Entonces el camino da uno de esos giros malditos y me encuentro bajando la colina, llegando a un minúsculo puente de madera y teniendo que subir todo lo bajado pero al otro lado del río. Cuesta menos de lo que esperaba pero en lo alto me encuentro a un señor mayor que lo está pasando mal para caminar, precariamente apoyado en dos bastones. No me responde cuando le hablo, tan sólo me mira pero de una manera vaga y automática, casi se diría que sin verme. Su pareja y dos porteadores se ocupan de él y yo sigo adelante, por un camino que bordea la ladera de una montaña a la que un río y menos de 100 metros en línea recta separan de la serie de montañas que tengo a mi derecha. Y al salir de una curva, veo una serie de construcciones bajas de piedra, como hileras de garajes. Es Thorang Phedi, ya estoy a 4450 m de altitud y apenas es la una y media de la tarde.
Sería absurdo detenerme aquí, tan cerca de la cima, así que relleno la cantimplora y me preparo mentalmente para afrontar la subida a lo que es la puerta de acceso a Thorong La. Con sus 5416 m ese es el nombre del paso de montaña a mayor altitud del mundo y ecuador de esta ruta. Ahora se trata de recorrer dos kilómetros casi en vertical, salvando 500 metros de desnivel, en un sendero que se mueve sinuosamente de un lado a otro de la falda de la montaña. La primera parte de la subida es al sol, pero el viento es tan frío que su castigo anula por completo el efecto que pudiera tener el humillado astro. Esta cuesta requiere de toda mi fuerza de voluntad, sería absurdo detenerse a mitad del recorrido. Cuando llego a una zona en sombras, noto mis manos y cara caer presa de los mordiscos del viento. No se como sigo adelante, tal vez porque me repito en murmullos "Tú puedes, José" y "Where there is a will...". La visión de los primeros edificios del hotel, iluminados por el sol, es espectacular, como si de un oasis en medio del desierto se tratara. Una promesa de comida, techo y, en este caso, calor.
95 rupias nepalíes me alojan en una habitación de tres camas que compartiré con dos majísimos ingleses, Kieran Cunningham y Aidan Cunningham (no, no es una coincidencia la similitud de apellidos). El medio centenar de extranjeros que aquí nos alojamos espera impaciente la madrugada. A las cuatro de la mañana, sin que nadie haya dormido por el frío y los nervios (estábamos completamente vestidos, guantes, chaqueta y gorro incluidos, dentro de nuestros sacos de dormir) , el guía de mis amigos golpea la puerta para despertarlos. A las cuatro y media el desayuno, a las cinco emprendemos la marcha.
No somos los únicos, pues algunos grupos han subido desde Thorong Phedi y ya están de camino, al igual que otros de los que aquí nos hemos alojado. Salir tan temprano tiene un objetivo poético y otro más prosaico. El primero, observar la salida del sol a 5000 metros de altura, rodeados de nieve y montañas que aventajan en sólo 2000 metros nuestra situación y el segundo, evitar los fuertes vientos que azotan el paso de montaña y que convierten en peligroso el posterior descenso hacia Muktinath.
Hasta que salga el sol no habrá posibilidad de pérdida, pues pequeños y oscilantes puntos de luz señalan el sendero. Y que sendero. Primero por una desnuda montaña, después atravesando una zona nevada, resbaladiza pues la capa superficial era ya hielo. La linterna iluminaba un inclinado y peligroso descenso para el que tropezara y no pudiera asirse a una mano salvadora. Luego el camino volvía a ser tierra y piedras. Después, trescientos metros más de hielo en el que su estrechez sólo permitía poner los pies delante uno del otro, hubiera sido imposible quedarse quieto. La noche es clara, la atmósfera limpia y no hay contaminación lumínica de ciudades y pueblos, pero el frío empieza a ser preocupante, muerde mis extremidades como un perro rabioso. A la baja temperatura se une la brisa que aumenta la sensación térmica de tal manera que, sumado al continuo caminar sobre la nieve, pese a las botas y los guantes no siento las puntas de los dedos. Son sólo 4 Km hasta llegar al paso, subiendo perceptiblemente algo más de 550 m y van a ser duros, muy duros.
Caminamos, la mayoría en grupo, algunos solos, como débiles nonagenarios que se agarran más a los bastones que a la vida. Parecemos un reumático desfile de fantasmas, con encorvadas espaldas y cabezas que buscan casi besar papalmente el suelo. Desesperadamente despacio, avanzamos a pesar de nuestros cuerpos y nuestros pies, que se niegan a levantarse del suelo o ni siquiera arrastrarse un metro más. He perdido la cuenta de las veces que me paro, aferrándome a los bastones, apoyando mis axilas en ellos, respirando entrecortadamente. Mis jadeos, en este aire tan ligero y tan vacuo, buscan arrancar las escasas moléculas de oxígeno, pero sólo encuentran la mitad de las que podéis disfrutar inconscientemente a nivel del mar.
