20 septiembre, 2007

Reloj Biológico

Tic, tac, tic, tac, tic, tac, tic, tac, tic, tac, tic, tac, tic, tac, toc.

¡Anda! Se me paró el reloj antes de que sonase la alarma...


(Escrito por ella desde Xi´an, provincia de Shanxi, China, en el día de su trigésimo sexto cumpleaños, 20/09/2007)

19 septiembre, 2007

La Ciudad y la Plaza Prohibidas

Dos de los lugares que uno no puede dejar de visitar en Beijing se encuentran, afortunadamente en una urbe de gigantescas proporciones que cuenta con mas de 14 millones de habitantes, muy cerca el uno del otro. Se trata de la Plaza de Tiananamen y de la Ciudad Prohibida.

La segunda, es un refugio de exclusividad imperial, con un acceso vedado durante siglos a los extranjeros y a la mayor parte de los chinos. En esta jaula dorada residieron los sucesivos monarcas que decidían (o eran utilizados para decidir) el destino del país. Emperadores de las dinastías Quing y Ming no abandonaban el gigantesco recinto salvo que no tuvieran más remedio y eso no ocurría demasiado a menudo, pues la Imperial Voluntad era casi todopoderosa.

El acceso a través de las dos primeras puertas es gratuito pero no hay nada que ver aparte de puestos de venta de recuerdos y bebidas. Traspasar la tercera, y entrar en el grueso del conjunto que alberga el mayor y mejor preservado grupo de edificios antiguos en China, tiene un precio claro, 60 yuanes. Si queréis contar con una audio-guía, su alquiler son 40 yuanes, dejando 100 de deposito.


Ni una hora, ni una mañana. Explorar la Ciudad Prohibida puede ser cosa de un día completo o, según el nivel de resistencia física y de soporte de desgaste intelectual (porque incluso la belleza, cuando es monótona, abundante y repetida puede llegar a aburrir), de varias jornadas. Una vez comprada la entrada y franqueado el paso a través de la Puerta del Meridiano, cruzamos el Arroyo Dorado (un canal de agua con forma de arco mongol y sobre el que se proyectan cinco puentes de mármol) y nos dirigimos a la Puerta de la Suprema Armonía. Al otro lado se nos presenta una enorme explanada que llegaba a albergar a decenas de miles de personas durante las audiencias imperiales. Si continuamos el recorrido linealmente, atravesando las distintas puertas, habremos visto las salas más importantes pero éstas solo representan un tercio del volúmen de las construcciones del recinto.

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A ambos lados de nuestra ruta principal, encontraremos un laberíntico complejo de edificios de proporciones más modestas que en su día albergaron bibliotecas, templos, residencias, teatros, jardines e incluso la pista de tenis de Pu Yi, El Último Emperador. Hoy en día albergan exposiciones, permanentes unas, temporales otras, que muestran desde armaduras hasta restos de piezas de cerámica. Yo he encontrado estas zonas, alejadas del grueso de la horda de turistas pero no por ello completamente solitarias, más placentera de recorrer y con más rincones que invitaban a sentarse en un banco y disfrutar de un merecido descanso. Dejando aparte un larguísimo muro interior que las separa de la zona principal, a mí me ha recordado al Monasterio de Santa Catalina, en Arequipa (Perú), por el trazado interior de sus callejuelas y que en cada recoveco puedas encontrar un rincón en el que disfrutar contemplando la belleza sencilla de un juego de luces y sombras o admirar su simplicidad estructural (en lo que no se parecen es que el Monasterio es un conjunto policromático - con unas viviendas de paredes azules, otras residencias verdes o rojas y plantas con flores de múltiples colores - mientras que la Ciudad Prohibida es monocromática, con el color rojo como el único presente en techos y paredes, punteado sólo por dorados detalles en sus puertas y dejando un pequeño respiro de azules y dorados en forma de decoración en algunas vigas y cerca de los techos).



Desandando mi sinuoso camino, abandono la Ciudad Prohibida saliendo por el acceso que está bajo el enorme retrato que todos conocéis y voy paseando, por un acceso peatonal subterraneo, los pocos metros que me separan de la Plaza de Tiananmen. Mao concibió la estructura actual de la misma como un medio para proyectar la enormidad del Partido Comunista, en un estilo grandioso y con reminiscencias imperiales, para darle un toque de tradicional sumisión y obediencia. Durante la Revolución Cultural, desfiles de hasta un millón de camaradas tuvieron lugar aquí, a los pies del Gran Timonel, con su conocido uniforme verde y un brazalete de la Guardia Roja. Otras tantas personas se congregaron en el mismo sitio, en 1976, para rendirle homenaje tras su muerte. Y en 1989 las brutales imágenes de lo que aquí ocurrió fueron portada de los periódicos en todo el mundo. Una manifestación pacífica de estudiantes fue reprimida por el Ejército usando, entre otros medios, carros de combate. No se sabe con certeza cuantos pagaron con sangre la osadía de querer ser libres, pero la represión consiguiente costó miles de vidas.

En un extremo de Tiananmen se encuentra la entrada a la Ciudad Prohibida, con el retrato de Mao colgando sobre la principal arcada, la que era uso exclusivo del emperador y por donde yo he salido del recinto. En medio de la plaza, el Monumento a los Héroes del Pueblo, un obelisco de estilo también grandioso y soviético, detrás el mausoleo de Mao (que durante mi estancia en Beijing se encontraba en obras y el camarada no recibiría más visitas hasta el 20 de Septiembre) y detrás de este, en linea y separadas ambas por una carretera, dos reconstruidas y altas puertas de una ya desaparecida muralla. El kilómetro 0 de las autopistas chinas e
stá precisamente a los pies de una de ellas.

