20 abril, 2007

De Saigon a Sapa (VI): Halong, Sapa y...a Vientiane

Halong Bay

Cerca de Hanoi, hay una excursión de dos o tres días que merece la pena. La magnifica Bahía de Halong es, sin lugar a dudas, la maravilla natural de Vietnam. Imaginaos más de 3000 islas surgiendo de las aguas esmeraldas del Golfo de Tonkín, muchas con playas y grutas creadas por el viento y las mareas. Además, algunas cuentan con cuevas de mayor tamaño, iluminadas artificialmente para facilitar la visita de los turistas.



Nosotros hicimos la excursión de una noche y dos días (ya sabéis, en el primero la mañana se consume con el viaje y en el segundo se sale después de comer), que incluía la romántica novedad de pernoctar en un barco. Cuando llegamos al embarcadero vimos no una docena, sino cientos de embarcaciones de madera de mediano tamaño, con capacidad cada una para unos veinte pasajeros, que se iban llenando y saliendo en orden hacia la bahía. A nosotros nos llegó el turno después de comer, cuando ya nos preguntábamos si la excursión consistía en estar fondeados a escasos metros del puerto.

Desgraciadamente no pudimos apreciar la belleza de las formaciones rocosas en todo su esplendor puesto que una neblina limitaba la visibilidad a unos centenares de metros. Bajo la niebla, solo se ven gigantescas formas que hubieran sido espectaculares de haber contado con un día más despejado. Al anochecer, todos los barcos fondeamos juntos, a los pies de la Tiptop Mountain para minimizar el riesgo de ¡un ataque por parte de los piratas!. No es broma, ha ocurrido en el pasado y las consecuencias pueden ser simplemente perder todas las posesiones o, no es descartable pues ya ha pasado, hasta perder la vida. Mecidos suavemente por las olas, pronto nos quedamos dormidos sin que ningún émulo de Jack Sparrow perturbara nuestro sueño.


Al día siguiente teníamos prevista una excursión en kayak y el barco nos llevó a un embarcadero flotante que, junto a unas casas también flotantes, albergaba las piraguas dobles en las que remaríamos por nuestra cuenta durante 15 o 50 minutos. Nunca quedó claro y ni una pareja de australianos ni otra de irlandeses se pusieron de acuerdo si el guía había dicho “fifty” o “fifteen”, pero seis personas acabamos perdiéndonos y llegando casi dos horas después. Claro, es que todas las islas tienen un tamaño similar y para volver en vez de retomar el camino decides rodear la siguiente isla para llegar por detrás. Pero resulta que eso no es el final de la isla, sino una pequeña cala, así que sigues rodeando. Y ves el final de la isla. Que resulta ser una playita. Y sigues rodeando hasta que te das cuenta de que estás cansado y el tiempo pasa…y decides dar la vuelta y retomar el camino original.


Y para colmo, cuando estamos en el barco de camino de vuelta, sale una espesa nube de humo del motor y el barco detiene su marcha por una avería. Paciencia, conversaciones y juegos de cartas hasta que, sin más novedad, otro barco nos rescata y nos lleva a puerto de manera que podamos llegar a Hanoi a tiempo para tomar nuestro tren nocturno a Sapa.


Sapa

La otra cita ineludible desde Hanoi era visitar Sapa, tan al Norte del país que era casi fronteriza con China. De hecho el tren nocturno llega ocho horas después de salir de Hanoi (y dormir en la litera de arriba de un compartimento para seis personas no es tan claustrofóbico como se puede imaginar a priori) hasta Lao Cai, ciudad fronteriza, a las seis de la mañana y desde allí un minibús (es decir, una furgoneta con más o menor antigüedad) te lleva por un camino que tiene más curvas que Pamela Anderson durante una hora de espectaculares paisajes hasta Sapa (o Sa pa).