La salida del sol me sorprende rodeado de cumbres nevadas y ondulantes colinas cubiertas por el blanco manto. Los monstruos que me rodean (Yakawakang, 6482m, Khatung Kang, 6484m, Shya Gang, 6032m, Purkhung, 6120m) brillan por unos minutos como si hubieran vertido oro líquido sobre ellos. El espectáculo es breve pero reconfortante. Hay luz, hay esperanza, pero¿cuanto falta? ¿cuantos recodos más he de doblar? Parece que lleve caminando todo el día, que nunca haya dejado de caminar.
La interminable última media hora acaba abruptamente al rodear por la derecha una colina y divisar la parte final de una línea de banderas de oración budistas sobre una alfombra de recientemente hollada nieve. Hacia la mitad, casi cubierta de multicolores telas con inscripciones religiosas, hay una placa con sus letras amarillas formando palabras de aliento tan cálidas como si estuvieran en medio de una tropical playa.
No puedo brindar con agua, no para evitar la mala suerte, sino porque el contenido de mi cantimplora, que llevaba colgada en el exterior de mi mochila, se ha convertido en un trozo de hielo durante el ascenso. Todavía me quedan seis días de camino para terminar el Circuito del Annapurna pero no puedo dejar de sonreír.
Nota: Una vez cruzado el paso hay un peligroso descenso salvando más de 1600 m de desnivel durante 10 Km que realicé en 4 horas. El sendero es tan vertical al bajar como lo era la subida en el lado contrario y la mayor parte del tiempo se pisa grava y piedrecillas que invitan a un resbalón. Desde ese momento hasta el final del trek en Tatopani o Beni, hay un 80% de camino cuesta abajo y un 20% cuesta arriba, pero ya nada será tan agotador, física y mentalmente, como lo vivido en días anteriores. No todo el mundo llega sano y salvo al final de este circuito. La misma mañana que yo crucé el paso, allí murió un sexagenario francés. Al día siguiente lo hizo una joven belga y unos días antes había muerto un porteador nepalí. La AMS (Acute Mountain Sickness, Mal de Altura) y sus peligrosos derivados, HACE y HAPE, pueden acabar provocando el coma y la muerte en unas pocas horas. Nunca toméis riesgos innecesarios y recordad que a esa altitud y en el Nepal las posibilidades de evacuación a un centro hospitalario son mínimas y generalmente tardías. Las montañas son bellas, pero también pueden ser mortales.
Google Maps de la zona
(Basado en lo escrito por él en su block de notas entre el 24 de Octubre y el de 7 Noviembre de 2007, entre Bhulbhule y Pokhara, Nepal)
Sería absurdo detenerme aquí, tan cerca de la cima, así que relleno la cantimplora y me preparo mentalmente para afrontar la subida a lo que es la puerta de acceso a Thorong La. Con sus 5416 m ese es el nombre del paso de montaña a mayor altitud del mundo y ecuador de esta ruta. Ahora se trata de recorrer dos kilómetros casi en vertical, salvando 500 metros de desnivel, en un sendero que se mueve sinuosamente de un lado a otro de la falda de la montaña. La primera parte de la subida es al sol, pero el viento es tan frío que su castigo anula por completo el efecto que pudiera tener el humillado astro. Esta cuesta requiere de toda mi fuerza de voluntad, sería absurdo detenerse a mitad del recorrido. Cuando llego a una zona en sombras, noto mis manos y cara caer presa de los mordiscos del viento. No se como sigo adelante, tal vez porque me repito en murmullos "Tú puedes, José" y "Where there is a will...". La visión de los primeros edificios del hotel, iluminados por el sol, es espectacular, como si de un oasis en medio del desierto se tratara. Una promesa de comida, techo y, en este caso, calor.
95 rupias nepalíes me alojan en una habitación de tres camas que compartiré con dos majísimos ingleses, Kieran Cunningham y Aidan Cunningham (no, no es una coincidencia la similitud de apellidos). El medio centenar de extranjeros que aquí nos alojamos espera impaciente la madrugada. A las cuatro de la mañana, sin que nadie haya dormido por el frío y los nervios (estábamos completamente vestidos, guantes, chaqueta y gorro incluidos, dentro de nuestros sacos de dormir) , el guía de mis amigos golpea la puerta para despertarlos. A las cuatro y media el desayuno, a las cinco emprendemos la marcha.
No somos los únicos, pues algunos grupos han subido desde Thorong Phedi y ya están de camino, al igual que otros de los que aquí nos hemos alojado. Salir tan temprano tiene un objetivo poético y otro más prosaico. El primero, observar la salida del sol a 5000 metros de altura, rodeados de nieve y montañas que aventajan en sólo 2000 metros nuestra situación y el segundo, evitar los fuertes vientos que azotan el paso de montaña y que convierten en peligroso el posterior descenso hacia Muktinath.