Acabo de fotografiarlo y pasar bajo el arco (donde la gente se refugia masivamente del sol, sin distinción entre pequineses, turistas y policías) cuando hay un tumulto. Un hombre con un traje blanco se ha subido al muro, a unos treinta metros de altura. Grita algo en chino, extiende el brazo derecho y empiezan a revolotear ociosamente un puñado de octavillas. En unos segundos, la policía hace acto de presencia, las recoge y solo un par de ellas no caen en sus manos. Un centenar de turistas, con media docena de extranjeros, nos congregamos a los pies del desconocido. Naturalmente, le hago fotos.


Como en una escena de película o sacada del día a día de rodar en zonas conflictivas del mundo, se me acerca un policía uniformado de verde y me tapa el objetivo con la mano sin miramientos. Yo bajo la cámara y él se da la vuelta. Aprovecho que se aleja y vuelvo a hacer fotos pero no me ha quitado el ojo de encima así que vuelve a acercarse al ver que hago caso omiso de su no pronunciada orden. Yo retrocedo unos pasos dócilmente, pongo buena cara pero sin sonreír y extiendo los brazos paralelos al cuerpo, con la cámara apuntando al suelo, en un gesto del que no tiene nada que esconder. Parece que se da por satisfecho y se vuelve a marchar. Es el momento de apagar la cámara, apartarse un poco de la acción (como me aconseja con gestos una vendedora de botellas de agua) y dejar que la policía haga lo que previsiblemente va a hacer, detener al ¿infractor?.

Algo ha estallado dentro de mi cerebro. No se quien es el hombre de blanco ni que es lo que reclama (¿democracia? ¿libertad de expresión? ¿que el Ejercito Chino y el Partido Comunista abandonen el Tibet y cese la política de genocidio cultural?) pero quiero volver a fotografiarlo, quiero captar la imagen de quien se atreve a desafiar un sistema cruel y corrupto, viviendo rodeado de su hediondez. El título oficial de las fuerzas armadas chinas es ''Ejercito de Liberación del Pueblo'' pero a los chinos solo los liberan de la carga de pensar por si mismos y de tomar decisiones en libertad. Hipócrita y criminalmente, una minoría asentada en el trono dorado, amparados por Marx y Lenin, usando la figura de Mao y el nacionalismo, tiene a sus pies a mil millones de esclavos. Eso no es justo. En esta vida hay muchos tonos de gris y pocas cosas que sean solo blancas o negras. Pero el gobierno de China y su doble rasero son color ala de cuervo.

Como si yo no me hubiera enterado de nada, levanto la cámara para una foto más. El policía vuelve, acompañado de una colega de azul uniforme, y ella, con cara
de pocos amigos, me dice ''No pictures''.

Y entonces por fin me asalta la cordura y el razonamiento de que yo no soy ningún periodista ni tengo inmunidad diplomática y que esto, como Cuba o Corea del Norte, es un País Comunista, que si rascas la superficie (como yo estaba haciendo) encuentras la paranoia y actitudes fascistas que imperan desde que Lenin empezó a leer y que no tengo ganas de que mi cámara acabe en una comisaría china. Sobre todo, conmigo al otro lado de la correa. Así que me retiro para sacar fotos desde mas lejos.


Nunca sabré contra qué protestaba el hombre de blanco porque no habrá ningún articulo en los periódicos o mención en los programas de noticias. La ultima vez que le veo es cuando nueve uniformes del miedo le conducen a un coche de policía.



Nota: Recientemente los medios de comunicación se hicieron eco masivo de la retirada de juguetes, fabricados en China, de los mercados de varios países porque su pintura contenía plomo. No es un caso aislado. Varias personas me han comentado ya otros escándalos que reflejan la falta de escrúpulos, la corrupción, el favoritismo y el culto al dinero (bajo el paraguas de Marx para los dirigentes del Partido) que son endémicos en el país. Una dictadura con un barniz de ideología que justifica y ampara desigualdades como las que no hay en ningún país del criticado y demonizado Occidente.


Una serie de muertes por malnutrición llevo a descubrir que una fabrica de comida para bebes estaba distribuyendo un producto que carecía de valor nutricional alguno. Los pequeños eran alimentados con diligencia y regularidad por sus madres pero ellos, literalmente, se morían de hambre.


En el afán por dar cobijo a una población siempre creciente, la carrera por construir viviendas e infraestructuras tiene un perdedor claro, la seguridad. A veces los constructores usan cemento de baja calidad que convierten la probabilidad de un derrumbamiento en una certeza, siendo la única duda el número de años que tardará en producirse. Hace unas semanas, un puente nuevo se derrumbaba unos días antes de su inauguración mientras se retiraban los correspondientes andamios.

Lo peor del capitalismo y lo peor del comunismo imperan aquí, soportados por la tradicional estoicidad y vida sencilla de mucha gente, auqnue el descontento es patente en los campos.

He visto gente tocando la guitarra en el interior del metro. Hay pobres mendigando en las estaciones y los vagones. En todas partes verás a alguien apostado cerca de una papelera dispuesto a coger la botella de plástico que tú vas a tirar. La juntará con otras y las venderá después, ganando así un magro dinero. En los pasadizos peatonales subterráneos, hay gente que pasa la noche tumbada sobre unos cartones en el suelo por carecer de vivienda. Si estás enfermo y no tienes dinero, estás condenado a muerte, pero rodar una película propagandística (que no un documental) sobre esa tragedia no hace crecer aún más la cuenta corriente, el ego ni el diámetro de la barriga a nadie.


(Escrito por el desde Beijing, China, el 29 de agosto de 2007)

La cabeza que todo lo ve

El tren llega a Beijing y yo soy de los últimos en salir, para poder maniobrar con tranquilidad mi abultada mochila. Me lo dijo otro pasajero y me lo recuerda la azafata de mi vagón: no he de olvidar mi billete, pues me lo pedirán para poder salir de la estación, que me parece un caos de gente. La plaza enfrente de la misma es incluso peor pues pese a que aún no han dado las siete y media de la mañana, el calor ya es pegajoso y las multitudes que vagan a mi alrededor se me antojan agobiantes. Puede ser la primera y llena de prejuicios opinión sobre esta ciudad de quien se ha pasado las ultimas doce horas con solo otras tres personas y ahora comparte un metro cuadrado con el doble de gente.

