Aquí va mi mejor intento por atender a las diez preguntas más destacadas del montón.
1. La pregunta más frecuente, la que TODOS te hacen, y que nunca sabes si es por interés o cortesía: “¿Qué tal el viaje?”
Viajar durante doce meses a lo largo y ancho de doce naciones (catorce en el caso de José) no es lo mismo que tomarse una semana de vacaciones en la manga del mar Menor. Y no lo digo por despreciar a mis amigos murcianos, que para el caso lo mismo me da poner como ejemplo la Costa Blanca que la Azul. A lo que voy es que no son experiencias comparables y que, en nuestro caso, no sabríamos ni por dónde empezar, por lo que es prácticamente imposible dar una respuesta que medianamente se ajuste a la realidad.
A los corteses, contestaré con una sola palabra: “GENIAL”.
En cuanto a los genuinamente interesados, confío en que sabrán valorar nuestras impresiones en los tropecientos folios de este blog, ¡que para eso lo escribimos!
2. La pregunta de los que gustan de ir al grano: “¿Qué país te ha gustado más?”
Ésta también es de las duras. Curiosamente, parece que a José le cuesta menos decidirse que a mí. En una postal que me envió desde Bagán, me comentaba el muy “jodío” que Birmania era el país que más le había gustado, seguido muy de cerca por Mongolia y Nueva Zelanda.
¡Vaya hombre!, precisamente los tres países en los que yo no estuve (salvo por Nueva Zelanda, de la que sólo me perdí la isla norte). La verdad, no sé qué pensar: o soy una pobre desgraciada y me he perdido lo mejor; o el prado parece más verde y el paisaje más hermoso cuando yo no salgo en la foto (será por no hacerles sombra, claro); o el Junior me está vacilando. ¿Vosotros qué opináis?
Bueno, a lo que íbamos. Me resulta muy, pero que muy difícil quedarme con uno solo. Si me apuráis mucho, poniéndome una pistola en la sien o amenazándome con comerme las acelgas, os diré (mintiendo tal vez) que mi preferido fue el Nepal.
3 & 4. Las dos preguntas preferidas de los pragmáticos: “¿Compraste muchas cosas?” y “¿Cómo te las arreglabas para cargar con todo?”
No sólo compré muchas cosas, sino demasiadas. Aunque creo que, por una vez sin precedentes, mi fiebre consumista fue superada por la del Junior. No pudimos resistirnos a la tentación de traernos unas cuantas antigüedades (la mala influencia de mi amigo Vincent), libros, cámaras y otras maravillas de la tecnología digital, variopintas camisetas locales (colección del Juni) y trapitos de última moda oriental (colección primavera-verano de esta servidora, que nunca podrá lucir en Irlanda). Y ya que hablamos de textiles, todavía no sabemos cómo deshacernos de las veinte colchas que compramos en Laos (huy, he hablado demasiado… es igual, vosotros id practicando ya la mueca de agradable sorpresa, que aún quedan diez meses para Reyes).
En cuanto a lo de cargar con peso, el Junior os lo podrá contar mejor que yo. Creo que batió todos los records en Nepal, con cuatro o cinco bolsos a cuestas: delante, detrás, de lado y colgando de cada brazo. Parecía una mula humana. Fíjate si lo vería cargado, que de no ser por el pelo rubillo y los ojos azules, hubiese podido confundirlo con un sherpa.
El mejor remedio para el sobrepeso fue ir enviando cajas a casa, generalmente por mar y por certificado. Antes de hacer un envío conviene enterarse bien de las regulaciones y tarifas locales, pues pueden variar mucho de un país a otro.
