia siempre hay dos precios, uno para los locales y otro para los extranjeros. En la India, por ejemplo, no importa el tiempo que lleves aquí o la cantidad de veces que hayas visitado el país, en un autotrickshaw siempre pagarás unas 20 rupias más que un hindú. Y, naturalmente, eso será después de regatear desde un precio absurdo a algo más verosímil. Yo nunca les dejo propina a los conductores, porque ya lo estoy haciendo en el precio pactado. Bien, "nunca" es un poco extremo, a veces lo he hecho cuando he visto el empeño que ponen en encontrar la dirección correcta de mi destino, cosa nada fácil cuando desaparecen los números de las casas, o cuando tardamos demasiado tiempo por causa del tráfico, o si la distancia es mayor de lo que ambos esperábamos. Por cierto, si ellos os dan un primer precio demasiado bajo va a ser porque a la ida a vuestro destino parareis en una tienda en la que él se llevará una comisión si compráis algo. Y no penséis que os va a ser fácil volver a salir por la puerta del establecimiento con las manos vacías.


Vacas, perros, conductores de bici trickshaws. Visiones comunes en casi cualquier calle de la India

Y las menos, intentan robarte. Ayer en Agra, la ciudad del Taj Mahal, a una turista rusa intentaron arrancarle la mochila de un tirón, pero al resistirse ella los agresores, tres motociclistas, le arrojaron un líquido ácido a la cara y ella está ahora mismo en el hospital. Sin embargo, no hay más violencia contra los turistas aquí que la que puede haber en Madrid, porque ¿cuantas veces se lee la noticia en el periódico de que un
intento de robo por el procedimiento del tirón acaba con una anciana arrojada sin compasión al suelo rompiéndose la cadera y sufriendo hematomas varios?

Un conductor transporta mercancías y a dos personas en su triciclo con plataforma. Para combatir el frió de la mañana en Delhi, todos van abrigados.

"¡Amigo! ¡Eh! ¡amigo!", "¡Hola amigo!", "¡Disculpa, amigo!", "¡Amigo, pasa, pasa a mi tienda!"...casi más que las bocinas de los vehículos en el caótico tráfico, ese es el ruido que más te asalta por la calle. Todos intentan reclamar tu atención, y el 95% de las veces con un único propósito: que unas cuantas rupias pasen de tu bolsillo al suyo. Puede ser inmediato, tardar un minuto o diez, pero llegará el momento en que la conversación pase a tratar de algún negocio, oportunidad o comisión para ellos a cambio de que tú te informes, visites o compres algo. China estaba llena de estudiantes de Arte que llegaban a la Gran Ciudad para exhibir sus Obras de Arte en un Museo, y tú te los encontrabas por la calle al día siguiente de que las hubieran trasladado a un edificio cedido por el Ayuntamiento y justo, justo, el día anterior a que se llevaran las obras no vendidas a su Ciudad De Provincias. Practican su inglés, te hacen una visita guiada sin compromiso y te intentan vender un horrible cuadro, escultura, pergamino o el infumable objeto de turno.

Las sagradas vacas comparten calles y aceras con vehículos, aparcados o en movimiento.

Aquí, los estudiantes sólo quieren Practicar Inglés, ese idioma tan socorrido cuando uno viaja fuera de España y que ayuda a encontrar un trabajo en el país o en el extranjero (caramba ¡como yo!). No van a venderte nada y la conversación es siempre muy educada, te preguntan de dónde eres, si es tu primera visita a la India (¡NUNCA lo es! mentid como bellacos: esta es mi tercera visita, vengo cada año y ya he estado en Goa, Pondicherry, Bombay, Calcuta, me conozco tu barrio mejor que tú, chaval...), cuanto tiempo te vas a quedar, a que te dedicas, etc. En algún momento de la conversación te sugieren acercarse hasta la Oficina de Turismo, donde tendrás la oportunidad de conseguir información sobre los monumentos locales e incluso contratar un guía, excursiones, billetes de avión, autobús, tren...pero lo curioso es que el sitio al que te llevan se encuentra en una dirección que no corresponde con la de la Oficina de Turismo oficial, tal y como consta en tu Guía de Viaje. ¡Ah, caramba! ¿es una agencia de viajes? Entonces alguna comisión se llevará nuestro nuevo amigo. Y eso cuando no te llevan directamente a una tienda donde te prometen descuentos que les van a dejar a ellos en la bancarrota.

En una calle de Jaipur, una vaca y un cerdo, se dedican a buscar su alimento entre la basura.

Ayer, en Jaipur, un indio me paró por la calle y me pidió que le escribiera una carta en i
nglés para un amigo nepalí...y me llevó a una joyería pero allí estaba otro turista, suizo, y creo que eso le sorprendió porque no entramos en detalles, sino que se puso a hablar con él. Me he quedado con la duda de que tipo de timo quería hacer, si la venta de piedras preciosas de baja calidad directamente, o la del timo de las joyas que comenta la Lonely Pedante (la que incluye comprar joyas valiosísimas a un precio ridículo para vendérselas al representante del joyero en tu país).

Antes un tipo me había preguntado que porqué los turistas no hablan con los hindúes y yo le contesté "¨Porque siempre acaban pidiendo dinero".

Asi que, la mayoría de las veces, cuando paseas, la única manera de no perder los nervios es comportarte como si fueras sordo y ciego.

Para evitar que se resfríen, muchas de las cabras que he visto en Jaipur están vestidas con jerseys, como en el "Wally-ejemplo" de la foto

Nota: Las calles de cualquier ciudad india son un cúmulo de estímulos sensoriales que no tienen parangón con Occidente. El segundo día de mi estancia en Jaipur (el día anterior no tuve energía ni tiempo para salir, después de unas seis horas en autobús desde Delhi, y no haber encontrado habitación hasta eso de las siete y media) salí a dar un paseo y, como siempre en una ciudad nueva, disfrutar de la sensación de perderme por sus callejuelas. Objetivo conseguido al cabo de media hora y tomar una desviación a la izquierda, quinientos metros antes de donde debería haber girado, si hubiera seguido las indicaciones de mi Lonely Pedante. Me encontré, de repente, en pleno barrio musulmán al estilo hindú, con sus cabras atadas a las puertas de las casas o, como las vacas, paseando y rebuscando entre la basura cuando no comiendo las hierbas que les da la gente. Mujeres con multicolores saris dieron paso a ropa cuyo objetivo no era estético, sino religioso: velos que cubren el pelo, los hombros o, en más de un caso, la cara, dejando solo los ojos al descubierto. Las chicas jóvenes combinaban esas prendas con vaqueros y playeros. Las madres eran más tradicionales. Los hombres, en aceras y soportales, se tomaban el tradicional "chai" (un rico té con leche), atendían a sus pequeños negocios (panaderías, carpinterías, talleres mecánicos).Y los niños, como en todas partes, jugaban. Paradójicamente, es la parte más tranquila de la ciudad (¡de unos dos millones y medio de habitantes!)porque en cuanto sales de las pequeñas callejuelas, toda la circulación motorizada es un caos...¿sabéis cuantas cifras y letras se combinan en los últimos vehículos matriculados en este Estado? Ni más ni menos que ¡once!. Imaginaros lo que representa eso en cuanto a la cantidad de coches, bici rickshaws, auto rickshaws, motocicletas, ciclomotores, camionetas, furgonetas, camiones...que salen a la carretera y con los que compites, en inferioridad de condiciones, para cruzar la calle.

(Escrito por él desde Jaipur, Rajastán, India, el 30 de Noviembre de 2007)