Esta norteña ciudad es visitada por los turistas por dos razones principales, el arroz y las tribus, El primero se cultiva por toda la zona, con la particularidad de que, dado lo montañosa que es, sus habitantes han acudido en busca de espacio a las faldas de las colinas, donde aplican el cultivo en terrazas. Vistas desde cualquier parte del valle en plena época de faena en el campo, la perspectiva es espectacular. Respecto a la segunda razón, la zona está plagada de pueblos en que las etnias continúan con sus vestidos tradicionales y de esa guisa se les puede ver en el mercado de Sapa, pudiéndoseles identificar, si uno les conoce un poco, por su vestimenta como Xapho, Zao o Dao, Tay o H´mong.



Nuestra experiencia con los paisajes no fue demasiado buena porque por un lado llegamos en un momento en que la ciega niebla por las mañanas y (peor aún para las fotografías) una persistente neblina por las tardes, nos impidieron disfrutar de las vistas. Además, no era momento de que el arroz estuviera en su esplendor con lo que los colores que vimos no eran los más adecuados para la genuina reputación de esta zona. Pero uno no puede tenerlo siempre todo a su favor y hay que disfrutar cada momento, con lluvia o con sol, y eso hicimos.



Respecto a las tribus, por nuestra cuenta hicimos un trekking que nos llevo desde Sapa hasta Ta Van (Zay) pasando por Lau Chai (H´mong) y desde allí alquilamos dos mototaxis para ir a Ban Ho (Tay) y disfrutar de su rio y sus aguas termales, para luego volvernos a Sapa. El camino era muy bonito (pese a que la calidad de la luz no acompañaba) pero resultaba molesto convertirse continuamente en acosado objeto por parte de los habitantes, que no cesaban de insistir en que les compráramos bolsos, pulseras, gorros o cualesquiera mercancías que ellos llevaran encima. Lo mismo ocurría en Sapa continuamente. Iba a decirle a Isa que dentro de unos años andarían todos en camiseta cuando me di cuenta de que no sería así, porque si ya no llevan el traje tradicional nos privan del exotismo de su vestimenta y pasan a ser simples vendedores como tantos otros en Vietnam.


Pese a ello, el mejor recuerdo que nos llevamos de Sapa es el del viejo Thin y sus partidas de ajedrez. Una noche en la que buscábamos algo abierto para cenar (porque a la intempestiva hora de las nueve ya estaba todo cerrado) vimos el cartel del restaurante “SaPa Xann” (¨Green Sapa” o “Sapa Verde”), una mujer barriendo en la puerta y en la terraza en lo alto, un viejecito de boina. Mediante mímica y con la discreción de nuestros gritos, le preguntamos si estaba abierto para comer algo y nos dijo que sí. Y así encontramos nuestro restaurante favorito para comidas y cenas mientras estuvimos en Sapa. Básicamente, es su casa. La cocina es la de casa, la terraza, con sus pájaros y plantas, es la de su casa y la comida es deliciosamente casera. La cocinera (increíblemente diestra, todos los platos fueron deliciosos) es, obviamente, la esposa de Thin y son ellos los que, sobre un amplio menú, te aconsejan por señas que plato has de pedir. Y nunca se equivocan porque siempre hemos salido satisfechos. Pero no acaba ahí la cosa porque mientras se preparan los manjares, Thin sacará su ajedrez y te desafiará, sonriente y modesto, a una larga partida de ajedrez que tú perderás. Para compensarlo, luego te puede hacer probar su licor casero o degustar, mediante largas cañas, el típico licor de arroz. Y si después de cenar quieres que te vuelva a machacar, la cerveza corre de su cuenta. Y además, la comida es siempre barata.


V.I.P (Vaya Increíble Patata)

V.I.P era nuestro autocar desde Hanoi (Vietnam) hasta Vientiane (Laos), un trayecto de 23 horas que decidimos hacer de la manera más cómoda posible, dentro de un presupuesto de 25 dólares por persona porque el avión costaba 125 $. Vincent, que había hecho el trayecto un par de días antes nos escribió un email avisándonos “El autobús que cuesta 16$ es local, está lleno de vietnamitas, los asientos no se reclinan y son incómodos, el trayecto ha sido un asco”. Ni cortos ni perezosos volvimos a la agencia y preguntamos sobre otra opción, con menos ambiente local, para el viaje y la chica nos dijo que la Embajada de Laos organizaba varias veces a la semana un autobús pero que el siguiente no saldría hasta el miércoles. Horror, nuestro visado caducaba ese mismo día y nos exponíamos a pagar una multa o solicitar, a precio de oro, ipso facto una extensión del visado. Ella dijo que llamaría a la Embajada de Laos dentro de un rato, porque ahora estaban comiendo, y preguntaría si había alguna solución.