Los mejores países para descargar: Tailandia y Vietnam. Ojo con las restricciones en éste último, donde la suma de los dos laterales más largos de la caja no debe rebasar los tres metros (y no vale pasarse ni de un par de milímetros). Que os cuente José la odisea que fue mandar sus dos ballestas desde Hanoi…
El peorcito, con diferencia: Nepal (nada es perfecto). Enviar un paquetito de siete kilos de nada, me salió por 75 euros con cinco céntimos: un precio totalmente desproporcionado al nivel de vida del país. Encima, me vaciaron la caja, registraron cada bolsa, abrieron cada envoltorio… y me prohibieron enviar un par de cartones de Marlboro, con cuya venta en Irlanda esperaba amortizar mi coste de envío. Vamos que, desde Nepal, no vuelvo a enviar ni una postal.
5 & 6. Las dos preguntas preferidas de los hipocondríacos y fatalistas: “¿Te pusiste enferma?” y “¿Te pasó algo malo?”
Me he puesto enferma menos veces viajando por Asia que trabajando en Irlanda (como decía mi abuelo, que era muy sabio, trabajar es la salud y no trabajar es conservarla). En todo un año, recuerdo haber pillado un solo catarro (con síntomas magnificados por la altitud, en el Tíbet). En cuanto a problemas gástricos, sólo he sufrido las típicas y esporádicas diarreas del viajero, pero ni un solo vómito. Peor lo tuvo José en India, que sí se puso muy malito.
En cuanto a la segunda pregunta, creo que fui yo la que corrió peor suerte. Al mes de empezar el viaje, mientras estábamos de camino al aeropuerto de Bangkok, mi mochila se cayó a la autopista (perdida para siempre). También en Tailandia y a punto de despedirme de Chiang Mai, fui víctima de una agresión, con nocturnidad, alevosía y tentativa de robo. Resultado: unas magulladuras y un dedo roto (otro día os cuento los truculentos detalles).
El Junior, en cambio, estuvo algo gafado con sus cámaras digitales. La que se compró en Singapur sufrió varias averías y, en Delhi, fue diagnosticada con un defecto de fábrica. Las dos cámaras que le prestó su amiga Stefi en Beijing se le estropearon estando en la Gran Muralla (sí, ambas). La que le prestó Vincent en el Anapurna se le murió en las manos. Y la que le presté yo en China, logró zafarse de su “torturador de gatillo”, quedándose en el tren que cubría la línea Beijing-Xi’an.
Me he reído mucho con los amores no correspondidos del Juni por la tecnología (sin hablar de los suyos con los bancos, tarjetas de crédito, administraciones, motos acuáticas y hospitales, que son otros tantos filones de temática guasona), así que no gastaré la bromita que se me estaba ocurriendo (no vayamos a liarla…).
7. Pregunta de mujer a mujer: “¿Y no te daba miedo viajar sola?”
No, principalmente porque casi nunca he estado sola. Es más, en ocasiones me he esforzado por conseguirlo y, ni poniendo mi peor cara de malas pulgas, me ha sido posible. Hasta en el rincón más recoleto, siempre hay alguien con ganas de charlar, de preguntarte de dónde eres, qué haces y adónde vas.
José y yo nos separamos en varias ocasiones, siguiendo cada cual su ritmo y rumbo. Una actitud abierta y flexible a la hora de hacer planes conjunta y separadamente me parece vital para llevarse bien.
Creo que el pasar las 8760 horas del año en estado simbiótico con tu pareja tiene que dar mucho más miedo que viajar sola, ¿no crees?
8 & 9. Las que todos se hacen, pero pocos se atreven a preguntar: “¿Cómo te financiaste el viaje?” y “¿Cuánto dinero te gastaste?”
Nuestro planteamiento fue clásico y conservador: ahorro. Yo me aproveché de la política anti inflacionista irlandesa, abriéndome una cuenta de ahorro a plazo fijo (cinco años) que ofrecía unos intereses de escándalo (25%). Podría haberme gastado ese dinero en un cochazo o, más sensatamente, en amortizar la hipoteca. Sin embargo, me había prometido que, de llegar a los 35 sin hijos, la hucha no se iba a romper sino para este viaje.
