23 abril, 2007

Feliz Año de Nuevo

La bella durmiente no se despierta con el tierno beso de un príncipe azul, sino puntualmente cada año, del 14 al 16 de abril, con un estallido de ruido, risas y agua.

La celebración del año nuevo o “Pimai” me hace pensar a la tomatina de Buñuel, solo que sustituyendo los tomates por agua y polvos de talco. El agua es un elemento simbólico de purificación, aunque la manera en que los laosianos se la echan encima unos a otros, de simbólica no tiene nada. Como de lo que se trata es de lavarse los pecados acumulados durante todo un año, que hay que ver cómo tienen de guarra la casa algunos, los laosianos no se andan ni con rodeos ni con remilgos. A barreños y pucherazos limpios, ¡agua va!

La ciudad entera se desata en una ola de histeria colectiva, por las calles zumban a todo volumen ritmos de rap y rock and roll, grupos de jóvenes ataviados con las camisetas distintivas de sus peñas bailan, beben birras y dan rienda suelta a su ebullición hormonal, lanzando cubos de agua a todo ciclista, motociclista, tuk-tuk, coche o viandante que se les cruce. Del remojón no se escapa nadie, ni niños, ni madres, ni ancianos, ni monjes, ni el mismísimo Buda (aunque a él lo bañen más delicadamente, con agua y pétalos de flor de loto), ni muchísimo menos los turistas y, si son mujeres, mejor que mejor. A mi paso, voy oyendo el grito de guerra, “FALANG, FALANG!”, que traducido al castellano significa “¡GUIRI, GUIRI!”, y en un plas tengo a cuatro o cinco maromos sonrientes rodeándome para que no escape a mi merecida ducha. “Happy Lao New Year, madame!” – gracias, gracias, ya me siento muchísimo mejor, de pronto tan purificada…

Este país me recuerda muchísimo a España. Y es que, como le decía a José, el mundo es redondo y en todas partes, los niños son niños; los adolescentes, adolescentes; y los adultos, como aquéllos. Lo mejor del Pimai es que te da la excusa perfecta para volver a ser guaje. Como una máquina del tiempo que te catapulta en el pasado. Me parecía estar de vuelta al año 1984, riéndome y gritando, jugando a guerrillas de agua con mis vecinitos de la plaza Escultor Adsuara, en Castellón.

Todos los días, he vuelto a mi habitación hecha un Cristo, para el gran deleite del personal del hostal. El primer día, me recibieron a carcajadas, y es que traía todo el aspecto de una merluza. Tanto del pez como del pescado, pues no solo iba completamente empapada, sino también rebozada con kilos de harina.

Y es que ese día, mientras José regresaba al hostal con indisposición de barriga, yo me aventuré a cruzar el Mekong. Iba a mezclarme con los miles de laosianos que armaban barullo en la otra orilla del río, donde habían montado chiringuitos, altavoces, pistas de baile, plataformas para el lanzamiento de cohetes: en breve, todo el meollo de la movida.

Cruzar el Mekong fue ya de por sí una aventura (presiento que esta historia va a encantar a mi madre, que después de leer esto ya no va a querer viajar conmigo a ningún sitio). Siguiendo un grupito de laosianos, me embarqué en un “speed boat” o embarcación rápida, que venía a ser algo así como la versión acuática de nuestro autobús vietnamita. Una barca de madera, estrecha, alargada y motorizada.

Me subí la primera y, detrás de mí, una docena de laosianos. Nada más ponerse en marcha el motor, comprendí el sentido de la palabra “speed”. Las cosas como son, vale que la barca no estuviese como para lucirse en la Copa América, pero rápida sí que era, eso sí que hay que reconocérselo. El problema es que no es que fuese rápida hacia delante, sino más bien en su moción hacia el fondo.

En cosa de ocho segundos, empecé a sospechar que algo no era del todo normal. La barca empezó a tambalearse, la gente se levantaba y gritaba haciendo señas a otras embarcaciones, miré a mis pies y de pronto vi mi querido Mekong más cerca que nunca. En breves segundos hice un repaso mental de la situación: el agua me llegaba a media pantorrilla, el nivel iba subiendo rápidamente y estábamos justo en la mitad del río. ¡Socorrooooo! Pero digo yo, ¿tan mala he sido yo este año que unas buenas duchas no basten para expiar mis culpas?

Lástima que el Junior no estuviese conmigo. No porque necesitase su protectora presencia en esos momentos de pánico, ni porque le desee la suerte de Leonardo en “Titanic”, sino más que nada porque de haber estado allí, ahora tendríamos todo un reportaje audiovisual del siniestro, de la operación de rescate y de la feliz llegada a tierra firme. En su lugar, tenemos una chapucilla de videoclip de catorce segundos que se corta justo cuando empieza a cundir el pánico (próximamente en sus pantallas, estén atentos al estreno de “Titanic” en la sección de vídeos del viaje). Y es que ante el peligro, cada uno responde a su modo. Yo opté por guardar la cámara y ayudar al barquero a devolverle sus aguas al río, como todo hijo de vecino laosiano.