Y vaya si la hubo. Aparentemente, el autobús V.I.P. de la Embajada saldría también el martes así que pagamos los 9$ de diferencia y nos aseguramos plaza en tan cómodo transporte. Al día siguiente, a las seis de la tarde, dos motos nos llevaban a nosotros y nuestras mochilas hasta otra agencia a la que llegaría el autobús. A las seis y media, la señora de la agencia nos decía que por unos problemas que no entendimos, la montaña no vendría a Mahoma así que Mahoma iría en taxi a la montaña.

Cuando llegamos a la estación de autobús yo fui a asegurarme y vigilar cómo se metían las mochilas en el portaequipajes mientras Isabel subía a apropiarse de dos asientos contiguos. Cuando fui yo el que entró en el autobús, me quedé sorprendido porque parecía local, estaba lleno de vietnamitas, los asientos no estaba seguro de que se pudieran reclinar ni de que no fueran incómodos y el trayecto se me antojaba un asco. Y no había nadie que hablara inglés ni forma de hacernos entender. Encima, comprobé que a nuestro lado había aparcado otro autobús que parecía realmente V.I.P. con un vistoso cartel “Hanoi – Vientiane”. Le pregunté al conductor y lo único que me decía es que salía “mañana, mañana”. Isabel y yo atamos cabos, no había transporte de la Embajada el martes y una de las dos agencias o un funcionario laosiano nos habían timado dieciocho dólares.


¿Qué podíamos hacer? Si nos bajábamos del autobús para volver a la Agencia, perdíamos el transporte y teníamos que pagar bastante más del doble de lo que habíamos pagado ya para la extensión de la visa, aparte del tiempo y las molestias. Ya teníamos nuestras mochilas guardadas, eran casi las siete y nos resignamos a un viaje cuanto menos pintoresco (aunque, afortunadamente, los asientos se reclinaban parcialmente, la cortinilla que colgaba a mi lado presentaba un extraño degradado de colores, desde el amarillo chillón hasta el negro roña que no se me antojaba fuera cosa del diseño). A las siete de la negra tarde abandonábamos Hanoi y a las diez de la noche realizábamos la primera parada por avería.


Creo que fueron en total, unas tres paradas por recalentamiento del motor después de otras dos paradas por avería mecánica. Eso incluye detenerse tranquilamente en medio del carril, a la salida de una curva, en un puerto de montaña en el que nos rodeaba la niebla. También, una parada en un taller, despertar al mecánico y que durante una hora media docena de varones, entre pasajeros y conductores, se dedicaran a observar como el hombre luchaba por encajar artesanalmente una pieza recién soldada. Además, los pasajeros nos quedamos sin agua porque fueron recogiendo todas las botellas para apagar la sed del ardiente motor. Encima, nos hemos ido de un país de más de 80 millones de habitantes a otro de solo 6 y del que el 80 por ciento de las carreteras están sin asfaltar. Las averías y los problemas no impidieron que fuéramos parando para recoger a más pasajeros que, al imaginario grito de “al fondo hay sitio” lograron que la capacidad máxima del vehículo pasara de 40 a 60 personas sin que nadie se ruborizara. Después de todo, si pones unos taburetes en el pasillo, ¿Por qué no iba alguien a usarlo durante 20 horas?. Además, siempre queda el recurso usado por uno de los conductores de tumbarse en una hamaca…colgada sobre el abarrotado pasillo. Eso si, doy fe de que no transportamos cerdos o gallinas. ¿Tal vez en el viaje de vuelta?



(Subido desde Chiang Mai, Tailandia. Recopilado por él en Luang Prabang, Laos, el 20 de abril de 2007 a partir de distintos textos escritos en Saigón, Kon Tum, Hoi An y Hue por él entre el 21 de marzo y el 5 de abril de 2007)

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