Esquivando a los que combaten el calor subiéndose la camiseta hasta el pecho (y no son precisamente culturistas), busco el símbolo blanco sobre fondo azul y al cabo de unos segundos lo diviso al otro lado de la calle, y bajo él veo la parada del metro, enfrente de – pero sin comunicación directa con – la mas populosa, frecuentada y activa estación de tren del país. Para acceder al sistema de metro de solo tres lineas (y otras tantas en construcción) los billetes son de papel (aunque ahora están introduciendo un sistema de tarjeta plástica recargable, como la Optus de Hong Kong) y el precio es de 3 yuanes, independientemente del destino. Hay algunos carteles en inglés (para las taquillas, las entradas y salidas, la prohibición de fumar o de introducir explosivos...) y en cada andén se indica cuál es la siguiente parada en ese sentido, además de un cartel con la ruta completa. Parece que se están esforzando en prepararse para los JJOO y eso incluye que, contraviniendo milenarias tradiciones, empiezan a educar a sus compatriotas sobre como han de dejar salir a la gente del vagón del metro antes de que entren ellos (el mensaje se refuerza con la presencia de guardias de seguridad que con su boina y uniforme azul marino aseguran el orden frente a las puertas). En el exterior hay ya en algunas zonas carpas ambulantes de voluntarios para traducciones in situ. Lo que me sigue chocando, aquí como en Shanghai y en todo el país, es que haya señores con pantalón corto (de lo que sea, eso incluye ropa deportiva) y zapatos. Y calcetines blancos. Porque el calzado importa y da ese toque de seriedad y clase que todos buscamos, incluso con un polo Lacoste (falso) y unos pantalones de deporte Adidas.

Sólo cuatro paradas mas tarde me bajo en Dongzhimen, donde tengo una mejor perspectiva del cielo blanco de la ciudad, y allí (tras comprar una tarjeta telefónica para llamar a Stefi y confirmarle que estoy de camino) paro un taxi a cuyo conductor (encerrado en una cabina blindada) dejo estupefacto cuando, para mostrarle la dirección a la que deseo ir, le enseño en mi cámara una foto que le tome al plano enviado por Stefi. Reíros, reíros, pero intentad pronunciar San Yuan Da Sha, San Yuan Quiao, Guo Zhan Lu Kou You Guai, UHN Guo Ji Chun, Shu Guang Li...teniendo en cuenta que la entonación es la clave del mandarín y la misma palabra pronunciada de manera distinta tiene significados dispares. ‭¿‬Cómo le pediríais al camarero una botella de cerveza ''Tsing Tao'', si es lo que os apetece para acompañar vuestra comida? Pues el pobre hombre no os va a entender si lo que sale de vuestros labios no es algo similar a ''Chin Daou''. El conductor no habla ni una palabra de inglés, y eso será una constante en mis diarias experiencias con los de su gremio. A los taxistas les falta mucho por aprender, porque sin hablar inglés esta ciudad será un caos dentro de 353 días. Como más tarde me diría Stefi, ''los estadios estarán listos pero nadie podrá llegar a ellos''.

Por si acaso, al cabo de un rato de viaje, pongo en marcha el Plan B. Otra vez mi anonadado amigo tendrá una historia original que contar a sus compañeros mientras se echan un cigarrillo y comparten una taza de te de sus termos (con una tapa en la que juegan con las imágenes como en los brillantes cromos de mi infancia: según el ángulo con que la mires puedes ver las torres gemelas o una mezquita, la Ópera de Sidney o el Taj Mahal). Les podrá contar la anécdota del turista que saco su portátil y como fondo de pantalla tenía unas instrucciones, en chino e inglés, con un detallado plano a mano alzada para llegar a su destino.

Pero funciona. Al cabo de unos quince minutos llego a un vallado conjunto de edificios con cuatro guardias de seguridad en la puerta principal, en un puesto de control y enfrente del mismo, que me dirigen al bloque correspondiente. En cada portal hay una chica joven que franquea el paso a los inquilinos. Excepto a mí, claro, a quien no conoce. Llamo al portero automático pero no funciona y Stefi baja a abrirme. Ahora que la chica que ejerce de portera nos ha visto juntos, en lo sucesivo cada vez que me acerque al portal sera ella quien me abra sin que yo tenga que hacer ni siquiera el gesto de sacar la tarjeta que realiza la apertura automática.

Como no quiero caerme dormido y perder el día (son solo las...nueve y media de la mañana!), Stefi va a llevarme de paseo por Beijing. Compramos varios billetes de metro pues no caducan y son validos en cualquier trayecto así que te evitas las colas en la taquilla en hora punta. La primera parada es una calle peatonal en la que los nombres de los comercios inducirían a confusión al nada benigno Mao si este levantara la momificada cabeza en su pétreo mausoleo. KFC, McDonalds, Adidas, Nike, Rolex, Benetton...lo único que le queda de comunista a este país (como a Vietnam o Laos) es el nombre, el Partido aferrado al poder, y el control sobre sus ciudadanos, a los que privan de libertad de movimiento y expresión entre otras muchas y nada banales cosas. Cerca de esa calle hay un pequeño mercado nocturno que en realidad es frecuentado por turistas a todas horas. Si quieres un pincho de escorpiones o caballitos de mar, este es el lugar adecuado.