Nada más desembarcar en la otra orilla (menudo alivio), me tuve que enfrentar a un nuevo peligro, el de las lluvias torrenciales de polvos de talco. Muchísimo peor que las de agua, porque el talco es tan fino que se te mete por todas partes. En pocos segundos, me dejaron más blanca que una estatua de yeso. Tenía talco en el pelo, en las pestañas, en los ojos (por cierto, eso duele), en el bolso, en la cámara, en las manos y hasta en las bragas. Una lástima, porque con todo ese pringue no pude hacer muchas fotos.

Algunos laosianos se dedicaban a construir “estupas” de arena, que luego adornaban con polvos de talco, banderas, cintas multicolores, flores y palillos de incienso. Otros se bañaban, intentando quitarse sus máscaras de harina con las aguas parduzcas del Mekong. Multitud de gente caminaba río abajo y río arriba, bebiendo, riendo, espolvoreando talco y deseándose un feliz año nuevo. Una hilera de personas se destacaba de esa gran masa humana, subiendo en procesión a los templos. Los seguí un rato y, cuando ya no quedaba de mí ni un centímetro cuadrado de piel visible, decidí que era hora de volver a coger el barco (optando por un modelo VIP esta vez).

En el segundo día del Pimai, asistimos al desfile de Miss Laos con su colorido cortejo de galanes y damiselas. Encabezando la procesión están unas figuras típicas del Pimai laosiano, unos cabezudos con máscaras rojas, conocidos como los “Pougneu Nagna Gneu”. También participan en el desfile músicos, grupos tribales, monjes, niños y niñas vestidos con trajes tradicionales, hombres con disfraces de mono, de pavo real, y hasta de “mujer liberada”. El sentido del humor es rey durante la fiesta y todo está permitido.

Terminada la procesión y ya de camino hacia el hostal, presenciamos y padecimos toda clase de asaltos. Perdí cuenta del número de cubos de agua que me echaron encima y acabamos no solamente calados, sino también pringados de harina y embadurnados de hollín.

Después de darnos una buena ducha en la que casi nos dejamos los cueros en carne viva, y tras vestirnos con las últimas prendas secas de nuestro escaso vestuario, decidimos quedarnos a cenar en el hotel, pues eso de salir a la calle por segunda vez en un solo día nos pareció demasiado temerario.

Yo, que soy más bien modosita, me había bajado un libro para relajarme leyendo mientras esperaba a que me sirvieran la cena. Mi plan era descansar un poco de tanta marcha y disfrutar de una velada tranquila. Así que os podéis imaginar la sorpresa que se llevó José al bajar de la habitación unos minutos después que yo, y al encontrarse con mi libro abandonado en una mesa y a mí bailando (o por lo menos haciendo el intento) con el personal de recepción. Y es que menuda marimorena habían montado: ¡música a tope, karaoke, baile y cerveza Lao a voluntad! Bueno, estaba claro que no iba a ser el tipo de velada que yo había planeado.

Despedimos el año viejo entre carcajadas y abrazos, que el alcohol desinhibe hasta al más tímido de los laosianos, bebiendo mucha cerveza y bailando al ritmo de canciones locales. El que más se desató fue el cocinero, no sólo porque se soltó el pelo (suele recogerse el flequillo en una especie de chufo que, sin querer ser cruel, me recuerda al peinado de los Yorkshire Terriers), sino porque durante un buen rato se convirtió en la estrella del karaoke (su habilidad como cantante era inversamente proporcional a la cantidad de cerveza Lao ingerida por el mismo), hasta que se cansó del micrófono y se lanzó a la pista de baile, amarrándose al Junior como un oso amoroso. Éste me hacía señas de que todo bien y aquí no pasa nada, en un esfuerzo por auto-convencerse de que dos hombres bailando abrazados es algo normal en latitudes laosianas, hasta que aquél empezó a darle besitos en el cuello, que sin duda eran otra expresión natural de fraternidad y cariño inter-étnico.

Afortunadamente, durante el parón de luz que duró menos de cinco minutos, yo estaba más cerca de José que el cocinero, así que por esta vez le gané la mano y aproveché para marcar territorio. A oscuras y al compás de ritmos laosianos, nos marcamos unas lentas, y así, bailando pegados y acarameladitos los dos, sellamos el año viejo con un penúltimo te quiero.

Digo “penúltimo” porque, aunque al espectador tales escenas puedan augurar un desenlace romántico, la realidad de la vida nunca es tan sencilla ni previsible como las películas de Hollywood. El año viejo se despide para dar paso a las promesas de año nuevo. Nosotros, cumpliendo con la tradición, hemos añadido una nueva resolución a nuestra ya larga lista: la de separarnos durante un tiempo.

