13 abril, 2007

Noticias con retraso

¡Hola! Perdonad por el retraso, esta vez inexcusable. Llevamos un par de semanas en estado de vagancia total, en las que no nos apetecía ni escribir, ni pegarnos madrugones, ni visitar templos, ni nada de nada… incluso nuestra media diaria de fotos ha caído en picado, ¿qué nos está pasando?

Creo que el “mal del viajero” está empezando a afectarnos y no me refiero a los típicos desajustes gastrointestinales, que se solucionan fácilmente a base de Motilium e Imodium, sino a ese estado de semiapatía que se manifiesta tras una sobredosis de museos, autobuses, tours organizados, regateos, comidas de restaurante y camas de hotel. Por lo visto, es algo inevitable. Como la depresión postcoital, un pequeño mal que por bien viene.

Justamente de este tema he estado hablando últimamente, con un par de viajeras solitarias que conocí en el tren nocturno que nos llevaba de ida a Lao Cai (Sapa) y de vuelta a Hanoi. Yi, de Shanghái, me comentaba en perfectísimo inglés y con gran agudeza descriptiva, que el viajar te transforma en espectador de vidas ajenas. Durante semanas o meses te complaces observando, pero tarde o temprano empieza a faltarte algo: algo que te has dejado en casa y que es tu propia vida. Parecida, aunque más rotunda y escueta, fue la respuesta de Christelle, una francesa que lleva ya cinco meses dando vueltas por Asia. Le pregunté cómo se sentía después de tanto tiempo fuera de casa, a lo que me contestó que “aburrida” y “cansada”. Su vida es una rutina de búsqueda de habitación, organización de logística y carga de mochila.

La verdad, no imaginaba que fuese para menos, pero tampoco pensaba que a los dos meses y medio de viaje empezara ya a notar los primeros síntomas de hastío. Y todavía me quedan diez meses por delante, casi nada.

Bueno, corramos un tupido velo sobre mis elucubraciones, y vayamos al grano, que os debo dos semanas de noticias atrasadas. Hemos pasado este tiempo principalmente en Hanoi, ciudad que usamos como base para una serie de excursiones: Tam Coc, bahía de Ha Long y Sapa.

Hanoi, la capital política del país, nos gustó más que su rival Saigón. Nos ha parecido más bonita, con su lago, sus avenidas arboladas y su arquitectura ecléctica, alternando casas de estilo clásico chino con edificios coloniales.

Una de las atracciones más populares consiste en recorrer el casco antiguo de la ciudad, el entramado de calles gremiales adyacente al lago, cómodamente sentado en un ciclo (una vuelta de una hora cuesta unos cinco dólares regateables, yo pagué tres). La experiencia suena mejor de lo que realmente es, pues el tráfico caótico, el ruido infernal y el bullicio callejero constante no te permiten disfrutar plenamente del paseo. Como peatón, lo tienes aún peor. Los comercios invaden las aceras con sus mercancías, obligándote a caminar por la calzada, salteando motocicletas aparcadas y mirando para todos lados para evitar que te embistan las que circulan en todas direcciones. Por si eso fuera poco, no puedes dar dos pasos sin ser acosado por vendedores ambulantes y moto taxis. Estos son los más recalcitrantes y pegajosos, a la par que estúpidos, pues son capaces de proponerte sus servicios un segundo después de haberte visto pagar a otro motociclista (no exagero, esto lo he vivido en carne propia, y José también os podrá contar anécdotas parecidas). Claro, así a cualquiera le apetece salir del hotel a dar una vuelta…

Después de unos días sometidos a este estrés, decides apuntarte a un tour y huir de Hanoi. Sales con la esperanza de disfrutar de un poco de quietud y sosiego, de gozar de unos momentos de recogimiento, de sintonizar con la serena harmonía de la naturaleza, o dicho de otro modo, de que te dejen en paz de una puta vez. Desgraciadamente, los días de espiritualidad taoísta quedaron desplazados por el espíritu lucrativo de explotación turística largo tiempo ha.

