10 octubre, 2007

Lhasa Express

No me lo puedo creer, pero parece que por fin nos sonríe la suerte. Lo que hace tan sólo un par de semanas nos parecía imposible, se acaba de cumplir. Es más, ¡superando nuestras expectativas!

Increíble pero cierto, estamos subidos a un tren en dirección a Lhasa. ¡Nos vamos al Tíbet! ¡Que sí! ¡Que nos vamos al Tíbeeeeeet!

Ya, ya imagino lo que estáis pensando. En esta era de globalización y comunicaciones, viajar ya no es ninguna aventura. Total, te compras un billete de avión para Beijing o dónde sea, luego un billete de tren para Lhasa y… ¡hala! Mira qué bonito, ya estás de camino para el Tíbet. Está tirado. Pan comido.

Eso pensábamos nosotros también, pero pronto se nos quitó la ilusión. Llegar a Lhasa es jodido, no sólo porque te cuesta una pasta (para estándares asiáticos), sino porque además no paran de ponerte trabas.

Para empezar, te piden que te saques un permiso que te sale más caro que un visado. Nosotros, lo tramitamos a través de nuestro hostal en Chengdu, el “Mix Backpackers Hostel”, por el razonable precio de 450 yuanes. Eso sí, para conseguir el permiso, primero teníamos que enseñarles nuestros billetes de tren. Así que nos fuimos directos a la estación.

Allí, el agobio de siempre. Infinitas colas delante de las taquillas, la peña empujándose y pegándole al cigarrillo, y todos los carteles en chino. Bueno, todos no. Todos, menos uno, que decía bien clarito: “No se venden billetes a Lhasa sin presentar permiso”. ¡Pues sí que nos la han hecho buena!
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Con más moral que el Alcoyano, nos pusimos a hacer cola. Cuando nos llegó el turno, casi provocamos una conmoción, con los chinos gritando que ya estaba bien de hacerles perder el tiempo, que a ver si comprábamos nuestros putos billetes de una puta vez y nos íbamos ya a tomar “pol culo” (hay que ver lo fácil que es traducir el chino cuando empiezas a pillarle el tonillo). Y es que nos llevó cosa de un cuarto de hora explicarle a la funcionaria que necesitábamos billetes para Lhasa y asimilar la información de vuelta (mucho menos explícita que la de los chinos que teníamos detrás).

A saber:

1. Que los únicos billetes disponible eran los de asiento duro (normalmente, no nos hacemos los remilgados a la hora de elegir medios de transporte, pero éste es un viaje de 46 horas, con sus dos noches, y habíamos decidido hacerlo con estilo, en clase “soft sleeper” o compartimento de litera blanda, un lujillo que queríamos ofrecernos como regalo póstumo de cumpleaños).

2. Que no, que no había ningún billete disponible para viajar tumbados, ni en litera blanda, ni en litera dura.

3. Que no habría billetes para viajar tumbados, ni para mañana, ni para pasado, ni para la semana siguiente, ni para el mes de octubre. Pero que volviésemos mañana, por si acaso.
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El tema de comprar billetes de tren es bastante más complicado en China que en otros países asiáticos, por los siguientes motivos:

1. No puedes comprarte un billete para ir de la ciudad “A” a la “B” desde la ciudad “C”. Para ir de “A” a “B” sólo te puedes comprar el billete en la ciudad “A”, ¿me explico?
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2. No puedes comprarte el billete con más de diez días de antelación.

3. Algunas agencias se dedican a comprar billetes al por mayor, agotando enseguida la disponibilidad de plazas, para luego sacarse una jugosa comisión en la reventa (actividad ilícita, como descubriríamos más tarde en Wuhan, a la vuelta de nuestro crucero por el Yangtzé).