Después de tres meses viajando juntos, y aunque sigamos llevándonos bien, los dos empezamos a sentir la necesidad de darnos un pequeño respiro. Aprovechando que los Siths estarán en Tailandia del 22 de abril al 6 de mayo, José y yo nos distanciaremos durante un par de semanas. Mientras él disfruta de la compañía de sus amigos (chicos, yo también espero veros en Bangkok antes de que os volváis a Dublín), yo me concentraré en realizar unos cuantos proyectos. Como hacer un cursillo de masaje tailandés, ponerme en contacto con viejos amigos y, si aún me queda tiempo, poner al día este blog con más textos y fotos.

Pequeñas resoluciones las del año nuevo laosiano, y es que todavía tengo muchas pendientes de mi lista de diciembre y febrero. Por cierto, a propósito de mis resoluciones, tengo una gran noticia. Y es que la más deseada de mis resoluciones de año nuevo chino está camino de cumplirse: ¡mis padres ya han reservado sus billetes para Bangkok! ¡Hurra! Estarán aquí del 18 de diciembre al 16 de enero y, aunque aún quede muy lejos, ya estoy haciendo un montón de planes para esas cuatro semanas. Van a ser unas navidades muy especiales.

Nota: tal vez os estéis preguntando el porqué de tantas celebraciones de año nuevo y en fechas tan dispares. El año nuevo de febrero es el chino, que corresponde al budismo “Mahayana” o “gran vehículo”. El budismo Mahayana se practica en China, Japón, Tíbet, Corea y Mongolia. Sin embargo, el año nuevo de esta corriente budista, también se celebra en el sudeste asiático, debido a la importancia de la comunidad china en estos países.

El Pimai o año nuevo laosiano se celebra en abril y corresponde a la otra corriente budista, llamada “Theravada” o, despectivamente, “Hinayana” (“pequeño vehículo”). El budismo Theravada es practicado en Birmania, Tailandia, Camboya, Laos y Sri Lanka.

La diferencia entre ambas corrientes estriba principalmente en el enfoque. El gran vehículo se concentra en el ejemplo de la vida de buda, exaltando la compasión como principal virtud. El pequeño vehículo pone mayor énfasis en las enseñanzas de buda, predicando un modo de vida más austero y buscando la iluminación por medio de la meditación.

(Escrito por ella desde Luang Prabang, Laos, 18/04/2007)

4 comentarios:

jose dijo...

Hola!!! Soy Jose. Nos escribimos una vez... y coincidimos en Hanoi aunque no llegaramos a vernos. Me declaro fan incondicional del vuestro blog. Pero tengo todavía mucho que leer para recuperar el tiempo perdido.

He vuelto a casa y después de las primeras alegrías del reencuentro con la familia, amigos y la tortilla de patatas, se te queda una terrible cara de "y ahora qué?", "qué pinto yo aquí?"... así que lo obvio, disfrutad de cada segundo.

A veces tengo que mirar las fotos para asegurarme de que estuve allí, que no fue un sueño...

Nos mantenemos en contacto.

Ps: sois de Castellón??? Yo mañana me voy de puente a Ares, cerquita de Morella. Os suena?

Isabel y José dijo...

Hola Jose! Que pena el no habernos encontrado en Hanoi. Bueno, tal vez lo hagamos en Castellon.

Mis padres viven en Castellon de la Plana, pero yo llevo ya 9 anos afincada en Irlanda.

Ahora estoy en Chiang Mai, donde voy a empezar un cursillo de masaje tailandes manana (que emocion!).

En cuanto a Jose (tu tocayo asturiano), esta ahora en Koh Samui con sus amigos.

Me alegro de que te guste leernos. Seguimos en contacto :o)

Isabel

jose dijo...

Guay!!!!

Oye, estoy que me voy de puente pero por lo que más quieras!!!... si vas a Chiang Rai no dejes de cenar en el mercado que hay detras de la estación de autobuses... maravilloso y baratísimo!!!

Seguro que ya te conocerás Chiang Mai como la palma de la mano pero también me gustaría recomendarte alguna cosilla... tendrá que ser después del puente que ya me voy!

Un besote

Jose

Unknown dijo...

Diz maría q quiere un gato de esos de rayas que teneis en las fotos...

oye, vaya guapas las fotos. Tiene razón el jose, aprovechar cada momento, que luego se acaba.

Ferran está majísimo, ya balbucea, y sabe darse la vuelta, rodando, rodando, pero aún no gatea. No os envío fotos porque ya lo vereis.

Ala, pasailo bien, y no tengais prisa en volver, q llueve mucho (sobre todo en castellón)
Jai, (besets de maria, y babas de ferran)