Lo más duro fue dejarse el trabajo (paradójicamente, también fue lo más fácil), pero no había otra opción. Quiero recalcar que esto que en España parece una locura, en Irlanda es de lo más normal. Incluso es bastante común para los bancos de allí el conceder créditos personales con fines de tomarse un año sabático de viaje alrededor del mundo.
En cuanto a la dolorosa, mi presupuesto para once meses (nuestro objetivo inicial, que acabamos extendiendo hasta el mismísimo límite de nuestro billete de vuelta) era de 15.000 euros (todo incluido, vuelos, seguro, etc.). Haciendo recuento de gastos, al final, me he ventilado, aproximadamente, la cantidad de 14.976 euros con 36 céntimos. Perdón, miento, 38 céntimos.
Dije “aproximadamente” y, pese a las apariencias, no estaba de guasa. La cifra no es exacta porque habría que añadirle los gastos de tarjeta (que no ascienden a mucho, porque casi no tiré de cajeros automáticos, sino que me llevé bastante dinero en efectivo – principalmente euros, pero también algunos dólares – y en “traveler´s cheques” – llamadme anticuada, pero a mí me fueron divinamente). También habría que descontar unas tasas que nos debe la galería de arte aborigen "Maruku Arts" y que llevo reclamando en vano desde hace más de seis meses (si hay que volver a Ayers Rock para que me hagan caso, pues nada, yo vuelvo y ¡que me oigan!), las indemnizaciones que nos debe nuestra compañía de seguros (esos sí que me van a oír), y los beneficios que aún espero hacer con la venta de mis Marlboro y colchas laosianas (que algunos gastos fueron inversiones, oiga).
A priori, estoy por debajo de mi presupuesto. Lo cuál no dice necesariamente mucho a mi favor, en parte porque estuve ampliamente subvencionada el último mes (durante el tiempo en el que mis padres viajaron conmigo, no me dejaron soltar la mosca ni para pagar un café) y en parte porque podría haber hecho con menos.
Algunos gastos (perdón, inversiones) pueden considerarse “superfluos”, con lo que hasta cierto punto falsean mis estadísticas: cursillo de cocina en Singapur (una auténtica pijada, por 50 euros); tour VIP al zoo de Taronga en Sídney (que no tenía precio, pero que me costó 38 euros); el vuelo en helicóptero por el glaciar de Franz Joseph en Nueva Zelanda (170 euros, sin remordimientos); el cuadro aborigen (316 euros); la cámara digital comprada en Hong Kong (318 euros); el último modelo Nokia, con MP3 y altavoces (250 euros) y el disco duro externo de 500 gigas (100 euros), últimos excesos del viaje, en Singapur; chequeo médico integral en el hospital Bumrungrad International de Bangkok (306 euros, porque yo lo valgo); y un largo etc.
Los dos países en que nuestros gastos se dispararon desproporcionadamente y a la par, fueron Australia y Nueva Zelanda (allí me pulí 4.483,67 euros en tan sólo dos meses, poco menos del tercio de mi presupuesto global).
El país donde menos gasté fue la India (442,49 euros en un mes y porque me pillé un par de vuelos), donde un café te sale por 17 céntimos, una comida te puede costar entre 50 céntimos y dos euros, y una habitación doble, un par de euros y medio (a dividir entre dos). Y conste que se podría haber negociado mejor (la rupia es la rupia).
Vietnam también fue muy, pero que muy barato. Recuerdo que comiendo en un puestecito callejero en Saigón pagamos 50 céntimos por cabeza. Y en la misma ciudad, invité a cenar a José y Vincent, en un restaurante con mantel y carta en inglés, por menos de 15 euros (con sus tres chuletones y su botella de tinto malísimo, que una es así de espléndida). Por hacer la misma comparación de precios, el café en Vietnam costaba unos 47 céntimos (como los que se toma nuestro presidente Zapatero) y una habitación doble, unos cuatro o cinco euros. Pero en este país hay que estar muy atentos con la “inflación discriminada”, porque los precios pueden llegar a multiplicarse por 20 para turistas con aire bisoño.