Ya sea en Tam Coc o en la bahía de Ha Long, te espera el “comité de bienvenida” habitual, con su arsenal de productos para la venta. La excursión a Tam Coc fue todo lo indeseable que se podía esperar de un tour operador vietnamita: la guía no explicaba nada (claro, estaba demasiado ocupada mascando chicle con la boca abierta), la comida no valía nada (estuve por pedirle un chicle a la guía para engañar el hambre), y el paseo en barco por medio de los arrozales ni siquiera te permitía gozar del espectacular paisaje.

Las barcas se siguen en estrecha fila india, a pocos metros de distancia, cruzándose con las de los turistas que realizan el trayecto de vuelta. Más que un río, aquello se parece a una cinta transportadora, por la que íbamos deslizándonos lentamente hasta pasar por caja. Nos tendieron una auténtica emboscada comercial: tras pasar por una serie de cuevas, llegamos hasta un ensanchamiento del río donde nos esperaban unas barcas cargadas de bebidas, comida, camisetas y demás suvenires. Ahí se para tu barca durante unos cinco minutos, en los que te sientes atrapado, obligado a repetir cien veces que no, que no tienes sed, que no quieres comprar una lata de coca cola, y que no, que tampoco vas a comprar unas latas de coca cola para ofrecérselas a la pareja de remeros que te acompañan en la barca (puro chantaje emocional, algunos turistas que picaron a ese cebo se quedaron a cuadros cuando sus remeros aceptaron la bebida para luego vendérsela inmediatamente al mismo vendedor, por la mitad de precio). Por si todavía no estabas ya asqueado, en el viaje de vuelta, tus “amigos” remeros empiezan a sacar camisetas y manteles bordados de una caja de metal, para que les ayudes comprando un recuerdo. Una pesadilla por la que esperan ser recompensados con propina al final del circuito.

Algo más agradable fue la excursión a la bahía de Ha Long, en la que dormimos una noche en barco. Por fin gozamos de un poco de tranquilidad, aunque eso sí, ya desde las siete de la mañana te abordan algunas barquitas con mercancías. También nos volvió a llamar la atención la falta de educación, profesionalismo y atención al cliente de los vietnamitas. Después de comer, el capitán del barco se puso a recoger nuestra mesa, con el pitillo en la boca y vestido con camiseta interior manchada de vino. Vale que no me esperara a ser atendida por la tripulación de “Vacaciones en el Mar”, pero hombre, un poquito de por favor…

En el segundo día, cuando regresábamos al puerto, tuvimos una avería. De pronto empezó a salir un montón de humo de la popa del barco, se paró el motor y nos quedamos literalmente empantanados. Me pregunté si nos iban a pedir que volviésemos a nado (en la agencia nos habían dicho que nos llevásemos el bañador, sin embargo todavía no habíamos tenido ocasión de usarlo), pero afortunadamente no fue así. No nos ofrecieron ningún tipo de explicación o disculpa, tipo “sentimos mucho este pequeño contratiempo técnico, no se preocupen por su seguridad, otro barco vendrá a recogerles dentro de media hora, disculpen por la demora, etc.”. Nada de nada. Como si estuviesen transportando un cargamento bovino. En el fondo, no somos más que ganado para ellos.

El relato de otros turistas no ha hecho más que confirmar mi impresión. En otro barco se produjo una situación de overbooking. La tripulación pretendió resolver el problema obligando a cuatro turistas a apearse para esperar otro barco. Los cuatro elegidos se opusieron a aceptar este trato pues habían venido en un grupo de siete amigos y obviamente no querían ser separados. Al final tuvieron que pagar 30 dólares adicionales para quedarse en el barco y alguno de ellos tuvo que dormir en cubierta. Peor aún el relato de otra turista. En este caso obligaron a todos los pasajeros a apearse del barco bajo pretexto de avería. Tras alojarlos en un hotel sobre la isla, observaron como volvían a cargar el barco con otro grupo de turistas. Probablemente éstos habían pagado un suplemento para dormir abordo.

