11 marzo, 2007

Los campos de la muerte

(Aviso: este texto puede herir la sensibilidad del lector)

Decía irónicamente Einstein que le atraía más la estupidez que la inteligencia humana, pues mientras la última es limitada, la primera no conoce límites. Parafraseando al genial científico, podemos decir tristemente que la capacidad del ser humano para la bondad es enorme pero su capacidad para la maldad es ilimitada. Si alguien duda de esta aseveración, que repase la Historia más reciente. No tenemos que remontarnos a la Edad Media para nombrar unos pocos ejemplos: la Revolución Francesa devorando a sus hijos, los paranoicos jerarcas de la URSS asesinando a supuestos conspiradores por decenas de miles, los Nazis “limpiando” Europa de judíos, los japoneses esclavizando a coreanos y otros asiáticos, China enfrentada a una Revolución Cultural que desplazó y condenó a muerte a millones de sus ciudadanos, Yugoslavia desintegrándose en un mar de sangre, africanos masacrando a machetazos a otras etnias, por citar solo algunos. Pero al lado de Hitler y Stalin, en el despreciable ranking de los que han renegado de su Humanidad para cometer crímenes contra la misma, figura en un lugar destacado el sanguinario camboyano Pol Pot.

Tras el derrocamiento y exilio del rey Sihanouk, en 1970 llegó a Camboya la dictadura de Lon Nol que no sólo no eliminó los problemas de corrupción del régimen anterior sino que ésta floreció con más fuerza que antes. El principal enemigo del nuevo gobierno militar (respaldado por EEUU como parte de su política de negarle al Viet Cong y al Ejercito de Vietnam del Norte la impunidad de que gozaba en Camboya) fue un oscuro movimiento comunista bautizado en francés como “Khmer Rouge” (los Khmer Rojos) de los que se sabía bien poco pero de los que se hablaría mucho. En la posterior y lenta cuasi guerra civil que siguió al golpe de Estado, el apoyo de Vietnam y China logró superar en efectividad al masivo pero desencaminado esfuerzo de los EEUU para inclinar la balanza hacia el otro bando. Disciplina, fanatismo y mano de hierro se enfrentaron a la falta de organización, desmotivación y corrupción a alto nivel y lograron ganar la partida.

En 1975 las tropas comunistas tomaban Phnom Penh, la capital, y poco después toda Camboya estaba bajo el control de los Khmer Rouge. Durante los cuatro años siguientes, este país se convirtió en un infierno.

Los comunistas concibieron una agenda en la que la mejor solución para resolver los problemas endémicos de Camboya era convertir 1975 en el Año Cero y llevar al país a la Edad de Piedra. Había que erradicar industrias y comercios. Quemar los mercados. Destruir bibliotecas y universidades. Abolir la moneda, los salarios y los bancos. Asesinar a maestros, políticos, obreros, intelectuales, sindicalistas, religiosos. Evacuar las ciudades y arrastrar en condiciones miserables a millones de personas al campo para convertir Camboya en una utopía agrícola, aunque eso supusiera la muerte directa (tortura seguida de ejecución) o indirecta (por inanición) de uno de cada dos camboyanos. No era ya una guerra civil, no eran ejecuciones de guerrilleros, no eran prisioneros comunes sometidos a la pena máxima. Eran civiles, campesinos y habitantes de las ahora desoladas ciudades, los que fueron exterminados sin sentido. Desaparecieron las medicinas, se ejecutaron a los médicos, se abolió la propiedad privada y todas las libertades. El menor de los delitos era castigado con la muerte. La falta de alimentos llenó las cunetas de cadáveres. Machetazos, cuchilladas y bastonazos hicieron otro tanto en los campos. La falta de planificación, el reino de la improvisación, la crueldad gratuita y la ausencia de escrúpulos imperaban en las órdenes dictadas por “Angkar” (“la organización”) y el autodenominado “Hermano Número 1”, Pol Pot. Lo que Marx y Lenin habían escrito en fría tinta, Pol Pot lo interpretaba, bajo la perspectiva de sus aliados chinos, y lo traducía en la sangre de millones de camboyanos.

Irónicamente fue la invasión de otro país comunista, el reunificado Vietnam preocupado por la influencia china en su frontera suroccidental y por los ataques a pequeña escala que sufría por parte de los camboyanos, lo único que pudo poner freno a esta masacre en 1979.

No hay familia camboyana que no haya sido afectada por la barbarie. En el caso de Thai, nuestro guía en Angkor, de su padre, su madre y siete hermanos sólo sobrevivieron su padre, un hermano y él mismo.