Cerrando el apartado monetario, creo que ya os comenté que nuestro vuelo de ida y vuelta a Australia, con tres paradas en Asia, fue una auténtica ganga (1.075 euros cada uno, con las tasas incluidas), comprado a través de la agencia USIT. El seguro de viajes todo riesgo, con la compañía AXA, también nos pareció un chollazo a la compra (402 euros por persona), aunque me parece que en esta ocasión lo barato nos ha salido caro.
10. La del millón: “¿Y ahora qué?”
Esa es la pregunta que también nos hacemos nosotros. La respuesta se va perfilando poco a poco.
En el caso de José, su prioridad es encontrar trabajo lo antes posible en Dublín. Por mi parte, me estoy planteando prolongar el viaje, aunque trabajando esta vez.
Ya os iré comentando mis proyectos más adelante (los que hayan leído mi anterior texto, “Entrevista a dos viajeros” sabrán que sobre mi cabeza pende la espada de Damocles, así que no hagáis más preguntas en este sentido, que por ahora mi vida es secreto de Estado).
Nota: si tenéis alguna pregunta que se salga del montón y que, por lo tanto, no haya contestado en este texto, me la podéis enviar directamente a la dirección de isabelonthetrail@gmail.com o a elyellaonthetrail@gmail.com – estaré encantada de ayudarles con lo que sea (y si queréis pasar pedido de una o más colchas laosianas, por Dios, ¡no dudéis en escribirme!).
(Escrito por ella desde casita, en Castellón de la Plana, 21/02/08)
4 comentarios:
Esta entrada es muy muy interesante. Me la he leído dos veces y despacito, para no perder detalle.
Habéis recibido todos los envíos? Nosotros de los 6 que hemos hecho hasta ahora hay 3 que aún no han llegado, aunque están el plazo. Espero que lleguen, pero cada vez que voy a la oficina de correos me despido de lo que envío como si fuera la última vez que lo viera.
Por cierto, me ha hecho mucha gracia lo de tus colchas de Laos. Yo envié hace unos días 30 pares de zapatos desde Bali a ver si hago algo de negocio. Espero, primero que lleguen, y segundo que cuando vuelva me parezca tan buena idea como ahora.
Saludos!
Ah, por cierto. Mongolia :)
Uff, no sé yo lo de los negocios... ya verás qué agobio cuando vuelvas y te veas con todos esos pares de zapatos (si te agobias mucho, avísame, y hacemos trueque).
No te preocupes por los envios, llegar, llegan todos. Como mucho tardarán unos dos o tres meses, si mandaste la mercancía por barco. Mi amigo Vincent, que está hecho un contrabandista, lleva años mandando envios valiosísimos desde Asia y nunca jamás se le perdió ninguno. Curiosamente, cuanto más grande es el paquete, menos tarda (será por la molestia que supone un paquete voluminoso en la oficina de correos).
Visito vuestro blog diariamente y no me pierdo ni una línea, ni una foto... ¡creo que soy vuestra fan número uno! Incluso me estoy poniendo al día con los posts atrasados.
Un besazo y buen viaje!
Isa
Lo de las colchas, seamos sinceros, es que no lo hemos publicitado mucho, porque, vamos, con esa calidad y ese precio ¡casi se venden solas!.
Respecto a los envíos, me han llegado todos:
Dos cajas desde Hanoi
Una caja desde Chiang Mai
Dos cajas desde Hong Kong
Dos cajas desde Delhi
Lo gracioso ha sido volver a casa y ver que mi santa madre me había abierto todos los paquetes (se lo hubiera dicho yo o no), excepto el de las ballestas, y me he encontrado con gran parte del contenido "redistribuido".
Por cierto ¿a alguien le interesa un salacot verde del Ejército de Vietnam, fabricado en Hanoi, a buen precio?
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