Me prometí a mi mismo que no me compraría nada en China hasta pocos días antes de abandonar el país, así que ya me he comprado algo. Si para los nazis su Libro Sagrado era ''Mein Kampf'', para los chinos es el pequeño Libro Rojo que tengo en mi bolsillo con citas de mensajes de Mao. Y en español. Me pedían originalmente 85 yuanes pero la regla aproximada (porque depende del producto y de la ubicación) es conseguir 1/3 del precio de salida y de esa manera, ni se tima al comprador ni se sangra al vendedor. Dos minutos y tres intentos por mi parte de abandonar el puesto callejero mas tarde, el precio que ambos acordábamos eran unos razonables 30 yuanes (aunque sospecho que pagué el doble de lo que deberia). Después Stefi me lleva (siempre en Metro, ésta es una gigantesca metrópolis donde no se puede ir andando a ningún sitio porque nada esta cerca) a la Plaza de Tiananmen, y, enfrente de ésta, el acceso a la imperial Ciudad Prohibida. Como una anacrónica reliquia de otros tiempos, un retrato del fallecido dictador despide sonriente a los que salen por la Puerta Norte. Me hago la inevitable foto con Mao a mis espaldas, compartiendo ese gesto con algunos turistas y muchos, muchísimos, chinos. Después cruzamos el paso subterráneo y salimos a un triste y maquillado símbolo de la libertad oprimida, la Plaza de Tiananmen.



Nota: El viaje desde Shanghai a la capital del Imperio es más cómodo que el tramo anterior, desde Hong Kong. Son cuatro las literas en lugar de seis en cada compartimento. Y la de arriba está a una altura que sería negociable incluso para un enano pequeño. Hay dos almohadas en lugar de una. Hay puerta corredera, con espejo en el lado interior. Las luces de lectura pueden encenderse en cualquier momento, sin que haya que esperar a que se apaguen las del techo. A la altura de la cabeza, encontramos una redecilla para depositar objetos y una percha(!) forrada de tela. Hay zapatillas gratis. Y cepillo de dientes. La jarra de agua caliente me parece más elegante. Y, desde esta altura, la mesita debe tener el doble de tamaño que en los vagones de esos que viajan con mochila y sin recursos. El uniforme de las azafatas es también distinto, aunque no sean más guapas. Se sustituye el pantalón azul marino y la camisa azul claro de revisor de RENFE por una falda gris, blusa blanca y chaleco granate, como camareras de cafetería. No hay minúsculas mesas en el pasillo y los asientos plegables son menos en número y más grandes en tamano. La temperatura en el interior del compartimento y el volumen de los altavoces (menos mal que ahora están poniendo música pop china en lugar de las noticias con fondo de marcha militar de antes) son ajustables por el usuario.

En los vagones de ricos también se fuma. Y el humo también llega a todas partes. Hay que joderse con el respeto a los demás. Con la inestimable
ayuda del ocupante de la litera de al lado (menos mal que ha ejercido de traductor) la camarera acaba de venderme un desayuno chino para mañana (me encontraré con que es una especie de sopa de arroz, un huevo duro, una mezcla de judías, guisantes y verdura, dos bollos dulces blancos, uno de ellos relleno, todo por 10 CNY). Hay que ser osado para desayunar como un chino, porque lo que he contado que traía la bandeja no lo he sabido hasta la mañana siguiente) que me traerá a las seis y media de la mañana, como un señor. Si no fuera por la hora, claro. El vagón restaurante estaba lleno de gente así que volví al compartimento y me venció el sueño a eso de las nueve. Si en el Hong Kong – Shanghai hubo una pareja que se levantó varias veces por la noche a mirar por la ventanilla del pasillo (!), aquí me ha tocado un señor aparentemente sexagenario que se ha levantado no menos de tres veces para ir al baño (por cierto, este si era de estilo occidental, pues tenia taza) y a prepararse un te. Debía estar acostumbrado a levantarse con el sol, porque se puso a desayunar a las cinco y media de la mañana.


Panorámica del vagón restaurante antes de que se me acercara la camarera y me impidiera, eso sí, con sonrisas, hacer una segunda foto.

(Escrito por él desde Beijing, China, el 28 de agosto de 2007 porque con un ataque de diarrea que me durará una semana, aquí no hay quien duerma)

La Ciudad Prohibida

Cuando paseéis por los parques y vericuetos de la Ciudad Prohibida, probablemente os asalten recuerdos e imágenes de la película de Federico Bertolucci, “El Último Emperador”.
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Mes de noviembre, año 1908. En medio de la noche, un niño en llanto era conducido a la Sala de la Suprema Armonía, el palacio ceremonial de la Ciudad Prohibida, para ser proclamado emperador. El nuevo y último emperador contaba con tan sólo tres años de edad. Su reinado sería breve, viéndose obligado a abdicar cuatro años más tarde.
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Otros emperadores e ilustres personajes habitaron por más tiempo entre las paredes de la Ciudad Prohibida. Tal fue el caso de una mujer singular, de reputación infame, cuya historia me propongo relatar ahora.

Se trata de la emperatriz Cixi. Sí, he dicho bien, la emperatriz Cixi, que no Sisí la emperatriz. Hasta hace poco, yo no sabía nada acerca de esta mujer, que sin embargo fue la más poderosa de su época. Se dice que su poder incluso excedía al de su contemporánea, la reina Victoria, cuyo nombre, en cambio, sí nos resulta familiar.

Erase una vez en Beijing, entonces Pekín, una joven llamada Xiao Lan (Pequeña Orquídea), hija de un capitán de la guardia imperial. Enamorada de un joven oficial, el comandante Jung Lu, Xiao Lan soñaba con el día de su boda.

En aquel tiempo reinaba el emperador Xianfeng, de la dinastía Chin. El emperador y sus esposas vivían en el palacio imperial de la Ciudad Prohibida, cuyas puertas custodiaba el padre de Xiao Lan.

Manda la tradición que la primera esposa del emperador fuese elegida por su virtud, mientras las demás lo fuesen por su belleza. Así pues, Cian, la emperatriz consorte, ocupaba un rango de honor entre las numerosas concubinas de Xianfeng.


Entrada meridional a la Ciudad Prohibida. La puerta central estaba reservada al uso exclusivo del emperador y, excepcionalmente, al de la emperatriz, en el día de su boda.
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Con su redondo y resplandeciente rostro de luna, la gracia y hermosura de Xiao Lan no pasaban fácilmente desapercibidos. Tanto es así, que no tardó en ser llamada ante la corte imperial.