Otra cita famosa “Una muerte es una tragedia. Un millón de muertes, una estadística”. ¿Autor? El carnicero Stalin. Decir que murió la mitad de la población es no decir nada. Por un lado, es inimaginable todo el dolor de cada una de las victimas y las condiciones que desembocaron en sus muertes. Por otro lado, no son números, son el hermano de alguien, la hija de alguien, el tío de alguien, el compañero de trabajo de alguien, el vendedor de un puesto en el mercado…alguien por el que unos padres se sacrificaron para darle estudios, alguien que se cayó de una motocicleta a los doce años y desde entonces le quedó una cicatriz en la rodilla izquierda, alguien que tenía sueños y esperanzas y al que el destino le deparaba una mortal pesadilla. Son personas, eran personas, como tú que lees este texto, como yo que lo estoy escribiendo.

Con el fin de recordar a las victimas y tener información de primera mano de las salvajadas cometidas por los comunistas, hay dos visitas obligadas para todo aquel que llega a Phnom Penh. Una es el conjunto de edificios conocido como S-21 y la otra es Choeung Ek, a las afueras de la capital.

En las instalaciones de lo que había sido un instituto, se creó en Mayo de 1976 S-21 o Tuol Sleng, la principal institución de seguridad del régimen Khmer con la función primordial de interrogar y torturar a los elementos anti-gobierno. Los guardias, especialmente seleccionados y entrenados para ser crueles, eran varones y hembras de entre 10 y 15 años. Los prisioneros, aunque hubo extranjeros e incluso europeos, eran mayoritariamente camboyanos: obreros, granjeros, religiosos, ingenieros, técnicos, intelectuales, profesores, estudiantes e incluso ministros y diplomáticos. Con frecuencia, también sufrían encarcelamiento las familias de los prisioneros, incluyendo recién nacidos, que eran allí llevados en masa para ser exterminados.

Existían edificios con celdas para el alojamiento individual o masivo de los presos y edificios cuyas habitaciones contenían herramientas para las sesiones de tortura. No había servicios médicos. Los prisioneros se mantenían en condiciones infrahumanas, con una alimentación mínima, con un acceso a veces quincenal a una breve ducha, usando cubos de plástico o metal en sus celdas para orinar y defecar. Si al dormir se cambiaban de postura sin pedir permiso, eran apaleados. Si lloraban o gritaban durante una sesión de tortura, eran apaleados. Si desobedecían algún punto de las normas, eran azotados o recibían descargas eléctricas.

Para interrogarlos, se les sometía a palizas, se les arrancaban los pezones, se les aplicaban descargas eléctricas, les ataban y colgaban boca abajo hasta que perdían el conocimiento y entonces les metían la cabeza en tinajas cuyo contenido procedía de las alcantarillas o se les ataba e introducía en una caja que llenaban de escorpiones.

Para ejecutarles en las instalaciones, se les cortaba el cuello, degollaba, se les golpeaba con una pala en la cabeza, se les estrangulaba o se les daba una paliza mortal. A los bebes, se les arrancaba de los brazos de sus madres y un guardia les cogía por los tobillos y les estrellaba la cabeza contra la pared.

Se calcula que unos 11.000 adultos y 2.000 niños fueron asesinados entre 1975 y 1978. De 1979 no hay datos.

No todos los prisioneros murieron en Tuol Sleng. Algunos eran conducidos, junto con otros presos, a campos de la muerte como el de Choeung Ek, a las afueras de la capital, donde se han encontrado 129 fosas comunes.

A este campo de la muerte llegaban dos o tres veces al mes camiones, cada uno con 20 o 30 asustados prisioneros, con los ojos vendados y en silencio. Normalmente se les ejecutaba inmediatamente pero no se usaban balas sino cuchillos, barras de hierro y palas. Excepto para asesinar a los bebes, pues dado que los huesos de su cráneo son aún blandos, lo que hacían era golpearles la cabeza contra un árbol hasta matarlos.

La insensata rutina se repetía noche y día pero conforme el número de prisioneros aumentaba, hasta más de 300 al día, no se les podía asesinar según llegaban y se les encerraba temporalmente, sabedores de su destino, en las mismas instalaciones hasta que les llegaba su turno. Después de matarlos, se esparcían sustancias sobre los cuerpos, para eliminar el olor a putrefacción y para rematar a los que eran enterrados vivos.

Únicamente en este campo se han encontrado los restos de 8.985 cadáveres.

Sus restos descansan juntos en el mismo sitio en el que vivieron los últimos instantes de esa tragedia, en una “estupa” (monumento funerario). Las cuencas vacías de sus cráneos te miran agónicamente y sus bocas sin lengua formulan una pregunta muda…

¿Por qué?

Nota: no estoy seguro del título de la película en español, tal vez “Los Campos de la Muerte”, pero en inglés es “The Killing Fields” y el actor que ganó el Oscar con el papel de Dith Pran no solo es camboyano como su personaje sino que el mismo sufrió las miserias y la brutalidad de Pol Pot. Ha escrito el libro que estoy acabando ahora mismo, “Survival in the Killing Fields” y recomiendo encarecidamente su lectura (desconozco si existe edición española)

(Escrito con dolor por él en Dalat, Vietnam, el viernes 9 de marzo de 2007)

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