Bueno, después de estas experiencias, yo estaba lo bastante quemada como para no querer meterme en otro tour organizado. Así que a Sapa fuimos por cuenta propia, comprando solo el billete de ida y vuelta en tren nocturno.

Sapa es una región montañosa en el noroeste de Vietnam, colindante con China, famosa por sus terrazas de arrozales y por sus poblados de minorías étnicas. Nos encontramos principalmente con campesinos de las tribus H´Mong y Dzao. Se distinguen por su vestimenta tradicional, aunque su estilo de vida ha evolucionado mucho en las últimas décadas, especialmente con la llegada del turismo. Nada más llegar a la ciudad de Sapa, se nos acercaron dos mujeres H´Mong, Cha y Shi. Nos preguntaron en inglés de dónde éramos. En cuanto les dijimos que veníamos de España, nos saludaron en un castellano casi perfecto: “Hola, ¿cómo estás? ¿Cómo te llamas? ¿Comprar a mí?”. Me dejaron de piedra.

Durante los dos días en que fuimos a recorrer pueblos y caminos, primero a pie y luego en moto con guías, fuimos asaltados durante cientos de veces por mujeres y niñas, dedicadas a la venta de sus bordados. Hasta en las tribus montañeras ha llegado el concepto de explotación turística. Desgraciadamente, con la mejora de las comunicaciones y la globalización se están extinguiendo culturas ancestrales y formas de vida tradicionales.

No todo ha sido negativo en estas últimas semanas. El mejor recuerdo del Vietnam nos lo ha regalado el señor Nguyen The Thinh, un hombre mayor que solía ejercer la medicina tradicional en Hanoi y que ahora se dedica a la restauración en Sapa. Thinh fue uno de los pocos vietnamitas que no sólo nos ha tratado como personas, sino como amigos. Fue una bendición conocerle.

Íbamos algo desesperados buscando un restaurante (después de dormir la siesta, como buenos españoles, nos animamos a salir a cenar pasadas las nueve de la noche), pero ya estaban todos cerrando. Fue entonces cuando Thinh salió a nuestro encuentro, haciendo señas desde su terraza para que subiésemos a su restaurante, que en realidad era su casa. En la misma sala se encontraban unas cuatro mesas, una cama, una televisión, y un par de puertas que daban a la cocina y al baño.

Thinh nos ofreció la carta y nos recomendó unos platos tradicionales. Mientras su mujer se afanaba en la cocina, él sacó un tablero de ajedrez y desafió a José a una partida. Así empezó a ganarse nuestra simpatía, jugando con nosotros, sonriéndonos amablemente y agasajándonos con infinitas muestras de hospitalidad.

En los tres días que pasamos en Sapa, nos convertimos en asiduos de su restaurante. La comida era suculenta, abundante y económica. Además Thinh siempre nos invitaba a algo, ya sea una coca cola, una cerveza, fruta, o cafés. La segunda noche, sacó su alcohol de arroz, macerado en una jarra, y nos invitó a beberlo de forma tradicional, usando unas largas cañas de bambú como pajas. También nos ofreció algo de picoteo para acompañar el alcohol, unas tiras de carne de buey seca y macerada en salsa de chili. Fue un momento realmente íntimo y un auténtico privilegio, pues me consta que según la tradición asiática el alcohol de arroz se comparte sólo con amigos y en ocasiones festivas especiales.

Después de varias comidas deliciosas y de muchas derrotas ajedrecísticas, nos despedimos de este anciano entrañable. Una vez más nos volvió a obsequiar con su eterna sonrisa, un cálido apretón de manos y una colección de postales de Sapa como recuerdo. Divino tesoro.

Nota para viajeros: la mejor dirección no la encontraréis en el Lonely Planet sino en este blog. Sa Pa Xanh restaurant – Nguyen The Thinh - So nha 17 Duong Muong Hoa Huyen Sa Pa – Lao Cai – Viet Nam / Tel: 020-871972.

(Escrito por ella desde Hanoi, Vietnam, 02/04/07)

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