El capitán no podría haber soñado con mayor prestigio y honor que el de entregar la mano de su hija al emperador, por lo que pronto quedaron rotos los sueños de Xiao Lan y de su prometido Jung Lu. Con dieciséis años y el corazón partido, Xiao Lan entró a vivir dentro del recinto amurallado de la Ciudad Prohibida.

Habitaba en una de las doce estancias que rodeaban el palacio imperial, junto con las demás concubinas y su séquito de eunucos. Todos los días, el emperador elegía la mujer en cuya compañía deseaba pasar la noche. Para impedir que una infeliz concubina pudiese introducir un arma con la que atentar contra la vida del emperador, la elegida era escoltada a sus aposentos por un eunuco y dejada desnuda al pie del tálamo imperial. Así perdió Xiao Lan su virginidad.
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...............................................................................................................................La Suite Imperial

Pronto quedó embarazada, dando al emperador su único hijo varón. Habiendo dado a luz al futuro heredero del trono, Xiao Lao ascendió a concubina de primer rango y su nombre fue cambiado por el de Cixi (Santa Madre). Sin embargo, nunca consiguió el afecto de su esposo, el cuál no manifestaba sentimientos más que por Li Fei, su predilecta concubina.

Xianfeng murió en 1861, a la edad de 30 años. Su hijo único, Tongzhi, tenía entonces cinco años. Cixi y Cian se aliaron para regentar juntas, dando órdenes a través del niño emperador. Durante las sesiones de gobierno, las emperatrices, escondidas tras una cortina de bambú, escuchaban los informes de los oficiales y, como apuntadores en una representación teatral, soplaban al niño sus decisiones, que él repetía palabra por palabra.
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El niño creció, convirtiéndose en un adolescente indisciplinado e inmaduro, despreocupado de los asuntos del Estado y adicto al sexo y al alcohol. Murió a los 19 años de una enfermedad venérea, aunque se sospecha que su madre Cixi pudo haber estado implicada en su muerte temprana. También se le achaca a Cixi la muerte de Alute, la esposa de Tongzhi, a la que supuestamente obligó a cometer suicidio, por ingestión de opio, tras la muerte de su marido.

Sea por la razón que fuere, el emperador murió sin dejar descendencia. Cixi nombró sucesor al trono a su sobrino por parte de hermana, Guangxu. Así pues, el nuevo emperador era ajeno a la línea dinástica de los Chin. El niño fue coronado con tres años de edad, lo que aseguraba a Cixi su permanencia en el gobierno. La madre de Guangxu falleció al poco tiempo. Cabe imaginar que Cixi estuviese relacionada con la muerte de su propia hermana. También se rumorea que asesinó a la emperatriz Cian en 1881, para quedar sola en el poder. Muchas son las acusaciones que recaen sobre la emperatriz Cixi, aunque nunca se ha podido comprobar su culpabilidad.

Lo que sí se sabe con certeza es que Cixi condujo una vida de opulencia y despilfarro, gastando fondos del Estado en suntuosos banquetes, joyas y excéntricos lujos. Comía con palillos de oro y bebía en copa de jade. Vestía medias bordadas de seda, hechas a medida, que sólo lucía una vez. Desfalcó a la Armada Imperial para construir su Palacio de Verano, en el que se retiró en 1889, tras cumplir 17 años su sobrino.

El emperador Guangxu había sido un niño débil y enfermizo, que creció atemorizado por su poderosa tía. Contrariamente a su antecesor, su degenerado primo hermano Tongzhi, el joven Guangxu tomó interés por las cuestiones de Estado e inició una serie de reformas para modernizar el imperio. Esto le costó la enemistad de su tía, de espíritu conservador, que no tardaría en regresar a la Ciudad Prohibida para abortar dichas reformas.

Cixi condenó a su sobrino al más total aislamiento, recluyéndolo hasta la muerte en la “Terraza del Océano”, un islote en el lago artificial del Palacio de Invierno, dentro de la Ciudad Prohibida. Sustituyó la guardia imperial de Guangxu por los hombres de su fiel amor, el capitán Jung Lu.

Pese a su mano de hierro, Cixi terminó cediendo a la presión de las fuerzas aliadas occidentales y aplicando medidas reformistas para la modernización china. Se construyeron líneas de ferrocarril y escuelas, se penalizó el consumo de opio, y se abolió la pena de muerte por desangramiento (la pena de los mil cortes), amén de otros profundos cambios sociales.

Mes de noviembre, año 1908. Sintiéndose morir tras un infarto seguido de disentería, Cixi rápidamente organizó la sucesión al trono, nombrando heredero al nieto de su amante, el pequeño Pu Yi, nacido de la unión de la hija de Jung Lu con el hermano del emperador, el príncipe Chun.

En medio de la noche, un niño en llanto era conducido a la Sala de la Suprema Armonía, el palacio ceremonial de la Ciudad Prohibida, para ser proclamado emperador. Al día siguiente, oportunamente moría con 37 años su tío Guangxu, el emperador aislado. Otro día más tarde, el 15 de noviembre de 1908, exhalaba su último aliento la emperatriz Cixi, a dos semanas de cumplir 74 años.

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Aquí, otra emperatriz, fotografiada bajo una pareja enamorada de árboles en la Ciudad Prohibida, abrazando a su imaginario príncipe azul (por lo visto, muy bajito).

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Nota: muchas son las historias, leyendas e intrigas de palacio que rodean la figura de la emperatriz Cixi. Si deseáis aprender sobre ella y sobre la vida dentro de la Ciudad Prohibida, os recomiendo el libro “Two years in the Forbidden City”, cuyo texto íntegro puede bajarse de internet. Su autora, la princesa Der Ling, fue cortesana durante el reinado de Cixi.
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(Escrito por ella desde Xi´an, provincia de Shanxi, China, 19/09/07)

09 septiembre, 2007

¿Ya...? ¿Cómo que ya...?

Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. Seis. Siete. Ocho. Nueve. Diez. Once. Doce. Trece. Catorce. Quince. Dieciséis. Diecisiete. Dieciocho. Diecinueve. Veinte. Veintiuno. Veintidós. Veintitrés. Veinticuatro. Veinticinco. Veintiséis. Veintisiete. Veintiocho. Veintinueve. Treinta. Treinta y uno. Treinta y dos. Treinta y tres. Treinta y cuatro. Treinta y cinco. Treinta y seis.

¿Cómo que treinta y seis?




(Escrito por él desde Ulaan Baatar, Mongolia, el domingo 9 de Septiembre de 2007 - porque el jueves 6 estaba en Xongor, donde hay muchas dunas pero no ordenadores - después de que su trasero y huesos hayan sobrevivido a todos los baches imaginables en un desierto)

06 septiembre, 2007

Ruta Sur

El tiempo vuela. Ya han pasado tres semanas desde que dijera adiós a un Junior cargado de mochilas en la estación ferroviaria de Hong Kong. Mientras él emprendía su peregrinaje por las grandes urbes del Este, yo me adentraba en las provincias montañosas del Sur.

Mi primera parada fue en Güillín, localidad de 670.000 habitantes al norte de la provincia de Güangxí. Idolatrada musa de poetas y pintores durante generaciones, poco le queda a Güillín de su idílico pasado. La eterna armonía taoísta ha dejado paso a una ciudad moderna y bulliciosa. Lo mejor de Güillín es escapar de ella. Para ello, dos soluciones:

1. La opción más popular y menos económica consiste en deslizarse por las aguas del río Li, en dirección a Yangshuó. Por un precio oscilante entre 350 y 500 yuanes (de 35 a 50 euros, dependiendo de que el crucero incluya comida y guía angloparlante), puedes disfrutar de unas cuatro horas de belleza kárstica. Eso sí, prepárate para un buen madrugón.

2. La opción cutre, por la que me decanté, consiste en subirse a uno de los frecuentes autobuses locales que por el módico precio de 15 yuanes (1 euro y medio) te deja en el centro de Yangshuó en cosa de una hora. Una vez allí, puedes elegir entre varias excursiones fluviales por el río Yulong, ya sea en barco, kayak o balsa de bambú.


Yangshuó, con una población de 300.000 habitantes, se ha convertido en una de las principales mecas del mochilero. Numerosos cafés, pizzerías y bares, ofrecen diversión y descanso para el viajero cansado de comer arroz y sopa de fideos. Pese a que la globalización y el desarrollo turístico le hayan restado gran parte de su genuinidad, Yangshuó sigue ofreciendo innumerables encantos: puentes de piedra, parques, lagos recubiertos por flores de loto, montañas calizas, cuevas, búfalos de agua bañándose en el río, terrazas de arrozales...

No os despidáis de Yangshuó sin haber disfrutado de:

1. Sus aguas. Un paseo en barco os permitirá gozar de la belleza escénica del río, sin hacer el más mínimo esfuerzo.


2. Sus alrededores. Un paseo en bici por las afueras de la ciudad es rito obligatorio para todo viajero que se precie de explorador. Preparaos para sudar. De camino a “Moon Hill” (Colina de la Luna), podéis hacer paradas para visitar varias cuevas y un árbol centenario (“Big Banyan Tree”).

3. Su espectáculo de luz y sonido,“Impressions Liu Sanjie”. Impresionante. Todas las noches, de ocho a nueve, 600 artistas dirigidos por el cinematógrafo chino Zhang Yimou, interpretan piezas de ópera china sobre un escenario de agua, con doce picos iluminados como telón de fondo. No lo dejéis para el último día, ya que el espectáculo puede verse cancelado por inclemencias del tiempo. No vayáis a quedaros con la miel en la boca, como me pasó a mí. Quince minutos después de iniciarse el espectáculo, la música se detuvo y una voz anunció la mala noticia por megafonía. En chino, claro. Una estudiante, que estaba sentada a mi lado, me ofreció la traducción: el río Li, cuyo caudal lleva más de dos días nutriéndose de persistentes precipitaciones, fluye demasiado rápido para que pueda proseguir el espectáculo.

Afortunadamente, me devolvieron los 180 yuanes de la entrada. Si no fuera porque ya tenía comprado mi billete a Kunming para el día siguiente, hubiese prolongado mi estancia en Yangshuó con el solo fin de disfrutar de esta maravilla musical y escenográfica.
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Nota: en Yangshuó, preparaos para pasar calor. Estas fotos, tomadas sobre las nueve de la mañana, dan fe de su humedad atmosférica. El objetivo se quedaba empañado nada más encender la cámara.
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Tras 26 horas de tren, llegué a Kunming, mi primera parada en la provincia de Yunnan. La ciudad, con más de un millón de habitantes, se mueve a un ritmo frenético. En la estación de trenes, reina la confusión más absoluta. Cien chinos y su madre haciendo cola en las taquillas, ningún cartel en cristiano y, por supuesto, nadie que sepa hablar dos palabras de inglés. Al final conseguí comprar mi billete para la ciudad de Dali por mediación de un fulano que me presentó su tarjeta de visita: “David Smith, Business Manager and Interpreter, Department of Travel Information”. Por 30 yuanes de comisión, un tercio del precio de mi billete, el tal David me sacó de mi estado de desesperación y miseria.

Al noroeste de la provincia de Yunnan, empiezan las montañas y los colores del Tíbet. Os recomiendo que empecéis vuestro recorrido de Sur a Norte, y no al revés, pues la mayoría de viajeros que bajan de Lijiang a Dali suelen quedar decepcionados por ésta.

Dali, a 1900 metros de altitud, es la primera ciudad imperial del Yunnan. La ciudad cuenta con 110.000 habitantes, distribuidos entre la zona nueva (Xiaguán) y el antiguo casco amurallado. La estación de trenes se encuentra en Xiaguán y el taxi hasta el casco histórico viene a costar unos 30 ó 40 yuanes, según vuestras artes de regateo.