Hasta que salga el sol no habrá posibilidad de pérdida, pues pequeños y oscilantes puntos de luz señalan el sendero. Y que sendero. Primero por una desnuda montaña, después atravesando una zona nevada, resbaladiza pues la capa superficial era ya hielo. La linterna iluminaba un inclinado y peligroso descenso para el que tropezara y no pudiera asirse a una mano salvadora. Luego el camino volvía a ser tierra y piedras. Después, trescientos metros más de hielo en el que su estrechez sólo permitía poner los pies delante uno del otro, hubiera sido imposible quedarse quieto. La noche es clara, la atmósfera limpia y no hay contaminación lumínica de ciudades y pueblos, pero el frío empieza a ser preocupante, muerde mis extremidades como un perro rabioso. A la baja temperatura se une la brisa que aumenta la sensación térmica de tal manera que, sumado al continuo caminar sobre la nieve, pese a las botas y los guantes no siento las puntas de los dedos. Son sólo 4 Km hasta llegar al paso, subiendo perceptiblemente algo más de 550 m y van a ser duros, muy duros.
Caminamos, la mayoría en grupo, algunos solos, como débiles nonagenarios que se agarran más a los bastones que a la vida. Parecemos un reumático desfile de fantasmas, con encorvadas espaldas y cabezas que buscan casi besar papalmente el suelo. Desesperadamente despacio, avanzamos a pesar de nuestros cuerpos y nuestros pies, que se niegan a levantarse del suelo o ni siquiera arrastrarse un metro más. He perdido la cuenta de las veces que me paro, aferrándome a los bastones, apoyando mis axilas en ellos, respirando entrecortadamente. Mis jadeos, en este aire tan ligero y tan vacuo, buscan arrancar las escasas moléculas de oxígeno, pero sólo encuentran la mitad de las que podéis disfrutar inconscientemente a nivel del mar.
La salida del sol me sorprende rodeado de cumbres nevadas y ondulantes colinas cubiertas por el blanco manto. Los monstruos que me rodean (Yakawakang, 6482m, Khatung Kang, 6484m, Shya Gang, 6032m, Purkhung, 6120m) brillan por unos minutos como si hubieran vertido oro líquido sobre ellos. El espectáculo es breve pero reconfortante. Hay luz, hay esperanza, pero¿cuanto falta? ¿cuantos recodos más he de doblar? Parece que lleve caminando todo el día, que nunca haya dejado de caminar.
La interminable última media hora acaba abruptamente al rodear por la derecha una colina y divisar la parte final de una línea de banderas de oración budistas sobre una alfombra de recientemente hollada nieve. Hacia la mitad, casi cubierta de multicolores telas con inscripciones religiosas, hay una placa con sus letras amarillas formando palabras de aliento tan cálidas como si estuvieran en medio de una tropical playa.
Thank you for visiting Manang
Thorong-La Pass
5416 m
Congratulations for the success!!!
Hope you enjoyed the trek in Manang
See you again!!!
Thorong-La Pass
5416 m
Congratulations for the success!!!
Hope you enjoyed the trek in Manang
See you again!!!
No puedo brindar con agua, no para evitar la mala suerte, sino porque el contenido de mi cantimplora, que llevaba colgada en el exterior de mi mochila, se ha convertido en un trozo de hielo durante el ascenso. Todavía me quedan seis días de camino para terminar el Circuito del Annapurna pero no puedo dejar de sonreír.
Nota: Una vez cruzado el paso hay un peligroso descenso salvando más de 1600 m de desnivel durante 10 Km que realicé en 4 horas. El sendero es tan vertical al bajar como lo era la subida en el lado contrario y la mayor parte del tiempo se pisa grava y piedrecillas que invitan a un resbalón. Desde ese momento hasta el final del trek en Tatopani o Beni, hay un 80% de camino cuesta abajo y un 20% cuesta arriba, pero ya nada será tan agotador, física y mentalmente, como lo vivido en días anteriores. No todo el mundo llega sano y salvo al final de este circuito. La misma mañana que yo crucé el paso, allí murió un sexagenario francés. Al día siguiente lo hizo una joven belga y unos días antes había muerto un porteador nepalí. La AMS (Acute Mountain Sickness, Mal de Altura) y sus peligrosos derivados, HACE y HAPE, pueden acabar provocando el coma y la muerte en unas pocas horas. Nunca toméis riesgos innecesarios y recordad que a esa altitud y en el Nepal las posibilidades de evacuación a un centro hospitalario son mínimas y generalmente tardías. Las montañas son bellas, pero también pueden ser mortales.
Google Maps de la zona
(Basado en lo escrito por él en su block de notas entre el 24 de Octubre y el de 7 Noviembre de 2007, entre Bhulbhule y Pokhara, Nepal)
1 comentario:
Hola,
leyendo tu blog, me he encontrado con que compartiste parte de tu gran experiencia con amigos mios!! Con kier y Aidan, amigos de conocí en Londres, aunque ellos son de Manchester....me alegra que te hayas encontrado con ellos, porque son excepcionales.
Un saludo
Maite
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