Tu espíritu es fuerte como el roble, dulce como la caña, perenne como la yuca cuya tierra te vio nacer. Así eres tú para mí, Juan Pablo.
Te quiero. Sin embargo, este texto no te está dedicado. Lo escribo para aquéllos que, como yo, lo necesitamos. Para los que nos ahogamos en un vaso de agua, para los que nos rendimos ante obstáculos imaginarios, para los que vivimos anclados en el recuerdo, aferrados a lo perdido. Para los que no estamos a tu altura, permíteme que cuente tu historia.
Hace tres años, Juan Pablo se lanzó de cabeza al abismo. Lo recibió un banco de arena. Un dolor mudo, un grito silenciado por el mar. Escuchó su pensamiento, la voz de una voluntad no correspondida por su cuerpo. “Rápido. Vuelve a la superficie. ¡Nada!”. Nada. Miró sus manos y vio que ya no eran suyas. Sus brazos, como algas, flotaban inertes ante su mirada aún incrédula, pronto consciente. “Me muero. Ahora. Ahogado”.
Se equivocaba. Otro hombre saltó al agua, uno de los “gringazos” invitados a la boda de su hermana. Tres segundos más tarde y no le hubiese salvado la vida.
Al principio, no podía respirar por sí mismo, no podía hablar, no podía mover ningún miembro de su cuerpo por debajo de sus rotas cervicales. Tres meses en cuidados intensivos, tres paros cardíacos y tres resucitaciones más tarde, Juan Pablo comenzó su nueva vida.
Su rehabilitación fue progresiva. Empezó primero en un centro sanitario de Bogotá, continuando luego en otro, mejor equipado, de Míchigan. Recuperó el movimiento de sus brazos, así como parcialmente su sensibilidad. Pero lo más asombroso de su recuperación, fue su motivación para seguir adelante, sus ganas de vivir. Subrayo la palabra “vivir”, para que no la confundamos con su hermana menor, que es “sobrevivir”. Porque Juan Pablo no es un superviviente, sino un vividor.
Nada más salir de los cuidados intensivos del hospital, se puso a escribir el guión de una comedia. Sobre el sistema sanitario y geriátrico colombianos. Con la ayuda de sus antiguos compañeros de trabajo (Juan Pablo, en su vida anterior, había sido publicista), consiguió producirla para la pequeña pantalla. No tuvo mucho éxito, pero eso no le importó. A estas alturas, ya habréis comprendido que Juan Pablo no es uno que se desanime fácilmente.
Tras una operación de médula y nueve meses de rehabilitación en Míchigan, emprendió nuevos proyectos.
Primero, su peregrinaje de agradecimiento. Cual odisea de Ulises, cruzó los Estados Unidos para estrechar la mano de su benefactor, en California, y regalarle una botella de buen whisky. “Porque eso es lo que vale mi vida”, me dijo entre risas.
Segundo, ayudar a los menos afortunados que no pueden costearse tratamientos adecuados. Compró los aparatos de rehabilitación de los que se había servido en Míchigan, y los llevó a Bogotá. Hoy en día, Juan Pablo subvenciona hasta el 60% de sus tratamientos a aquellas personas menos pudientes.
Tercero, crear una empresa que transmita su visión. Las personas físicamente discapacitadas son socialmente útiles y no deben basar su subsistencia en mecanismos de caridad. Así nació “Arcángeles”.
Su fundación no sólo garantiza cuidados de calidad para la rehabilitación de personas físicamente discapacitadas, sino que también ofrece un seguimiento psicológico, asesoría jurídica y un programa de reinserción laboral. Juan Pablo trabaja en la creación y desarrollo de proyectos rentables y sostenibles, sobre todo en medios rurales, para la ocupación de estas personas. Les ofrece formación profesional, promoción en el mundo empresarial y seguimiento laboral durante los seis primeros meses de su contratación.
Arcángeles todavía no ha cumplido su primer aniversario, que ya cuenta con tres sucursales en Colombia. Juan Pablo está ahora buscando financiamiento a través de organizaciones internacionales no gubernamentales, con el que espera, a medio plazo, desarrollar su empresa más allá de sus fronteras nacionales, con una visión latinoamericana.
Amén de su intensa agenda profesional, Juan Pablo no para quieto. Estudia, viaja, juega al rugby, sale de copas, canta, se ríe e irradia una tremenda energía con su buen humor. Cuando le conocí, se encontraba en Beijing, visitando la Ciudad Prohibida. Aprovechaba su viaje a China como representante de la delegación paraolímpica de Colombia, responsable de la organización y logística de los Juegos del 2008, para hacer un poco de turismo. Dos días más tarde se marchaba a Hong Kong y, cuatro después, a Japón, donde le habían otorgado una beca de dos meses para el estudio de la aplicación terapéutica del deporte a la rehabilitación de las personas discapacitadas. Allí se encuentra ahora.
Juan Pablo, gracias por tu encantadora compañía, por tu invitación a comer, y por compartir tu historia conmigo. También te doy las gracias por escucharme. Y por enseñarme, sin atisbo de condescendencia, una lección de vida que no olvidaré.
“Isabel, no dejes que nada te agobie y disfruta de cada momento. Uno tiene que saber vivir con lo que tiene y, a mí, esto* es lo que me ha tocado”.
Juan Pablo, en el Templo del Cielo, con 27 años y un prometedor futuro por delante. Su silla de ruedas le llevará tan lejos como él quiera.
*Nota 1: Con “esto”, creo que se refería a una inteligencia y un corazón infinitos.
Nota 2: Para saber más sobre la fundación, lee los siguientes artículos:
http://www.discapacidadcolombia.com/modules.php?name=News&file=article&sid=1622
http://www.lesionmedular.org/forum/viewtopic.php?p=10097
http://www.ladiscapacidad.com/colombiaaccesible/una_excelente_experiencia_de_integracion_laboral.html
(Escrito por ella desde Wuhan, provincia de Hubei, China, 30/09/07)
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