La ciudad amurallada se encuentra al sur del Erhai Hu, un lago alargado cuyas dimensiones exceden los 30 kilómetros de largo por seis de ancho. Mucho ánimo para aquellos que deseen circunvalarlo, aunque me consta que es posible. Conocí a un israelí, curtido ciclista, que se jactaba de haber superado el reto en aproximadamente seis horas (hago eco de sus palabras, pero no doy fe de su veracidad).

Junto a la puerta oeste de la muralla, se puede coger un autobús local que, por seis yuanes (curiosamente, la vuelta me costó sólo cinco), te lleva al pueblo de Shaping, en la ribera noroeste del lago. Todos los lunes tiene lugar allí un pequeño mercado, de las diez de la mañana hasta las dos y media de la tarde, en el que se venden principalmente comida, textiles y utensilios para la casa. Este mercado, auténtico punto de encuentro para la comunidad Bai (una de las 56 etnias minoritarias chinas) me gustó mucho por contar con poquísimos puestos para turistas y ofrecerte la oportunidad de fotografiar escenas de vida local.

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Nota: si decidís hacer compras allí, no dudéis en regatear ferozmente. Me pedían 80 yuanes por una chatarra que terminé comprando en el pueblo por tan sólo ocho yuanes.
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Una de las atracciones recomendadas por el Lonely Planet es la visita a las Tres Pagodas. En mi opinión, el precio de la entrada es excesivo (121 yuanes según mi recién editada guía), sobre todo teniendo en cuenta que no te da derecho a visitar el interior de las pagodas. Me di por contenta con fotografiarlas de lejos: la mejor panorámica se consigue desde el templo Zhonghe, en lo alto de la montaña.
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Para llegar al templo, podéis hacer uso de unas sillas teleféricas (60 yuanes ida y vuelta), cuyo lentísimo y placentero recorrido hasta la cumbre bien tarda unos 20 minutos; o bien subir a lomo de un caballo por 35 yuanes. Por supuesto, la opción más económica es la de vuestra propia fuerza motriz, en cuyo caso tan sólo tenéis que pagar la entrada al parque (30 yuanes). Las vistas desde la cima de Zhonghe son impresionantes y, si tenéis la suerte de contar con la bendición de un día soleado, podéis disfrutar de un largo paseo por el sendero empedrado que bordea la montaña.

Nota: los detractores de Dali os dirán que la ciudad ha perdido su encanto original debido al influjo del turismo chino, que ha propiciado la proliferación de tiendas de suvenires y guías disfrazados con atuendos tradicionales de la etnia Bai. Pese a ello, he disfrutado de mi estancia en Dali. En su favor diré que sus precios son más asequibles que los de su rival, Lijiang, y que su oferta gastronómica es, por ahora, la mejor que he tenido en China).

Mi siguiente escala en Yunnan, Lijiang, es fácilmente accesible desde Dali. El autobús VIP (65 yuanes) llega a su destino en apenas tres horas. Se puede hacer el mismo recorrido por 40 yuanes en autobús local, pero hay que apechugar con algunas desventajas: se tarda una hora más, no hay baño y no tienes más remedio que tragarte el humo de indeseables compañeros de viaje.

La ciudad de Lijiang (2.400 metros de altitud) es, para mi gusto, más atractiva que Dali, con sus estrechas y laberínticas calles de piedra y sus numerosos canales. La minoría étnica imperante en Lijiang es la comunidad Naxi, descendiente de tribus tibetanas.

Una de las particularidades de la sociedad Naxi consiste en su aceptación de las parejas de hecho. El sistema “azhu” (traducido como “amigo”) permite relaciones sexuales entre hombres y mujeres sin obligación a casarse ni a establecer una residencia común. Típicamente, la pareja mantiene relaciones sin abandonar el hogar parental. Los hijos nacidos de tales uniones pertenecen a la mujer. El hombre no tiene obligación de aportar su apoyo económico y, generalmente, lo hace sólo mientras perdure la relación.

Ahora mismo, me estoy imaginando a más de uno corriendo a rellenar formularios para ser nacionalizado Naxi (si tal cosa fuese posible), pero ojo, no vayáis a precipitaros: las mujeres son herederas únicas de la propiedad y sólo ellas pueden actuar como árbitros en caso de litigio.

Pese al carácter matriarcal de los Naxi, sólo los hombres ejercen como chamán o “Dongba”. Los Dongba custodian la tradición escrita Naxi, cuya milenaria escritura pictográfica sigue todavía en uso.

Nota: para aprender más acerca de la cultura Naxi, os recomiendo que visitéis el Instituto de Investigación Dongba, en el parque del “Black Dragon Pool” (30 yuanes).

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Lijiang es el punto de partida para la excursión al cañón del “Tiger Leaping Gorge”, cuya duración varía entre uno y tres días. Yo opté por la opción cómoda de un solo día, con tan mala suerte que la carretera estaba cortada por desprendimiento de rocas. Tuve que contentarme con hacer tan sólo dos kilómetros y medio del recorrido.

Nota: en Lijiang, os recomiendo que durmáis en uno de los tres hostales “Mama Naxi”. En el“Mama Naxi 3”, abierto hace tan sólo cuatro meses, mama Naxi ofrece suculentas y abundantes cenas por el módico precio de diez yuanes. La cena se sirve puntualmente a las seis de la tarde y sin pedidos “à la carte”.

Tras mi abreviada excursión al cañón del tigre, cogí un autobús local (con sus habituales fumadores) para mi siguiente destino: Shangri-La, también llamada Zhongdián.

En Shangri-La, a más de 3400 metros de altitud, se empieza a respirar el aire del Tíbet. Los arrozales han dejado paso a las montañas, los búfalos de agua a los yaks, los templos chinos a los monasterios tibetanos, los pueblos de piedra a los de madera, y el calor al frío.