Empezamos a barajar alternativas, que si hacer el recorrido en todoterreno (algo que queríamos hacer más adelante, para ir de Lhasa a Katmandú) o en avión (¿y perdernos la oportunidad de contemplar los desolados paisajes de la meseta tibetana? No way!). Al final, animados por los testimonios de otros viajeros, decidimos seguir intentándolo.

A unos cinco minutos del hostal, encontramos una pequeña oficina de la agencia de ferrocarriles. El tema era presentarse allí por la mañana y comprarse un billete para dentro de diez días, ganándoles por la mano a los compradores de billetes al por mayor. Y así fue como conseguimos nuestros billetes, a la tercera fue la vencida.

Curiosamente, ese día ni siquiera llegamos temprano a la oficina, con lo que no íbamos con demasiadas esperanzas. Sin embargo, de pronto, nos fue todo como una seda. No dábamos crédito. No sólo teníamos billete para el día dos de octubre, sino que además podíamos optar por litera dura o blanda, litera blanda de primera (compartimento para dos) o de segunda (para cuatro), litera blanda de arriba o de abajo (algo más cara). Apabullados, nos quedamos apabullados. No será broma, ¿verdad?

“Chinita, ¡pónganos dos de segunda, de litera blanda y que sea de arriba, por favor!”.

¡Marchando! Un par de minutos más tarde y tras desembolsar 1065 yuanes, más cinco de tasas, teníamos el valioso papelito en las manos. Nos fuimos pitando al hostal, a encargar nuestros permisos, que tardarían tres días laborables en tramitarse. Nosotros teníamos tiempo de sobra, nueve días por delante. Así que para matar el tiempo, nos fuimos a visitar el parque nacional de Jiuzhaigou (con esto liquidamos tres días, dos de ellos consumidos en el autobús) y encadenamos con el crucero de tres días por el Yangtzé, volviendo a Chengdu con el tiempo justo para comer, subir unos cuantos textos al blog y volver a la estación para pillar el tren T22.

Nos acompañó a la estación una señora, que se encargó de enseñarles nuestros permisos a las autoridades ferroviarias. Una vez a bordo, tuvimos que enseñar nuestros pasaportes, y ya no volveríamos a ser molestados hasta el día siguiente (hoy), para rellenar un formulario antes de hacer trasbordo, en Xining, al tren desde el que estoy escribiendo ahora.


Ya estábamos encantados en el T22, que nos llevó de Chengdu a Xining, pues viajábamos solos en el compartimento para cuatro, pero aún lo estamos más ahora. Este tren es el doble de lujoso que aquél. Compartimentos enmoquetados, zapatillas presentadas en bandejita de plástico, perchitas, espejo, termo y papelera de rigor, mesita con mantel y flores naturales, cuatro televisores de pantalla plana (al pie de cada litera), lámparas individuales, música ambiental, regulador de luz y de sonido, una toma eléctrica (sin la cual no estaríamos enganchados al portátil ahora mismo) y cuatro de oxígeno (para cuando nos encontremos a más de 5000 metros de altitud). ¡Y seguimos estando solos! (Algo totalmente insólito, sobre todo por estas fechas de fiesta nacional en China).

Pero lo mejor de todo son los paisajes, quisiéramos apearnos del tren cada cinco minutos. Impresionantes. Para cortársele a uno la respiración (a lo mejor, por eso nos han puesto las tomas de oxígeno).


Os dejo, que son las 20:17 y el restaurante deja de servir a y media. El Junior, con su habitual gentileza, se acaba de ir a encargar la cena, diciéndome al salir: “Pues tú quédate aquí si quieres, pero cuando nos sirvan los platos dentro de cinco minutos, yo no pienso venir a buscarte”.

Amén.


(Escrito por ella desde el tren, en dirección a Lhasa, Tíbet, 03/10/07)

1 comentario:

María José dijo...

Qué fotos tan bonitas. Me encanta la tuya, claveles y boca haciendo juego.
La sepia del neño está muy bien también. Sale clavadito al Norton