Durante los tres días que he pasado aquí, no me he quitado el gorro más que para ducharme. Hace un frío que pela y, peor aún, no ha parado de llover (menos mal que el monzón terminó, teóricamente, el mes pasado). Otro detalle que me hace pensar que estoy más cerca del Tíbet que de China, es la ausencia de espíritu empresarial por parte de los “shangrileses”, a los que no se les ha ocurrido poner estufas en las habitaciones ni secadoras en las lavanderías. Y esto último sí que es un problema, porque a fuerza de pasearse (y dormir) con toda la ropa puesta, pronto se le acaban a uno las camisetas y calcetines limpios. Llegados a esta crítica coyuntura, uno se tiene que enfrentar con el siguiente dilema: volver a ponerse la ropa apestosa o darla a lavar, con el consiguiente riesgo de pasar el resto de la semana llevando ropa húmeda.

Yo he optado por compartir mi tufillo con el resto de la humanidad. Afortunadamente, en esto no estoy sola. Una de mis compañeras de viaje, Yael, sostiene la teoría de que la ropa sucia, dejada de lado durante unos días, vuelve a estar limpia como por arte de magia. Menudo notición. Tanta publicidad para vendernos polvos quita manchas y lavados ultra blancos, cuando resulta que la mierda y los malos olores, ¡con el tiempo se evaporan! (Junior, no te emociones, que te veo venir: no, insisto, no, Juni, no, los platos de la cena NO se friegan solos por mucho que los dejes a remojo).

Shangri-La es una ciudad de paso para la mayoría de viajeros, quedándose como media un par de días, el tiempo justo para descansar y visitar el tricentenario monasterio “Songzanlin Si”, actualmente habitado por unos 600 monjes. He oído decir que su visita es aún más interesante que la del famoso templo “Jokhang”, en Lhasa, por estar menos comercializado.

Nota: para llegar al monasterio, coged el autobús número tres desde el centro, hasta la última parada. La entrada cuesta 30 yuanes.



Para muchos, Shangri-La es punto de partida de la ruta hacia el Tíbet. La gestión de permisos para pasar la frontera por tierra puede llegar a tardar hasta once días (sólo tres si se hacen los trámites en Chengdu, según he oído decir a otros viajeros), de ahí que muchos terminen optando por volar a Lhasa.

Otros viajeros parten de Shangri-La hacia Chengdu, en lo que se conoce como la ruta de la “puerta trasera” o “back door”. Consiste en recorrer las carreteras de montaña en autobuses locales, durante cinco o seis días, haciendo escala en varios pueblos tibetanos: Xiangcheng, Litang y Kangding.

Yo vine a Shangri-La con esta idea, pero he tenido que cambiar de planes debido a la insistente lluvia. Tanta depresión meteorológica al final ha podido con mi ánimo. A las siete y media cojo el autobús nocturno, de vuelta a Kunming. Doce horas de viaje, tumbada en una estrechísima camilla, en compañía de chinos fumadores y, acabo de enterarme, sin baño abordo. Como para que le entre a una la diarrea... por si las moscas, hoy, mejor ni como ni bebo.

Nota para Junior, que hoy, día seis de Septiembre del 2007, cumple 36 añitos de nada (de acuerdo con su último email, que recibí hace cinco días, José está ahora recorriendo el desierto de Gobi en compañía de tres veinteañeras finlandesas, ¡el pobrecito!): JUNI, cuidadito con la leche de yegua fermentada, que me han dicho que produce tremendas resacas...
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¡¡FELIZ CUMPLEAÑOS, O.P. y M. de mi corazón!!

(Escrito por ella desde Shangri-La, provincia de Yunnan, China, 06/09/07)

01 septiembre, 2007

Sin noticias de José

Un texto más bien cortito para dar un rápido parte de viaje y que toméis nota de un retraso (leve) por mi parte en publicar textos.

Si bien lo ultimo que publiqué era sobre Shanghai, después de esa ciudad visite Beijing, la Gran Muralla, la Ciudad Prohibida y la Plaza de Tiananmen (donde tuve un breve encuentro con la larga mano de la policía china).

La semana pasada, el miércoles, cogí un autobús nocturno a una ciudad fronteriza china (Erlian/Erenhot) a la que llegué a las 6 de la mañana. Tardé 4 horas en atravesar la frontera en un Jeep y, en el lado mongol, me tocó esperar en un pueblo hasta las seis de la tarde en que un tren nocturno me llevó a Ulaan Bataar, la capital de Mongolia, a donde llegué a las nueve de la mañana del viernes. Para que veais que lo del viaje complicado no era ninguna broma.

Mañana, domingo, madrugo para irme a recorrer, durante 7 dias/ 6 noches, el Desierto del Gobi. Obviamente no todo, claro, sino un circuito que (merced a una media de seis horas metido en un Jeep a diario) ofrece lo mejor de este paraje. E incluye cada noche dormir en un tradicional ger y disfrutar de una cena típica nómada (que ya me se los platos, porque los he probado en U.B. y no os imaginais lo que supone para un estomago delicado).

Pero todo es parte de la aventura...! Y eso incluye la diarrea que me atacó en Beijing y que sólo ahora empieza a remitir. O que mi cámara se haya estropeado. Otra vez.

Sergi, ya me dirás como hicisteis tu y Roisin para que no os pasara nada!!!! David, tu me dirás como hiciste para que en poco mas de cuatro meses te pasara de todo!!! Dani, ya me dirás como te lo estarás pasando en el veranito de España!!!

En fin, entre la ausencia de acceso a Internet a la sombra de las dunas, lo complicado de la vuelta a China (porque el Trans Mongolia no sale mas que los sábados), y lo cansado que voy a estar en Beijing, a lo mejor las siguientes noticias mías las escribo bajo la congelada mirada de los guerreros de terracota.

(escrito por él desde Ulaan Bataar - la capital mas fría del mundo -, Mongolia, el 1 de Septiembre de 2007...a 5 días de la fecha clave)